R.P. Bertrand
Labouche
BACH y PINK FLOYD
Breve estudio comparativo de la música
clásica y la música rock
El ritmo da una estructura a la melodía. La frase melódica
se desarrolla según la cadencia impuesta por el compositor. La “Carta a Elisa”
o un Nocturno de Chopin, interpretados en ritmo de vals o de bolero se tornan
prácticamente irreconocibles.
Consideramos aquí un ritmo regular, en dos tiempos (marcha),
tres tiempos (vals), cuatro tiempos, etc.
El caso del canto gregoriano, en donde el ritmo no es
acompasado, ha de ser considerado aparte: sus líneas melódicas se desarrollan a
través de sucesiones de “arsis” (impulsos) y de “tesis” (descansos), en
función del sentido del texto y del acento de la palabra latina. Este ritmo
particular, que ningún metrónomo puede medir, es la imagen de la oración, “la
elevación del alma hacia Dios”,(1) seguida de su descanso en Dios; la
quironomía (2) del canto gregoriano, siendo tan precisa como el compás clásico
de la mano, no es por eso menos “inmaterial y flexible”.(3)
Pero, que sea en este caso o en la música clásica en un
sentido amplio, se aplica la definición de ritmo dada por Platón: “La
ordenación del movimiento”.(4)
¡El ritmo no es en sí mismo una cosa mala, evidentemente! Ciertamente,
el cuadro rítmico constituye un límite impuesto a la línea melódica; pero este
límite es más bien un contexto que un collar de castigo, contexto en el cual la
música puede desarrollarse en una infinidad de posibilidades. De otra parte, la
elección misma de ritmos es abundante; para no evocar más que aquellas danzas
que han inspirado a numerosos músicos; he aquí los más frecuentes: chacona,
alemana, zarabanda, siciliana, minueto, polaca, mazurca, vals, polca, etc.
La naturaleza que nos rodea está llena de ritmos: las
estaciones, los latidos del corazón, el galope de los caballos, el canto de los
pájaros, las olas del mar, el ruido del viento, el curso del tiempo, la órbita
de los planetas en el espacio... obedecen a ritmos presentes en la Creación.
Aunque estos ritmos no sean todos estrictamente periódicos, aun cuando muchos
son de una impresionante regularidad como los del tiempo o del corazón
(¡gracias a Dios!), se inscriben, cualesquiera que sean, en la inmensa
“ordenación de los movimientos” de los cuales el Creador es el primer Motor.
Constituyen un elemento importante del orden y de la belleza de la Creación.
Los ritmos de la música participan, en cierta manera, de
aquellos de la creación, como los colores de las armonías reflejan sus múltiples
bellezas. La melodía, aún más elevada nació, analógicamente del músico, como
la creación nació del pensamiento de Dios. Es el trazo de un dibujo, la línea
de una escultura.
El artista ha recibido del Creador el don de producir
belleza.
En música, como la armonía, el ritmo acompaña, estructura la
melodía. Pero, a diferencia de la armonía, el ritmo se dirige al hombre en su
parte inferior, la parte corporal de su ser. Su cuerpo es movido por el ritmo,
que le hace bailar, aplaudir, marchar o, al menos, mover el pie con un compás.
Demasiado utilizado, ahogará la melodía y la armonía; muy violento, destruirá
la melodía y la armonía queriendo asimilarlas. Beethoven, en su sonata
“Appassionata”, o en su quinta sinfonía, imprime tal poder al ritmo, que de un
cierto modo, se apropia algunas veces de la melodía. El ritmo pasa de ser
estructura subyacente a ser principio activo. El genio de Beethoven, en esta
lucha que es la expresión de su propio combate interior, sabe hacer triunfar la
grandeza de su melodía y de sus juegos armónicos sobre un ritmo devastador.
Este combate íntimo de Beethoven, ¿no es el mismo combate que opone el orden
del Antiguo Régimen a los principios de la Revolución Francesa? La vida de este
gran músico,(5) precursor del romanticismo, se sitúa entre estos dos mundos:
el orden moral y social según el plan de Dios, y la antítesis de este orden por
vía de la Revolución.
Una pequeña nota: nuestros jóvenes que reclaman el ritmo, y
que no van a buscarlo en lo mejor, ¡deberían escuchar Beethoven, o el bolero de
Ravel, o Tchaikovski, Rimski Korsakoff, Liszt y una simple pieza como “La danza
del sable” de Khatchatourián,... no se verán decepcionados!
