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sábado, 3 de agosto de 2013

BACH Y PINK FLOYD - I


R.P. Bertrand Labouche
Breve estudio comparativo de la música clásica y la música rock


De cien discos vendidos, noventa de ellos son de música rock. Es imposible ignorar este fenómeno internacional, que representa millones de personas y de horas de escucha.
Analicemos un poco esta música, que es inseparable de la vida co­tidiana de la juventud actual.
Designamos por "música rock” aquel tipo de música que escuchan los jóvenes desde los años ’50 hasta nuestros días. Incluimos el viejo “rock’n’roll” de los años cincuenta, el boggie-woogie, el blues, la mú­sica de los Beatles, el pop, el hard rock, el punk rock, el heavy metal, el acid rock, el techno, el rock psicodélico, el funk, el rap, etc. Todos estos diversos tipos pertenecen a una misma familia; comparten entre sí características esenciales, pues se fundan en los mismos principios de composición y de interpretación. Son estos principios los que atrae­rán nuestra atención.
El propósito de este trabajo es considerar el “rock” como música y solamente como música que, como tal, está compuesta de elementos comunes a todo género de música: melodía, armonía, y ritmo.
Si estos elementos son comunes a toda música, esto no implica que sean idénticamente jerarquizados y dispuestos. Así pues, Bach y U2, Chopin y AC-DC, Dvorak y Black Sabbath, Haendel y los Rolling Stones, utilizan en sus composiciones melodía, armonía, y ritmo. ¿Cómo es que estos músicos utilizan estos elementos? En la práctica, ¿cuál es la diferencia, musicalmente hablando, entre un solo del guitarrista de Pink Floyd y una fuga de Bach? Responder a estas preguntas es preci­samente lo que deseamos.
¡Pero —puede objetar, querido lector— es que la diferencia es evi­dente! Entonces ¿por qué tantas hojas para demostrar algo que es tan claro como el agua?: “¡Bach es la verdadera música, el rock no es más que ruido!”.
.Pero si el rock fuese solamente ruido sin duda no habría tal éxi­to: querido lector, grabe un embotellamiento en su ciudad, después di­fúndalo, eso no será suficiente para hacer de usted un ídolo. ¡Por lo tanto, demostrar que el rock no es música sino ruido no es tan simple! Los Beatles, agrupaciones como Pink Floyd, Yes, E.L.&P., el guitarrista Carlos Santana, por ejemplo, han compuesto varias piezas musicales que, sin lugar a duda, tienen algún valor musical. De hecho, en una obra que tiene autoridad en materia musical (“Guide iIlustré de la musique", tomo II, pág 545 Ulrich Michels, Ed. Fayard, Coll. “Les indispensables de la musique") se afirma lo siguiente: “Los Beatles han combinado el swing a un cierto refinamiento melódi­co y armónico, instrumentaciones ricas, síncopas estremecedoras, co­mo en el célebre Let it be’’.
Así pues, limitarse a acusar al rock —no sin razón— de ser una mú­sica para drogados, demoníacos y depravados, no constituirá una argu­mentación suficiente para los jóvenes que están apasionados por esta música; al contrario, esto les reforzará su apego a ella por el gusto de desafiar y de ser originales. Obtendrá así el resultado contrario al que se busca.
Pero colocarse en un plano puramente musical los puede llevar a es­cuchar con interés a un interlocutor que, como un relativo experto, cri­tica la “música rock”', así, es de esperar que descubran la “verdadera música”.
Este es igualmente el objetivo de este trabajo.
Así, después de haber definido los elementos de la música en gene­ral (I), veremos su aplicación en la música clásica (II), y finalmente en el rock (III). Esta comparación objetiva nos permitirá identificar clara­mente lo que es la música rock, evaluar este arte musical tan apreciado en nuestra época y predecir sus efectos en el oyente.


La palabra griega mousiké, designaba el conjunto de ar­tes inspiradas por las musas: la poesía, la música y la danza. Después, más particularmente, fue aplicada al arte de los sonidos. Si las posibi­lidades de ordenar los sonidos son innumerables, es posible, por otra parte, definir los principios que rigen estas posibilidades. Éstos se apli­can universalmente, sin importar la época, el tipo de instrumento y el género musical. Que sea medieval, barroca, clásica, romántica, folkló­rica, sinfónica, polifónica, de cámara, sacra, o de ópera, podemos ha­llar tres elementos comunes a todas estas formas de música.
Éstos son:


