por Guillermo Rojas
No
había terminado de escribir el artículo sobre la juventud y la música
“narcobolche” cuando los medios comenzaron a dar información de los espeluznantes
hechos de Carmen de Patagones.
Las
primeras y confusas noticias nos decían de una matanza ejecutada al mejor
estilo de los arranques de demencia criminal propios de yanquilandia.
Hoy
todo el país sabe lo que ocurrió ese infausto día en la apacible comunidad
maragata. Un chico de sólo 15 años mató a tres de sus compañeros de curso e
hirió gravemente a varios más, en el aula del colegio, con la pistola 9 mm. que
la Prefectura Nacional Marítima le proveyera a su padre, suboficial de esa
fuerza de seguridad.
Casi
todos cayeron en resaltar las carencias familiares y escolares del precoz
criminal, los problemas socioeconómicos que eventualmente padecería, las burlas
de que era objeto por algunos de sus compañeros, por sus extrañas vestimentas
-negras generalmente- y por el género de música que escuchaba. Casi todos,
para no perder la costumbre, hicieron hincapié en la profesión del padre para
ir resaltando desde el vamos las inclinaciones represivas, autoritarias
y genocidas que, según parece se
llevarían en los genes.
Para
autoblanquearse y exculparse de la parte de responsabilidad que les cabe en el
envenenamiento de tanta mente y espíritu joven, los medios dieron rienda
suelta a la banalización de ciertos hechos que surgen como evidentes, tales
como la difusión en forma permanente de la violencia de todo tipo que se
aprecia especialmente en las pantallas de TV y otros canales mediáticos al
alcance de todos, chicos y grandes.
Desde
los zurdos de toda zurdez, como el boletín oficial Página 12, hasta los voceros
de la “derecha”, entre los que podríamos encontrar a un Feinmann o un Mirol,
se desgañitaron en explicar que ver una película de violencia no lleva
necesariamente a cometer un crimen y que aquellos que quieren responsabilizar
a los medios no hacen más que esconder las verdaderas causas de la tragedia.
Lo que los medios no dicen,
esconden o ridiculizan
Como
siempre terminó silenciada o ridiculizada una parte importante del componente
en este caso de un drama que ha conmocionado por lo cruel, pero que ha sido
precedido y seguido (véanse los periódicos más recientes), por infinidad de
hechos de violencia irracional en escuelas y que marcan ciertas tendencias
propias de una sociedad en descomposición como la nuestra. Recordemos el caso de
la profesora asesinada a puñaladas por un alumno o el resonado caso “Pan Triste",
donde dos alumnos fueron muertos por otro. No vamos a entrar aquí en una
casuística de estos hechos, lo que vamos a decir es que marcan pautas de
violencia social asentadas en una multitud de factores, pero que en el caso
que nos ocupa tiene aristas y ribetes que lo diferencian de los demás.
Siempre
tomándolo como algo de poca importancia, como algo francamente ínfimo en lo
que respecta a los elementos determinantes de la tragedia, se comentó las
aficiones culturales de “Junior”, el autor de los disparos que acabaron con la
vida de tres inocentes y destruyeron las de sus padres y familiares. Se sabía
que su afición musical primeramente había recalado en el género apologético
del delito, llamado Cumbia Villera (Pibes Chorros, Meta Guacha, etc.) y que
posteriormente había evolucionado al denominado Satán Rock. Encarnado en el
deleznable Marilyn Manson. La afición de “Junior a este personaje de sexo
indefinido (se los llama ahora andróginos) y declarado seguidor del Demonio era
palpable en la ropa que utilizaba y en las citas textuales de las canciones y
pensamientos de este rock-star. Lógicamente nada de ello era tenido en cuenta
como hecho determinante en los diversos análisis periodísticos de la tragedia.
Del satanismo y del Demonio ni hablar.
El Rock y sus consecuencias
Es
en cierto modo lógico que esto fuera dejado de lado por los medios, en el
momento del abordaje de los por qué de ese sangriento hecho. Nada que tenga
contenido sobrenatural tendrá cabida en sus páginas, micrófonos o cámaras. Eso
es dejado para el oscurantismo medieval y para gente que cree en fantasmas. Las
explicaciones deberán ser para ellos simplemente racionales, en lo posible
lindantes en el más tosco materialismo que esquive prolijamente el tema del
Rock y su influencia nefasta. No sea cosa que se estropee el negocio con las
discográficas.
Pero
si vamos a lo meramente racional y científico existe mucha tela que cortar con
referencia al género de música mencionado -potenciado en el caso que nos ocupa-
del Satán Rock.