Otros autores como Vivaldi, Bach (v.gr. su “Aria”, de la
Suite para orquesta n° 3), Haendel, Pergolesi, Albinoni (v.gr. su famoso
“Adagio”), Mozart (v.gr. el motete “Laudate Dominum”), donde el ritmo permanece
en su lugar como una simple y discreta estructura de la melodía, sin llegar a
los desencadenamientos de Beethoven. La melodía y la armonía dominan tanto que
el ritmo se hace olvidar, como el filósofo o el poeta, caminando por el campo,
tan absorbidos en sus reflexiones, que no se dan cuenta del tiempo o de la
distancia que han recorrido. El oyente es pacificado, precisamente porque estos
tres elementos -melodía, armonía, ritmo- ocupan cada uno su lugar en perfecta
conformidad con los componentes de la naturaleza humana: alma (inteligencia,
voluntad), corazón (sensibilidad), cuerpo.
Luego, se verifica el adagio: “La música suaviza las costumbres",
eleva el alma, ennoblece los sentimientos y ordena las pasiones.
Descubramos ahora cómo una composición donde se ordenan la
melodía, la armonía y el ritmo, puede convertirse en una obra maestra.
...¡Difícil de escoger! Nos limitaremos al estudio de tres
piezas muy conocidas, cortas y fáciles de encontrar: el Introito gregoriano
“Resurrexi”, de la Misa de Pascua; el primer preludio del “Clave bien
temperado” de J. S. Bach y la sonata “Appassionata” de Beethoven. Cada una de
estas obras ilustra respectivamente el lugar y la importancia de la melodía,
de la armonía, y del ritmo en la música.
No pretendemos dar un curso de erudición musical, esperamos
solamente, por una parte, aclarar aquello que un aficionado de la bella música
quizás solamente puede entrever, y de otra parte, suscitar a los apasionados a
la música rock y sus derivados, el deseo de escuchar otras obras.
¡La música no comenzó con Elvis Presley!
No sin vacilaciones fue que opté por esta pieza. En un
primer momento, mi elección había sido el motete “Laudate Dominum”, de Mozart,
cuya línea melódica es tan noble, serena y pura. Después, reflexionando sobre
su maravillosa conformidad con el texto del Salmo 116, me pareció una pena no
escoger una pieza del comentario musical más acabado de los textos sagrados,
que es el canto gregoriano.
Una pequeña anécdota ilustrará este propósito: el gran
director del coro de Solesmes, Dom Joseph Gajard, mientras celebraba una Misa
rezada, tardó más de lo normal en la lectura del Gradual, a tal punto que su
acólito le preguntó después si no se había sentido mal. “No, —le respondió Dom
Gajard— pero yo no comprendía bien el sentido del texto, entonces me canté la
melodía interiormente, la cual me lo explicó”.
No consideraremos este canto como “la oración cantada de la
Iglesia”, sino bajo un ángulo musical y en su relación estrecha con el texto.
Aunque deba dar necesariamente consideraciones espirituales, que explicarán
esta relación entre el texto y la música, mi preocupación principal será sobre
la melodía y su belleza, a pesar de su aparente simplicidad.
¿Voy a exponerme a aburrir al lector del siglo XXI por estas
reflexiones sobre una música tan poco contemporánea? Permítanme responder con
Saint-Exupéry:
“No hay más que un
problema, uno sólo: volver a dar a los hombres una significación espiritual;
hacer llover sobre ellos algo parecido al canto gregoriano... No hay más que
un sólo problema: redescubrir que existe una vida del espíritu aún más elevada
que la de la inteligencia, la única que puede satisfacer al hombre’’.(6)
La melodía gregoriana tiene este poder, como lo revela esta
obra sin igual, el Introito “Resurrexi”.
He aquí el comentario,(7) acompañado de consejos de
interpretación presentados por Dom Gajard, este monje benedictino que fue un
gran músico, heredero espiritual de Dom Moquereau, autor del libro “El Nombre
Musical”:
“...Una pieza
incomparable, con certeza única entre todo el repertorio: el Introito
Resurrexi, donde el Señor mismo, habiendo terminado la gran obra para la cual
Él había venido a la tierra, se presenta delante de su Padre para decirle su
adoración y su amor. Aquí todo es divino: es un éxtasis de Dios en Dios. Este
Introito es completamente inmaterial, espiritual. Sin «movimiento»; no sale de
los límites de la quinta regla, excepto en Mirábilis, donde alcanza el do
grave, dando a la oración una mayor profundidad; raramente alcanza a las notas
extremas re y la, y se mantiene ordinariamente dentro de la tercia mi-sol. Es
poco para un canto triunfal, pero se trata del triunfo de un Dios, de alguien
que supera las condiciones de nuestra naturaleza. Parece el eco, traducido en
lenguaje creado, de la conversación que se tiene en la Trinidad”.
