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jueves, 13 de julio de 2017

CANONIZACIÓN LIBERAL


UN CUENTO DE HADAS




Queridos amigos y benefactores, permítanme contarles un cuento de hadas.
Había una vez una pequeña y linda niña nacida en una familia que ocupaba un alto rango en el reino. Su nombre era Diana. Por supuesto, su padre y ma­dre habrían debido comportarse de acuerdo a su ran­go, porque para eso están las clases altas. Desafortu­nadamente, cuando Diana tenía sólo seis años de edad, su madre se escapó de su hogar, lo que fue un mal ejemplo y un cruel golpe para todos los niños de la familia.
De todos modos, Diana creció y se convirtió en una hermosa joven mujer que amaba ir a fiestas. He­te aquí que el Príncipe del reino y heredero del trono era unos cuantos años mayor que Diana y no le gus­taban las fiestas; amaba a una mujer llamada Camila, pero Camila estaba casada con otro hombre. Así, cuando el Príncipe se encontró con Diana, ambos se enamoraron y se unieron en matrimonio. La boda fue como un cuento de hadas. Todos los súbditos es­taban alegres con su nueva Princesa; era la delicia del reino.
Cuando se convirtió en la madre de dos saluda­bles hijos, William y Henry, que podrían luego suce­der en el trono de su marido, los súbditos estaban aún más contentos. Pero las cosas no iban bien entre el Príncipe y la Princesa. Ambos amaban a sus hijos, pero ya no se tenían más amor mutuo. Y así, a pesar de que como heredero y heredera al trono ellos habrían debido dar el mejor ejemplo al reino, el Prínci­pe aún amaba a Camila y la Princesa aún amaba el ti­po de fiestas que tal vez fueran más adecuadas para jóvenes solteras, pero ciertamente no para una futura Reina. Como resultado, cada uno de ellos le fue in­fiel al otro, comenzando de allí en más a vivir desdi­chadamente.
Ahora bien, si se hubieran guardado esa desdicha para sí, tal vez habrían salvado el hogar para sus hi­jos. O si hubieran permitido que muy pocos supie­ran de sus respectivas infidelidades a los votos matri­moniales, tal vez no hubieran dado mal ejemplo a los súbditos. Pero los súbditos de este reino eran corrup­tos. No les molestaba el mal ejemplo, tal vez porque el mismo les permitía estar más libres para ser infie­les ellos mismos.