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martes, 13 de agosto de 2013

EL ROCK Y LA MASACRE DE PATAGONES


por Guillermo Rojas


No había terminado de escribir el artículo sobre la juventud y la música “narcobolche” cuando los medios comenzaron a dar información de los espe­luznantes hechos de Carmen de Patagones.
Las primeras y confusas noticias nos decían de una matanza ejecutada al mejor estilo de los arran­ques de demencia criminal propios de yanquilandia.
Hoy todo el país sabe lo que ocurrió ese infausto día en la apacible comunidad maragata. Un chico de sólo 15 años mató a tres de sus compañeros de curso e hirió gravemente a varios más, en el aula del colegio, con la pistola 9 mm. que la Prefectura Na­cional Marítima le proveyera a su padre, suboficial de esa fuerza de seguridad.


Casi todos cayeron en resaltar las carencias fami­liares y escolares del precoz criminal, los problemas socioeconómicos que eventualmente padecería, las burlas de que era objeto por algunos de sus compa­ñeros, por sus extrañas vestimentas -negras general­mente- y por el género de música que escuchaba. Casi todos, para no perder la costumbre, hicieron hincapié en la profesión del padre para ir resaltando desde el vamos las inclinaciones represivas, autoritarias y genocidas que, según parece se llevarían en los genes.
Para autoblanquearse y exculparse de la parte de responsabilidad que les cabe en el envenena­miento de tanta mente y espíritu joven, los medios dieron rienda suelta a la banalización de ciertos he­chos que surgen como evidentes, tales como la difu­sión en forma permanente de la violencia de todo tipo que se aprecia especialmente en las pantallas de TV y otros canales mediáticos al alcance de to­dos, chicos y grandes.
Desde los zurdos de toda zurdez, como el boletín oficial Página 12, hasta los voceros de la “dere­cha”, entre los que podríamos encontrar a un Feinmann o un Mirol, se desgañitaron en explicar que ver una película de violencia no lleva necesariamen­te a cometer un crimen y que aquellos que quieren responsabilizar a los medios no hacen más que es­conder las verdaderas causas de la tragedia.

Lo que los medios no dicen, esconden o ridiculizan

Como siempre terminó silenciada o ridiculizada una parte importante del componente en este caso de un drama que ha conmocionado por lo cruel, pero que ha sido precedido y seguido (véanse los periódicos más recientes), por infinidad de hechos de violencia irracional en escuelas y que marcan ciertas tendencias propias de una sociedad en des­composición como la nuestra. Recordemos el caso de la profesora asesinada a puñaladas por un alum­no o el resonado caso “Pan Triste", donde dos alum­nos fueron muertos por otro. No vamos a entrar aquí en una casuística de estos hechos, lo que va­mos a decir es que marcan pautas de violencia so­cial asentadas en una multitud de factores, pero que en el caso que nos ocupa tiene aristas y ribetes que lo diferencian de los demás.


Siempre tomándolo como algo de poca impor­tancia, como algo francamente ínfimo en lo que respecta a los elementos determinantes de la trage­dia, se comentó las aficiones culturales de “Junior”, el autor de los disparos que acabaron con la vida de tres inocentes y destruyeron las de sus padres y fami­liares. Se sabía que su afición musical primeramen­te había recalado en el género apologético del de­lito, llamado Cumbia Villera (Pibes Chorros, Meta Guacha, etc.) y que posteriormente había evolucio­nado al denominado Satán Rock. Encarnado en el deleznable Marilyn Manson. La afición de “Junior a este personaje de sexo indefinido (se los llama ahora andróginos) y declarado seguidor del Demonio era palpable en la ropa que utilizaba y en las citas textuales de las canciones y pensamientos de este rock-star. Lógicamente nada de ello era tenido en cuenta como hecho determinante en los di­versos análisis periodísticos de la tragedia. Del satanismo y del Demonio ni hablar.

El Rock y sus consecuencias

Es en cierto modo lógico que esto fuera dejado de lado por los medios, en el momento del aborda­je de los por qué de ese sangriento hecho. Nada que tenga contenido sobrenatural tendrá cabida en sus páginas, micrófonos o cámaras. Eso es dejado para el oscurantismo medieval y para gente que cree en fantasmas. Las explicaciones deberán ser para ellos simplemente racionales, en lo posible lindantes en el más tosco materialismo que esquive prolijamente el tema del Rock y su influencia nefasta. No sea cosa que se estropee el negocio con las discográficas.
Pero si vamos a lo meramente racional y cientí­fico existe mucha tela que cortar con referencia al género de música mencionado -potenciado en el caso que nos ocupa- del Satán Rock.
Así desde una perspectiva médica la audición permanente de este tipo de música viene siendo analizada desde la década de los ‘70 por diversos estudiosos. El equipo médico del Dr. Bob Larson de la Universidad de Cleveland llegaría a conclusiones asombrosas que se desprenden de la observación de pacientes escuchas habituales de este tipo de músi­ca. De allí surge que la exposición a la misma desata desde el aumento desmedido de la adrenalina a la suba del azúcar en sangre y el ascenso de la presión sanguínea, como el aumento de la secreción de de­terminadas hormonas. Al mismo tiempo de produ­cir problemas auditivos propios de personas de 60 años en jóvenes de solo 20.


