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jueves, 23 de junio de 2016

LA MODA EN UNA SOCIEDAD NEOPAGANA





Monseñor Antonio de Castro Mayer escribía, en la década de los setenta, que en una sociedad neopagana la moda se aleja cada vez más de las virtudes cristianas, (1). La ropa, especialmente la femenina, nos sume en un ambiente sensual. Las jóvenes, asimismo, entran en las iglesias, frisando el “sacrilegio local”, con vestidos ajustados y escotados, con minifaldas que al sentarse dejan ver partes (“menos honestas” o “deshonestas” sin más) que deberían permanecer tapadas. El cardenal Giuseppe Siri escribía en 1964 (2) que los pantalones femeninos alteran la psicología de las mujeres, y conducen a una inversión de los papeles en que es «la mujer la que lleva los [...] pantalones [...]». Ahora bien, proseguía el purpurado, la moda cambia de continuo, pero la moral es inmutable. De ahí que debamos prestar atención a los bailes modernos y sensuales, a las piscinas mixtas, a los escotes amplios; además, está bien evitar las mangas cortas en la Iglesia, así como el uso de los pantalones cortos tanto por parte de los hombres cuanto de las mujeres, por respeto al lugar santo. Hoy, por desdicha, la moda de la “almilla” estrecha (*) (en todos los sentidos), los escotes generosos y las mangas casi inexistentes hacen a la indumentaria gravemente pecaminosa en sí. Con razón Monseñor Pier Carlo Landucci recuperaba (3), en la década de los sesenta, un artículo de Monseñor Ernest Jouin, quien escribía: «A las mangas largas les siguen ahora las cortas; luego desaparecerán también éstas para ceder el puesto a meros “tirantes ” que no cubrirán ya nada»(4).

A los sacerdotes les corre el deber grave de no permitir tales abusos. El cardenal Pietro Palazzini afirmaba en 1968: «Es completamente natural en la mujer la tendencia a adornar su cuerpo; es incluso loable dentro de ciertos límites, pero hay que evitar cualquier exceso. El cuerpo humano es templo del Espíritu Santo. El atavío mujeril debe ser bello y sobrio, en cuanto adorno del cuerpo, que es templo del Espíritu Santo. Ahora bien, si pasa de ahí debido a una dañada intención de seducir, se realiza una acción objetivamente pecaminosa en materia grave, mientras que si lo hace sólo por vanidad, hay pecado venial» (4). Es reprobable todo vestido que constituya un peligro para la virtud del sujeto (despilfarro de dinero y escándalo activo) y de los demás (escándalo pasivo).

Además de la cuestión moral o pecaminosa, es menester hacer comprender a los fieles que la indumentaria femenina prepara o deforma a las futuras madres (los pantalones, los cabellos cortos, la chaqueta y la corbata mujeriles les quitan a las mujeres el instinto maternal, que es la esencia de la feminidad). El cardenal Siri explica que, de suyo, no hay pecado mortal para las mujeres al ponerse los pantalones con tal de que haya una causa proporcionada que lo justifique (montar en bicicleta o a caballo, esquiar) y de que los pantalones no sean demasiado ajustados (para que no se entrevean las formas); en caso contrario, se ofende gravemente a la moral. Sin embargo, los pantalones femeninos comportan cierto rechazo -tendencial o implícito- de la maternidad, y los niños, que tienen instintivamente el sentido de la dignidad de la madre, son delicadísimos al respecto y perciben la oposición que se da entre la moda y la razón o naturaleza maternal. El niño tiene una especie de sexto sentido que lo hace muy sensible a la ligereza, el exhibicionismo y la tendencial infidelidad materna, que repercutirá psicológicamente en su vida de adulto y que podría marcarlo negativamente, hasta de manera bastante grave y peligrosa (droga, alcoholismo, suicidio, delincuencia, homosexualidad).

Pueden imaginarse fácilmente las consecuencias de la moda indecente femenina: familias rotas (divorcios o separaciones, con traumas psicológicos muy elevados en los hijos), vidas truncadas (suicidios o toxicomanías), degeneración moral, depresión y abandono de los viejos. Cosas que podían hacer sonreír y parecer irreales a finales de los años cincuenta, pero que, por desgracia, se han convertido hoy en el pan nuestro de cada día. Pío XII enseñaba que el pudor femenino de hoy prepara para los deberes maternos del mañana (5). Decía: «Si no sois púdicas hoy [años cincuenta], no seréis madres capaces mañana [años setenta-ochenta: leyes sobre el divorcio y el aborto]». ¡Nunca hubo una previsión más verdadera! Una de las concausas principales de la gangrena del mundo actual es la amoralidad del mundo femenino y materno. La juventud crecerá ligera, frívola, irresponsable e inadaptada, tanto física cuanto psicológicamente, para la vida matrimonial (que hoy naufraga al 90%).

