“…la
música rock apela solamente al deseo sexual…no al amor, no al eros, sino al
deseo sexual rudimentario y sin cultivar. Identifica las primeras emanaciones
de la emergente sensualidad de los niños, y se dirige a ellas seriamente,
estimulándolas y legitimándolas, no como pequeños capullos que sea preciso
cuidar esmeradamente para que se conviertan en esplendorosas flores, sino como
si fueran ya lo definitivo. El rock da en bandeja de plata a los niños, con
toda la autoridad pública de la industria del espectáculo, todo lo que sus
padres solían decirles que debían esperar hasta que fuesen mayores y
comprendiesen para obtenerlo.
Los
jóvenes saben que el rock tiene el ritmo de la cópula sexual. Por eso es que el
Bolero de Ravel es la única pieza de música clásica que generalmente conocen y
que les gusta. En alianza con algún arte auténtico y con mucho seudoarte, una
industria enorme cultiva la afición al estado orgiástico de sensaciones
relacionadas con el sexo, suministrando un constante torrente de nuevo material
para apetitos voraces. Jamás hubo una forma artística dirigida tan
exclusivamente a los niños.
Contribuyendo
a la excitación y al compás de la música catártica, las letras de las canciones
celebran el amor romántico, así como atracciones polimorfas de diverso tipo, y
las fortalecen contra el ridículo y la vergüenza tradicionales. Las palabras
describen implícita y explícitamente actos corporales que satisfacen el deseo sexual
-y los tratan como su única culminación natural y rutinaria- a niños que aún no
tienen la más mínima idea del amor, el matrimonio o la familia. Esto ejerce un
efecto mucho más poderoso que la pornografía sobre los jóvenes, que no
necesitan ver a otros hacer obscenamente lo que tan fácilmente pueden ellos
hacer por sí mismos. El voyeurismo es para viejos pervertidos; las relaciones
sexuales activas son para los jóvenes. Todo lo que necesitan es estímulo”.
Allan
Bloom: El cierre de la mente moderna, Plaza & Janes Editores S.A.,
Barcelona 1989, pp.75-76.
Blog
Catapulta, 05/01/2008.