La melodía

Es el aire que uno tararea, el tema de una sinfonía, de un canto po­pular: identifica una pieza musical y la diferencia de otra. La melodía es la sucesión ordenada de sonidos cuya escritura lineal constituye una forma, el arreglo particular de las notas musicales. Pero más que una serie de sonidos, organizados y agradables al oído, produce también un efecto sobre el alma humana: la melodía canta los sentimientos, las pa­siones, traduce un pensamiento, expresa una realidad o un ideal; en al­gunas notas, evoca un ser querido, una estación, el curso de un arroyo.
Se desarrolla “horizontalmente” como un relato; cada una de las notas engendra otra nota. Puede hacernos reír o llorar, amar u odiar, creer o desesperar, soñar o bailar. Es el alma de la música. Revela la genialidad o manifiesta la pequeñez del compositor.
“La paciencia o el estudio bastan para reunir sonidos agradables, pero la invención de una bella melodía es el hecho del genio. La ver­dad es que una hermosa melodía no necesita de ornamentaciones ni de acompañamientos para agradar. Para saber si es realmente hermosa, hay que interpretarla sin acompañamiento", afirmaba Josef Haydn, cuyas sinfonías rebosan de motivos de gran riqueza melódica.
La melodía se dirige al ser humano en aquello que tiene de superior: la inteligencia, la nobleza del alma, el deseo de infinito, de felicidad, como lo muestra bien Tolstoi ("La guerra y la paz”. Libro II, cap. 19): “Después de cenar, Natacha, a ruegos del príncipe Andrés, se sentó al clavecín y comenzó a cantar. El prín­cipe estaba cerca de la ventana, hablando con las señoras, y la escu­chaba. Al final de una estrofa calló y escuchó. Impensadamente su­bieron a su garganta unos sollozos cuya culpabilidad no sospechó si­quiera. Miró a Natacha, que cantaba, y en su alma aconteció algo nuevo y feliz. Estaba alegre y triste a la vez. No tenía ninguna razón para llorar, pero las lágrimas se escapaban de sus ojos. ¿Por qué? ¿Por su antiguo amor? ¿Por la pequeña Princesa? ¿Por sus ilusio­nes, por sus esperanzas...? Sí y no. Las lágrimas obedecían sobre to­do a la contradicción violenta que, de pronto, había reconocido entre alguna cosa infinita, grande, que existía en él, y la materia, reduci­da, corporal, que era él e incluso ella. Esta contradicción lo entristecía y lo alegraba mientras ella cantaba”.
La música es el arte que ejerce la más poderosa impresión en el ser humano: ella sostiene al soldado listo a sacrificar su vida, eleva hasta Dios —el canto de los salmos esencialmente melódico, hacía llorar a San Agustín— ella consuela al afligido, equilibra los temperamentos o los sacude violentamente... La música puede estar constituida por una simple melodía: este es el caso del canto gregoriano, o de una partita para violín de Bach, o el sonido de un clarín...
En sí misma la melodía no necesita de un acompañamiento. Este acompañamiento la podrá afinar, valorizar, enriquecer, pero      nunca substituirla.
A forma de ejemplo, que introducirá la noción de armonía, escu­chen el primer preludio en do mayor del Clave bien temperado de J. S. Bach (volveremos sobre él): está constituido por una serie de acordes admirablemente arreglados. Después escuchen este mismo preludio sirviendo de acompañamiento al Ave María compuesto por Gounod, podrán comprobar que la armonía de Bach cede el paso a la melodía de Gounod.
He aquí una serie de ejemplos de bellas melodías que, estimado lec­tor, puede escuchar con provecho:
- El Aria (Suite para orquesta n° 3) de Bach.
- La Serenata D. 957 n° 4, de Schubert.
- El Kyrie gregoriano n° IV.
- El Introito “Resurrexi” de la Misa gregoriana de Pascua.
- El motete “Laúdate Dominum ” de Mozart.
- El Adagio, dicho de Albinoni.