REVISTA THC: CULTURA CANNÁBICA CRIMINAL PARA IDIOTIZAR A LA SOCIEDAD ARGENTINA




Juan Manuel Soaje Pinto entrevista al Tte. 1/o, Dr. Norberto J. Casais, médico clínico, militar, historiador y escritor; autor de obras como "Ricardo Guitierrez, médico soldado y poeta: Origen del Hospital de Niños"; y "La sanidad argentina en la Guerra del Paraguay", entre otras... ¿Qué hay detrás de la legislación, el financiamiento, la propaganda y la instalación cultural del consumo de drogas en la sociedad actual? Tras la pretendida conquista de D.D.H.H., se esconde un entramado político/empresarial cuyo objetivo es instrumentar y aplicar una de las políticas más nefastas que se han concebido en las más altas esferas del poder financiero global, y cuyo único objetivo es socavar la integridad y los valores de una sociedad bien constituida, para mantenerla irreflexiva, dócil e incapaz de ser artífice de su propio destino.

viernes, 10 de junio de 2016

LOS ADOLESCENTES







Por Mons. Fulton J. Sheen

La adolescencia o sea la edad de los trece a los diecinueve años, es la breve hora entre la primavera y el verano de la vida. Antes de llegar a la adolescencia, hay muy poca individualidad o personalidad, pero en cuanto la adoles­cencia se inicia, la vida emocional adquiere el carácter de su ambiente, como el agua toma la forma del recipiente que la contiene. El adolescente principia a ser consciente de sí mismo y de los otros y por lo tanto, empieza a vivir en soledad. La juventud se siente mucho más solitaria de lo que muchos maestros o profesores suponen; quizá el adolescente agoniza en la soledad de espíritu más grande que encarará durante su vida, hasta llegar a la madurez, cuando el sentido de culpas no redimidas empieza a pesarle sobre el alma adulta.
Entre más proyecta el adolescente su personalidad sobre el mundo que le rodea, más parece alejarse de él. Es como si entre su alma y el mundo existiera un muro. Nunca se autoanaliza por completo. Así como al niño le toma mucho tiempo dominar la coordinación entre sus ojos y manos, igualmente el adolescente tarda en ajustarse a este mundo extenso, al que se siente tan extrañamente unido. No puede tomar las cosas como vienen; la nove­dad, nuevas experiencias emocionales, grandes esperanzas y sueños, inundan su alma, cada una de ellas exigiendo atención y satisfacciones propias. No confía su estado emocional a otros; vive, sencillamente. Es difícil para el adulto penetrar a través del cascarón en que se refugia. Como Adán después de su caída, se esconde para no ser descubierto.
Con la soledad aparece en el adolescente un gran deseo de que se fijen en él, ya que la vanidad es un vicio que ha de reprimirse desde temprano. El afán de notoriedad explica las maneras ruidosas de algunos. Esto no sólo atrae las miradas de otros, sino le hace experimentar un sentido latente de rebelión contra los demás y afirma el hecho de que vive para sí, a su propio estilo y como más le agrada.
Con esta cualidad de impenetrabilidad, se convierte en imitador. En rebelión contra lo establecido y gobernado principalmente por impresiones fugitivas, se asemeja al camaleón, que toma el color de los objetos sobre los que se coloca. Se vuelve un héroe o un bandido, un santo o un ladrón, según el ambiente de sus lecturas o sus compa­ñeros. Este espíritu de imitación se revela en el traje. Pantalón de mezclilla, camisa fuera del pantalón y col­gando como bandera de un ejército derrotado, corte de pelo al estilo de los salvajes de Oceanía; todo esto se hace universal entre la juventud que tiene miedo de “ir contra la corriente”.
Existen muy pocos dirigentes naturales entre los ado­lescentes, pues la mayoría se conforman con seguir a los otros. Y esta imitación inconsciente es un peligro moral, porque el carácter depende de la habilidad para decir “no”. A menos que la educación dé a los adolescentes un entrenamiento de la voluntad, éstos entrarán en la edad adulta convertidos en esclavos de la propaganda y la opinión general y permanecerán así el resto de sus vidas. En vez de crear, imitan. Crear es reconocer el espíritu de las cosas. Imitar es sumergir la personalidad en el fondo más bajo de la masa.

