por Antonio Caponnetto
Hay culpas reales que se acallan, sea desde los pulpitos o
desde los estrados, porque quienes los ocupan prefieren la adulación y la
demagogia. Es culpable la descristianización de las costumbres, la
bestialización de las diversiones, la animalización de las fiestas, la
secularización de la alegría. Es culpable la juventud promiscua, hedonista y
tribal, a la que no sólo no se le señalan sus pecados sino que se glorifica
post mortem, se adula en vida y se le levantan santuarios para inmortalizar sus
desafueros. Es culpable la paternidad libertina y permisiva, cómplice y secuaz
de la adolescencia descarriada. Es culpable la promoción de la vida licenciosa
y lasciva, en la que se revuelcan por igual veinteañeros goliardos y
cuarentones torvos. Es culpable el conjunto de modas impúdicas y lujuriosas,
sodomitas y prostibularias, en cuyo cultivo compiten simétricamente
progenitores estúpidos y proles desenfrenadas. Es culpable la pseudomúsica que
ocupa el lugar del arte, y todo aquel que medra difundiéndola. Es culpable el
que monta un boliche, del que se sale siempre muerto aunque no se tiren
bengalas, y es culpable el que asiste a sabiendas de que hallará allí refugio a
sus malandanzas. Es culpable la metódica violación del tercer mandamiento, y la
madeja ruin de cuantos mercan con la desnaturalización de lo festivo y la
traición a la noble virtud de la eutrapelia. Empezando por un presidente que en
materia melódica ha declarado su afección por las hordas marginales, y
terminando por un alcalde, que es todo él un cántico a la contracultura. Nada
de esto se ha dicho en público, y difícilmente se quiera decir.
“Cabildo”, Editorial del n9 43, febrero de 2005.