“Después de la primer
frase, que es como una toma de conciencia muy dulce, por el Señor, y la alegría
de encontrarse con Dios, de estar ahí para siempre (observen toda la paz y la
ternura que evoca la frase adhuc tecum sum), afirmen un poco más la segunda
frase, posuisti etc., con sus períodos largos en fa, donde se tiene la
impresión de una mano extendida y todopoderosa, y canten dulcemente el Aleluya
que la cierra, mientras se mantiene bien cada uno de los re en la (marcado con
un _= tenete, en uno de nuestros manuscritos), y prolongando indefinidamente
el fa final, totalmente extático.
“Después de un largo
silencio, el Señor, como despertándose y tomando de nuevo conciencia de Sí
mismo, murmura en un movimiento de admiración y de amor: «Ah, sí! Sin duda tus
obras son admirables», (Mirabilis facía est sciencia tua), dado en un
crescendo bien marcado. Finalmente los dos Aleluya, el primero con un balance
muy dulce de mi a sol (leniter, dicen aquí los manuscritos), y el último, que
termina en mi, nos dejan en esta atmósfera de paz, de calma, de contemplación
extática donde estamos desde el inicio”.
Los consejos que Dom Gajard da después son particularmente
interesantes: muestran cómo esta música es inconcebible sin la vida interior
que la inspira y la anima. Es ante todo el canto del alma, el cual da una forma
al canto que no es más que una sucesión, considerada en sí misma sin gran
valor, de algunas notas.
Es un hecho que la belleza musical está ligada también a su
interpretación; esta interpretación será tanto más exitosa cuanto más se conforme
a la inspiración del músico. La inspiración, etimológicamente,(8) es este soplo
interior que guía al compositor. Pero ¿no parece mejor dejar la ejecución de
este canto a especialistas? No necesariamente. El canto gregoriano es el canto
de la Iglesia, en el cual el pueblo cristiano debe participar: “Yo quiero que mi pueblo cante en la belleza”,
decía San Pío X.(9) En menos de un mes, durante un Campamento para jóvenes, un
seminarista logró hacer cantar honorablemente el “Salve Regina” solemne
gregoriano a jóvenes que ignoraban el canto gregoriano. Él les enseñó la
melodía, poco a poco, haciéndoles repetirla de memoria, porque ellos no sabían
leer las notas; pero más aún, él les explicó el texto, porque el canto debía
evocar aquello que decía el texto. Los niños entonces asimilaron el texto a la
música, lo que facilitó considerablemente la memorización tanto del texto como
del canto, así como la calidad de la ejecución. La comprensión del texto es
inseparable de la belleza del canto, como la belleza de una pieza de música
instrumental es inseparable de la comprensión de su interpretación.
Porque, precisamente, la música no es solo una serie de
notas y de sonidos. Va más allá, traduce una idea, una pintura, un combate, un
ideal, sentimientos y pasiones. Toda música, en verdad, revela al músico.
Según el adagio escolástico: “Agitur sequitur esse” (la acción es función del
ser). También se aplica a la música. Bach o Beethoven o el rockero cantan lo
que son, su grandeza o su bajeza, su paz, su confianza o sus luchas
interiores, su inteligencia o su animalidad. Ellos cantan a aquello que aman:
Dios, la Virgen María, su Patria... O el amor pervertido, su ego, las fuerzas
del mal, etc.
Santa Cecilia es la Patrona de la música sagrada, y de los
músicos en general. ¿Será que Santa Cecilia cantaba hermosamente o tocaba un
instrumento con destreza? No, al menos la historia no ha mostrado esto; pero
durante el festín pagano de sus desposorios, ella cantaba en su corazón la
gloria de Dios y su deseo de consagrarle a Él su vida: es este canto interior,
el canto de su corazón, el que le valió el título de Patrona de los músicos...
He aquí lo que un gran maestro de coro gregoriano enseña
para que el canto de la voz se una con el canto del alma, la de la Iglesia.
1.
" Elevado mentís ad Deum ” - Santo Tomás de Aquino, In psalmos, proemium.
2.
El arte de dirigir un coro con la mano (“kiros”, en griego: la mano).
3.
J. Coudray - "Método de Canto Gregoriano según los principios de
Solesmes», pág. 34.
4.
"Las Leyes", 11,1.
5.
Beethoven tenía 19 años en 1789
6.
“Que faut-il dire aux hommes” - Última carta de Saint-Exupéry.
7.
Extractado de la Revue grégorienne, de marzo de 1946.
8.
En latín: In-spirare, soplar dentro.
9.
Cfr. su Motu Proprio: "Tra le sollecitudine”, del 22 de noviembre de 1903.