“LA RESTAURACIÓN DE LA CULTURA CRISTIANA”, DE JOHN SENIOR





El año pasado (2015) publicábamos aquí algunos párrafos del hermoso libro de John Senior titulado “La restauración de la cultura cristiana” que gentilmente nos había enviado su traductor, Rubén Peretó Rivas.
Hace pocos días nos ha llegado la hermosa noticia de que el libro ya se encuentra a disposición aquí.
Con presentación de Natalia Sanmartin Fenollera, autora de “El despertar de la srta. Prim”, ofrecemos el índice y algunas líneas inspiradas en su prólogo.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi


  • Índice
  • LA RESTAURACIÓN DE LA CULTURA CRISTIANA
  • 1. La restauración de la cultura cristiana
  • 2. El holocausto climatizado
  • 3. La agenda católica
  • 4. Teología y superstición
  • 5. El  espíritu de la regla
  • 6. La solución final para la educación liberal
  • 7. Las tinieblas de Egipto

Leer La restauración de la cultura cristiana equivale a asomarse a lo que fue una de las experiencias más extraordinarias, y silenciadas, del ámbito educativo y religioso de las últimas décadas.
En el mismo momento en que en París, durante 1968, los estudiantes armaban barricadas en las calles y arrojaban bombas incendiarias y que, pocos años después, sus colegas americanos incendiaban edificios universitarios y asesinaban policías, tres profesores comenzaban con un experimento insólito: enseñar en la universidad que la verdad existe y que puede ser conocida. Ellos eran católicos, pero su programa de estudios no lo era. Su tarea consistía en enseñar los clásicos e inculcar en sus estudiantes el amor por el conocimiento y por el legado de la civilización occidental y lo que parecía una iniciativa disparatada y condenada al fracaso, consiguió una gran aceptación.

CON UN AIRE MUSICAL




Padre David Baquerizo

Tratemos de considerar cómo el mundo se puede meter en el corazón de nuestros jóvenes por medio de la música.
Para entrar en el tema, ne­cesitaríamos preguntarnos de ante­mano: ¿por qué escuchamos músi­ca? Una respuesta más superficial, aunque no del todo incorrecta, po­dría ser: “Porque me gusta," o, “por­que me hacer sentir bien."
Ciertamente la música nos hace sentir bien, nos agrada, porque es algo bello; y si decimos que es bello queremos decir que es algo a la vez bueno y con todas sus partes ordenadas (como por ejemplo un paisaje bello es un paisaje a la vez con cada cosa en su lugar y estas cosas bien puestas en su lugar).
En concreto, la música es una serie de sonidos bien ordenados entre sí - o sea bellos - lo cual agra­da a nuestra alma, y es más, le toca en partes profundas de ella. Dios lo ha así dispuesto para que la música pueda primeramente elevar nuestra alma justamente a Él, pacificándola y apuntando nuestros pensamien­tos hacia el cielo: es un instrumento con que podemos alabarle de ma­nera delicada y majestuosa (imagi­nemos los cantos gregorianos que hemos escuchado en los prioratos, o las polifonías que se cantan en los domingos y fiestas).
Pero no toda música es grego­riana. Si quieren, “parte de la tor­ta" también nos toca a nosotros. Nos entretiene: puede servir para calmarnos para animarnos a la valentía (un soldado en la guerra), alegrarnos, o ponernos tristes. En fin, la música toca a las pasiones de nuestra alma. Esto igualmente no es de poco provecho para no­sotros, porque nuestras pasiones, que son tan rebeldes en cada uno, — el enojo que lleva a faltar contra la caridad, la tristeza que desanima, el temor que sofoca la iniciativa — encuentran aquí un lugar donde se pueden ordenar, un cauce donde expresarlos o un medio para cal­marlos. Todo esto es bueno: ¿quién no quiere tener música alegre en un casamiento, llorar a un ser querido que falleció con una melodía triste o incluso desahogar un enojo con la 5ta Sinfonía de Beethoven?

Podemos encontrar un pro­blema (y el mundo se ha rebusca­do para conseguirlo) si existe una música que no está, como dijimos antes, con los sonidos bien orde­nados, sino que tiene sus elementos desordenados. Gran peligro. Porque así como la música nos toca pro­fundamente, así de profundo puede ser el daño. Es aquí donde tenemos el problema de la música moderna que hoy en día escuchamos. Por “música moderna" nos referimos a toda la música que ha salido de la misma familia o cultura “rock” des­de los '50s: rock n'roll, boogie-woogie, blues, Beatles, pop, hard rock, punk rock, heavy metal, acid rock, electrónica, techno, funk, rap, cumbia, reggaeton, etc. ¿Qué problema tiene este tipo de música? ¿Cómo puede estar desordenada? Para contestar a estas preguntas, hace falta considerar los tres elementos que constituyen una pieza musical. Son: la melodía, armonía, y ritmo.