Es el conjunto de los principios sobre los cuales se basa el empleo de sonidos simultáneos, la combinación de las partes instrumentales o de las voces; es la ciencia, la teoría de los acordes y de las simultanei­dades de los sonidos. Un acorde es un sonido compuesto por varias no­tas: el acorde de Do mayor, por ejemplo, se compone de do-mi-sol. Acompañará a la melodía, conformándose a ella. Puede ser disonante, de 7a, por ejemplo(Los intervalos de segunda, de séptima y todos los intervalos aumentados o dis­minuidos son disonancias): do-mi-sib-do, dando un tinte diferente a la melodía y requiere un acorde consonante como solución armónica; un do can­tado sobre un acorde de do mayor no “sonará” como un do cantado so­bre un acorde de do 7ª o de do menor. El compositor modificará los acordes en función de aquel que desee evocar por la melodía.
El canto polifónico (Palestrina, Victoria, de Lassus...), el contrapun­to,(1) el arte de la fuga (J. S. Bach), la orquestación sinfónica (Beethoven, Mahler...) suponen un perfecto conocimiento de las leyes de la armo­nía. Ella ofrece menos libertad que la melodía, de la que es esclava; si se emancipa y se torna molesta, la pureza melódica se verá perjudica­da. Esto no significa que la armonía sea cosa elemental. Al contrario, puede ser muy compleja, pero en sí, no es absolutamente necesaria a la melodía: el canto gregoriano, tan estimado por los grandes músicos (2), se canta en principio a capella, es decir, sin el acompañamiento del órga­no.
La armonía toca al hombre en sus sensaciones, sus sentimientos, sus impresiones sensibles, su corazón. Se une con la melodía, la precisa, la matiza, como los brillos de un diamante o la nieve de las altas mon­tañas. Un acorde mayor le dará un tinte, un clima particular, y un acor­de menor la pintará de otro color; cada uno de los dos actúa de modo distinto sobre los sentimientos, el uno plenitud, y el otro una cierta me­lancolía.  Es el vestido, el ornamento de la melodía.
Etimológicamente “armonía” viene de una palabra griega que sig­nifica “ensamblaje”: la armonía es el arte de ensamblar, de combinar sonidos simultáneos en función de una línea melódica.
Puede acontecer que un compositor escriba una sucesión armónica con una línea melódica en segundo plano: es el caso de la polifonía y de piezas de estudio o de ejercicio, como el primer preludio del “Cla­ve bien temperado” de J. S. Bach, compuesto para sus alumnos. Gounod, como fue dicho arriba, lo utilizó como acompañamiento de su “Ave María”: melodía y armonía se enriquecen recíprocamente, pero la primera domina y la segunda pasa a un segundo plano. Esta última es tanto más acabada que no se impone y mantiene su lugar con una perfecta discreción.
Un orador que utilice el arte del discurso no para expresar ideas si­no para hacerse notar, se torna pedante; su discurso es vacío. Él canta más que habla, él hace de su persona el fin de su discurso. De la mis­ma forma, una armonía que sea desmesurada, y que quiera atraer exce­sivamente la atención sobre ella misma, transforma la música en un sentimentalismo vano o en un efecto de fanfarria. Una armonía pobre y repetitiva reducirá también la música en una serie aburrida de acor­des que giran en círculo.
Nada más desagradable, por ejemplo, que un organista que use una pieza gregoriana para hacer ver su propio acompañamiento; es un con­trasentido musical. La melodía no tiene más el primer lugar, es traicio­nada entonces por aquella que debería servirle. Los sentimientos del organista, servidos por sus pretensiones musicales, asfixian la pureza melódica y le quitan su contenido.
Es el mismo error característico en las canciones de moda, cuyas melodías, contrariamente al ejemplo precedente, son de una particular pobreza: a modo de compensación, el acompañamiento de estas melo­días es abarrotado de efectos de toda clase, no sólo armónicos sino tam­bién vocales, instrumentales, rítmicos “que son super buenos". Co­mercialmente, sin duda; musicalmente no. La mayor parte de los éxi­tos de Johnny Hallyday, por ejemplo, ilustran esto. Además, es sinto­mático que estos éxitos a la moda sean muy efímeros, mientras que las grandes obras musicales atraviesan los siglos inmutables.
El tiempo es también, a posteriori, un criterio de belleza.
He aquí algunas obras de una gran belleza armónica:
- La “Misa” en sí menor de J. S. Bach.
- El “Miserere” de Allegri.
- La “Fantasía” en sol mayor para órgano de J. S. Bach.
- El segundo movimiento de la “Sinfonía Inconclusa" de F. Schubert.


(1). “Del latín punctus contra punctuin, se aplica a la escritura con varias partes; aquella tiene dos dimensiones: una dimensión melódica u horizontal y una dimen­sión armónica o vertical (acordes sobrepuestos). Estas dos dimensiones tienen en cuenta la noción de consonancia.
Si la parte vertical domina, se hablará de homofonía: una parte principal (en gene­ral la parte superior) está acompañada por partes secundarias (en acordes).
Si la parte horizontal domina, se tratará de polifonía, esto es, de varias partes inde­pendientes en el plano rítmico y melódico. Es en la polifonía vocal del siglo XVI (Lassus, Palestrina) que el contrapunto halló su mejor expresión (Ulrich Michels, op. cit.).
(2). Mozart habría cambiado toda su obra por el honor de haber compuesto el canto del Prefacio de la Misa. Beethoven escribió: “Para escribir una verdadera músi­ca religiosa, estudien los antiguos salmos y cantos católicos en su verdadera pro­sodia”. Gounod expresó en su testamento su voluntad de tener solamente canto gregoriano en sus exequias.