Así
desde una perspectiva médica la audición permanente de este tipo de música
viene siendo analizada desde la década de los ‘70 por diversos estudiosos. El
equipo médico del Dr. Bob Larson de la Universidad de Cleveland llegaría a
conclusiones asombrosas que se desprenden de la observación de pacientes
escuchas habituales de este tipo de música. De allí surge que la exposición a
la misma desata desde el aumento desmedido de la adrenalina a la suba del azúcar en sangre y el ascenso de la presión sanguínea,
como el aumento de la secreción de determinadas hormonas. Al mismo tiempo de
producir problemas auditivos propios de personas de 60 años en jóvenes de solo
20.
También
para los seguidores de la psicología hay hechos que evaluar y aquí comenzamos a
ver uno de los elementos determinantes en la tragedia de Patagones.
Médicos
psiquiatras norteamericanos como los Doctores Mac Rafferty, Gambry Bline, Frank
Garlok o Bernard Seibel han determinado en la década de los ‘80, en diversos
trabajos de campo, los efectos psíquicos de este tipo de música.
La
audición masiva y constante de la misma produce modificaciones en la
emotividad que llevan a la violencia incontrolable, la frustración o a impulsos
irresistibles de destrucción (obviamente es lo que ocurrió en el caso que nos
ocupa) y trastornos serios de la memoria (nótese que el asesino dijo luego no
acordarse de lo que ocurrió). Estado hipnótico que puede convertir a la
persona en una especie de zombi (muchos de los compañeros del asesino lo veían
como ido, como fuera de la realidad); puede también conducir a impulsos
suicidas o criminales (las inscripciones y citas de su “ídolo” Manson versaban
sobre el suicidio como única salida). Estos estados psíquicos se potencian en
jóvenes de la edad de “Júnior”. Psiquiatras incluso freudianos, como Peter
Blos han resaltado la debilidad de la personalidad adolescente en cierto
estadio, que los lleva a sueños megalómanos en los cuales se puede hacer todo,
incluso lo peor. Esto es así, con mayor razón si los mensajes de megalomanía
destructiva son recibidos por una mente ya afectada y proviene de aquellos
personajes que consideran dignos de adoración, los cuales no solo les dicen que
“pueden hacerlo” sino que “deben hacerlo” como es el caso del satanista Manson.
Más
allá de este tremendo caso puntual, debemos resaltar que las consecuencias
morales del Rock son palpables en nuestra sociedad y se vienen dando en las
distintas sociedades que han popularizado en forma masiva esta música como la
norteamericana y la europea, especialmente la inglesa.
Conclusión
La
temática recurrente del movimiento Rock en todo el mundo ha sido el sexo (todo conjunto estrella que se
precie de tal, hará bandera de liberación sexual sea natural o contranatura); la droga (la inmensa mayoría de sus
principales figuras son consumidores habituales de drogas de diversos tipos o
de alcohol y tratan de hacer de ello algo simpático y piola); la rebelión (sea contra los padres,
contra las autoridades, contra la policía; está siempre presente en la música
“narcobolche” de Bersuit o La Vela Puerca, con su mensaje anarco-marxista); la falsa religión (de una suerte de secta
llamada La Flor Solar salieron los Redondos de Ricota, famosos por la violencia
generalizada que precedía o seguía a sus recitales; ahora algunos han
"redescubierto" la religión rastafari y su culto a la marihuana);
finalmente, y tal vez lo fundamental, que se oculta detrás de crípticas letras,
el satanismo, implícito o sin
disfraces, como el caso del andrógino Manson, idolatrado por el criminal de
Patagones. Las letras de las canciones de este personaje tienen como lugar
común la muerte y la destrucción propia o de otros. La inspiración de las
mismas corre por cuenta de quien lo gobierna, Padre de la Desesperanza.
No
nos sorprende entonces que quiera disimularse esta presencia personal en el
hecho de Patagones. No nos sorprende que trate de ridiculizarse a cualquiera
que marque la influencia destructiva del rock en los más jóvenes. Ni los
empresarios de los medios de comunicación van a bancarse el lucro cesante que
tal verdad les produciría a sus abultados bolsillos, ni los políticos van a
destruir una fuente de demagogia y de imbecilización que, de entre muchas, les
permite seguir disfrutando de las mieles del poder, ante una ciudadanía
adormecida y estupidizada.
Por
todo ello, tampoco nos sorprende que sea desde el mismo Estado, empeñado desde
siempre en la destrucción de la Nación Argentina, hoy gobernado por una banda
de terroristas reblandecidos entregados a los yanquis (pero no por ello menos
perversos), catequizados en su juventud por los ídolos roqueros setentistas,
se siga dando espacio a las supuestas estrellas de este género musical y de
otros iguales o peores. No se puede esperar otra cosa en la sociedad que no sea
el delito, el crimen y la inseguridad, cuando el mismo Presidente de la Nación
se dice admirador de la música de los pibes chorros.
Patria
Argentina Nº 204, Noviembre de 2004.