Por Richard M. Weaver
Así
pues, pueden distinguirse tres fases en el declive musical de Occidente. En su
forma más elevada, la música fue arquitectura, después se hizo tema y, finalmente,
cediendo a algunas tendencias coetáneas, textura. Apenas es necesario señalar
que esta trayectoria la ha alejado de un determinado ideal de autonomía y
coherencia y llevado al ámbito del fragmento, que es la forma que ofrece las
mayores posibilidades de expresión subjetiva y egoísta.
He
dejado para lo último mis comentarios sobre el jazz, que parece ser la más
patente manifestación de la profunda querencia de nuestra época por el
barbarismo. El solo hecho de que haya podido conquistar el mundo entero tan
rápidamente es un síntoma de lo extendido de esta dolencia, y revela la
desaparición de las barreras que hubiesen podido contener la desintegración que
representa.
El
jazz nació en los bares de Nueva Orleans, donde originalmente esta palabra
parece que sirvió para designar una función animal elemental. Nació siendo
música primitiva, y uno de sus defensores ha sentenciado que “el jazz no
requiere inteligencia, sólo sentimiento”. El jazz salió de su estado de
primitivismo, entre otras cosas porque algo había en la manifestación espontánea
de los sentimientos del afroamericano que remitía a la pérdida de la fe en el
valor de la cultura del hombre occidental. El mismo autor citado reconoce que
“si se estudian los ámbitos en los que el arte ha intervenido, puede observarse
que las obras creadas por nuestros antepasados respondían a la necesidad de
lograr un equilibrio armonioso entre razón y sentimiento”. Al rebelarse contra
los límites impuestos por la inteligencia, y a través de su manifiesto
desprecio y hostilidad hacia nuestras sociedades tradicionales y sus
costumbres, el jazz ha logrado destruir ese equilibrio. Una destrucción que
también representa el triunfo de las emociones grotescas, aun histéricas, y el
abandono del decoro y lo racional. La música de jazz a menudo parece una
explosión de rabia que busca despojarse de todo aquello que implica estructura
o mesura.
Se
comprende, por consiguiente, que el jazz resulte tan atractivo para los
quintacolumnistas de la civilización, los bárbaros de la ciudad, gentes que han
visto en esta expresión una herramienta útil para seguir avanzando en la
eliminación de las distinciones y el descrédito de todo lo que signifique
moderación. Lógicamente, ha sido llevado a un plano profesional y refinado por
artistas de gran virtuosismo técnico para que no pudiera pensarse que carece de
potencial y recursos. Razón añadida para descifrar su fundamental tendencia.
(...)
Así como el desacuerdo genera más disidencia, la emancipación que representa el
jazz ocasiona extravagancias cada vez mayores. El swing ofrece una especie de
música en la que el intérprete se encuentra totalmente a sus anchas para
expresar su egoísmo. La interpretación musical se convierte, así, en algo
estrictamente personal: el músico escoge un tema con el que improvisa sobre la
marcha, haciendo lo cual desarrolla un idioma propio. Y esto es lo que el
público admira. En vez de la manifestación escrupulosa de una forma, mediante
la cual el músico se convertía en el oficiante de una ceremonia, ahora tenemos
la individualización de la forma: una variable en la que el músico vierte sus
sensaciones y capricho mucho más libremente aún que los poetas románticos
cuando desnudaban sus maltrechos corazones.
Del
jazz se ha dicho que es “un relato indecente, con síncopa y contrapunto”. De lo
que no cabe duda es de que, como el periodismo en la literatura, ha contribuido
a abolir la noción de obscenidad.
A
la vista de esta situación, no extrañará que también pueda decirse del jazz que
es la música de la igualdad y que ha contribuido de manera importante a las luchas
por la libertad. Como la definición negativa de la libertad es la que es
(“librarse de algo”), no hace falta insistir en ello. Gracias a su dilución de
la forma, en efecto, permite que el hombre se mueva libremente, sin
referencias, y que pueda expresar ditirámbicamente cualquier cosa que extraiga
de abajo. Es una música hecha no de sueños (y, desde luego, no de nuestro sueño
metafísico), sino de ebriedades. Las fuentes más elevadas se ciegan para que
las inferiores fluyan libremente y puedan ensayar su errática danza. Es ésta,
qué duda cabe, música de acompañamiento para el empirismo, y resulta
perfectamente natural que los mayores admiradores del jazz se encuentren entre
personas primitivas, entre jóvenes y entre quienes, y parece que son legión, disfrutan
ante la perspectiva de que desaparezca nuestra civilización. El hecho de que
los temas abordados por el jazz –en la medida en que aborde algún tema- sean
brutalmente sexuales o burlones (temas amorosos sin ninguna distancia estética
y temas cómicos desprovistos de perspectiva) demuestra hasta qué punto el alma
del hombre actualmente ansía el desorden orgiástico. Y generalmente se conviene
en que lo expresado por el hombre en la música a la que es más aficionado
probablemente también sea lo que manifieste en sus hábitos sociales”.
Las ideas tienen consecuencias,
Ciudadela libros, Madrid, 2008.Primera edición University of Chicago Press,
Chicago, Illinois, USA, 1948.