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jueves, 8 de enero de 2015

Desentrañando la Revolución





El significado de la palabra 'revolución' es: 1º) dar un giro completo hasta voltear algo que se hallaba en orden, y 2º) colocar en su lugar otra realidad que es la opuesta a la que había con anterioridad, es decir, establecer el desorden.
¿Qué es lo que busca subvertir esta Revolución de nuestro tiempo?. El Reino de Cristo, es decir, la Cristiandad, que con grandísimo esfuerzo se había logrado establecer en Europa occidental e Hispanoamérica entre el final de la Edad Media y principios de la era Moderna.
La esencia de la Revolución es dar vuelta y devastar la Iglesia de Cristo, y posteriormente instituir en su lugar la sinagoga de Satanás (el reino del anticristo). Ya en el siglo XIX se utilizó la palabra 'Revolución', que fue definida por los católicos "ultramontanos" como «una conjura anticristiana», o también como «una conspiración contra la Iglesia de Cristo». Aunque hoy los progresistas emplean peyorativamente la palabra "ultramontano", como significando integrismo católico, ultramontano realmente significa "más allá de las montañas (los Alpes)", refiriéndose a la Iglesia de Roma, pues en aquel tiempo los católicos fieles al Papa y a Roma hubieron de combatir a la herejía nacionalista del "Galicanismo", la cual pretendía separar la Iglesia francesa de la autoridad del Papa. El Galicanismo se extendió por varias naciones de Europa, y por tanto, los "católicos ultramontanos", es decir, los fieles a la Iglesia de Roma, tuvieron que combatir duramente contra el Liberalismo –su principal valedor–, que era hijo de la Ilustración y de la Revolución Francesa, así como la expresión más clara de la Revolución en aquel tiempo.
Los agentes de la Revolución son generalmente fuerzas que sirven al Diablo, destacando entre ellas dos que tienen un odio especial a la Iglesia: El Judaísmo –entendido como religión y no como raza– y la Francmasonería. Estos agentes no sólo actúan alterando el orden social, sino que con inaudita astucia lo hacen también en el interior del hombre, aliándose para ello con las malas tendencias del alma humana. Ellos ridiculizando las virtudes, y en cambio, estimulando los vicios humanos con el fin de exacerbarlos, encaminándolos hacia sus perversos fines revolucionarios. Muy bien lo pueden hacer, pues desde hace tiempo dominan los medios de comunicación y los partidos políticos. Especialmente trabajan para agigantar el orgullo y la sensualidad humana. 
El orgullo es el vicio que se opone a la humildad. Socialmente el orgullo es la revuelta contra la jerarquía. Es la revuelta contra la armonía de la sociedad entera, al conducir a no aceptar a ningún superior de uno mismo. Incluso es algo todavía peor, es llegar un grado metafísico de odio, mediante la reafirmación de que la superioridad y jerarquía son malas per se. Es el principio perverso del Igualitarismo. Por su parte, la sensualidad es el vicio que se opone a la templanza. En el ámbito social supone derribar las reglas que gobiernan la sociedad –tanto reglas morales como normas disciplinarias. Se inculcan dos niveles de odio, primeramente la persona es inducida a odiar el someterse a un conjunto de normas justas –pues así no puede hacer las cosas malas que desea; y en un segundo nivel de odio se llega a rechazar cualquier tipo de regla y de norma, para alegremente proclamar la "Libertad" como un valor absoluto.
Astutamente, estos agentes de la Revolución se han servido del Protestantismo, del Liberalismo, del Marxismo y de otras sectas, para comenzar a instaurar –ya está aquí– el Reino de Satanás. La estructura de la Cristiandad medieval se basaba en tres clases: El clero (jerarquía de la Iglesia), la nobleza (jerarquía del Estado) y la clase plebeya (jerarquía de las sociedades intermedias). El protestantismo atacó a la primera, al clero, después la Revolución francesa fue la encargada de atacar a la nobleza. La última en ser atacada fue la clase plebeya, que tenía su propia jerarquía interna y estaba armónicamente configurada por la burguesía y el pueblo. Para ello la Revolución utilizó al Comunismo, que se encargó de destruir la diferencia que había entre la burguesía y el proletariado. El Comunismo se encargó también de derribar la moral, a la que consideraba peyorativamente "ser un subproducto burgués", y por tanto, digno de ser destruido. En el ámbito religioso-teológico el Liberalismo y el Protestantismo ya habían eliminado del pensamiento humano toda idea de lo sobrenatural, y el Comunismo (en su disfraz de progresismo y modernismo) se encargó de aniquilar todo atisbo de lo sagrado. Destruido el orden jerárquico de la sociedad, adulterada la filosofía-teología que ayudaba al hombre a pensar, y, profanada el código moral de leyes que permitían al hombre tener un buen comportamiento en la sociedad, el Cristianismo fue satánicamente conducido a la ruina. 
En la década de 1960 el trabajo principal de la Revolución estaba ya hecho, apenas quedaba algo del Reino de Cristo. Bueno, quizás aún quedaba un pequeño reflejo de la existencia de un pasado sano, honrado y santo. Eran las buenas costumbres y tradiciones enraizadas en lo más hondo de las personas, de los familias, de las naciones cristianas. Por ejemplo, todavía estaban los buenos modales: el vestir con distinción y elegancia, la buena educación, la cortesía en el hablar, y el tener una buena conducta social. Este nuevo ataque llegó en el Mayo de 1968, lo que representó un cambio en el ser del hombre, arrebatándole la cortesía, la dignidad y la pureza. Substituyéndolas por una desenfreno de vulgaridad, mal gusto, costumbres soeces e inmorales. Esta revolución en las costumbres humanas estuvo acompañada del derrocamiento definitivo de cualquier forma de norma y de autoridad. Es famoso uno de sus eslóganes, "Prohibido prohibir", es decir, fuera la autoridad, fuera las leyes. Así la Revolución conducía a la sociedad hacia la anarquía absoluta, ante la alegría de Satanás y de todo el Infierno. 
Asimismo, se expandieron por el mundo nuevas ideas, una nueva "filosofía", una nueva "estética", "arte", "música", "moral", "historia"... (Deberíamos llamarlos presuntas, pues no son tales), en definitiva, un nuevo concepto de hombre y de sociedad que se llama Estructuralismo. Según el cual, un hombre ya no debe clamar por sus propios y genuinos pensamientos, deseos y sentimientos, sino que, de ahora en adelante, debe compartir el pensamiento colectivo, o deseo, sentimientos, etc., de la unidad social elemental a la que pertenece. Uno debe pensar, desear, sentir, opinar, ... lo que los grupos tribales piensan, desean, sienten y opinan, ya sean estos, bandas, partidos políticos, o pequeñas células religiosas. Esto, llevado a la religión Cristiana, sería la base de las nefastas "Comunidades Cristianes de Base" que tanto han dañado a la Iglesia.