También para los seguidores de la psicología hay hechos que evaluar y aquí comenzamos a ver uno de los elementos determinantes en la tragedia de Patagones.
Médicos psiquiatras norteamericanos como los Doctores Mac Rafferty, Gambry Bline, Frank Garlok o Bernard Seibel han determinado en la década de los ‘80, en diversos trabajos de campo, los efectos psíquicos de este tipo de música.
La audición masiva y constante de la misma pro­duce modificaciones en la emotividad que llevan a la violencia incontrolable, la frustración o a impul­sos irresistibles de destrucción (obviamente es lo que ocurrió en el caso que nos ocupa) y trastornos serios de la memoria (nótese que el asesino dijo luego no acordarse de lo que ocurrió). Estado hip­nótico que puede convertir a la persona en una especie de zombi (muchos de los compañeros del asesino lo veían como ido, como fuera de la reali­dad); puede también conducir a impulsos suicidas o criminales (las inscripciones y citas de su “ídolo” Manson versaban sobre el suicidio como única sa­lida). Estos estados psíquicos se potencian en jóve­nes de la edad de “Júnior”. Psiquiatras incluso freudianos, como Peter Blos han resaltado la debilidad de la personalidad adolescente en cierto estadio, que los lleva a sueños megalómanos en los cuales se puede hacer todo, incluso lo peor. Esto es así, con mayor razón si los mensajes de megalomanía des­tructiva son recibidos por una mente ya afectada y proviene de aquellos personajes que consideran dignos de adoración, los cuales no solo les dicen que “pueden hacerlo” sino que “deben hacerlo” como es el caso del satanista Manson.
Más allá de este tremendo caso puntual, debemos resaltar que las consecuencias morales del Rock son palpables en nuestra sociedad y se vienen dando en las distintas sociedades que han popularizado en forma masiva esta música como la norteamericana y la europea, especialmente la inglesa.

Conclusión

La temática recurrente del movimiento Rock en todo el mundo ha sido el sexo (todo conjunto estrella que se precie de tal, hará bandera de liberación sexual sea natural o contranatura); la droga (la inmensa mayoría de sus principales figuras son consumidores habituales de drogas de diversos tipos o de alcohol y tratan de hacer de ello algo simpático y piola); la rebelión (sea contra los padres, contra las autoridades, contra la policía; está siempre presente en la música “narcobolche” de Bersuit o La Vela Puerca, con su mensaje anarco-marxista); la falsa religión (de una suerte de secta llamada La Flor Solar salieron los Redondos de Ricota, famosos por la violencia generalizada que precedía o seguía a sus recitales; ahora algunos han "redescubierto" la religión rastafari y su culto a la marihuana); finalmente, y tal vez lo fundamental, que se oculta detrás de crípticas letras, el satanismo, implícito o sin disfraces, como el caso del andrógino Manson, idolatrado por el criminal de Patagones. Las letras de las canciones de este personaje tienen como lugar común la muerte y la destrucción propia o de otros. La inspiración de las mismas corre por cuenta de quien lo gobierna, Padre de la Desesperanza.
No nos sorprende entonces que quiera disimu­larse esta presencia personal en el hecho de Patago­nes. No nos sorprende que trate de ridiculizarse a cualquiera que marque la influencia destructiva del rock en los más jóvenes. Ni los empresarios de los medios de comunicación van a bancarse el lucro cesante que tal verdad les produciría a sus abultados bolsillos, ni los políticos van a destruir una fuente de demagogia y de imbecilización que, de entre muchas, les permite seguir disfrutando de las mie­les del poder, ante una ciudadanía adormecida y estupidizada.
Por todo ello, tampoco nos sorprende que sea desde el mismo Estado, empeñado desde siempre en la destrucción de la Nación Argentina, hoy gober­nado por una banda de terroristas reblandecidos entregados a los yanquis (pero no por ello menos perversos), catequizados en su juventud por los ído­los roqueros setentistas, se siga dando espacio a las supuestas estrellas de este género musical y de otros iguales o peores. No se puede esperar otra cosa en la sociedad que no sea el delito, el crimen y la insegu­ridad, cuando el mismo Presidente de la Nación se dice admirador de la música de los pibes chorros.


Patria Argentina Nº 204, Noviembre de 2004.