R.P.
Bertrand Labouche
Breve estudio
comparativo de la música clásica y la música rock
De
cien discos vendidos, noventa de ellos son de música rock. Es imposible ignorar
este fenómeno internacional, que representa millones de personas y de horas de
escucha.
Analicemos
un poco esta música, que es inseparable de la vida cotidiana de la juventud
actual.
Designamos
por "música rock” aquel tipo de música que escuchan los jóvenes desde los
años ’50 hasta nuestros días. Incluimos el viejo “rock’n’roll” de los años
cincuenta, el boggie-woogie, el blues, la música de los Beatles, el pop, el
hard rock, el punk rock, el heavy metal, el acid rock, el techno, el rock
psicodélico, el funk, el rap, etc. Todos estos diversos tipos pertenecen a una
misma familia; comparten entre sí características esenciales, pues se fundan en
los mismos principios de composición y de interpretación. Son estos principios
los que atraerán nuestra atención.
El
propósito de este trabajo es considerar el “rock” como música y solamente como
música que, como tal, está compuesta de elementos comunes a todo género de
música: melodía, armonía, y ritmo.
Si
estos elementos son comunes a toda música, esto no implica que sean
idénticamente jerarquizados y dispuestos. Así pues, Bach y U2, Chopin y AC-DC,
Dvorak y Black Sabbath, Haendel y los Rolling Stones, utilizan en sus
composiciones melodía, armonía, y ritmo. ¿Cómo es que estos músicos utilizan
estos elementos? En la práctica, ¿cuál es la diferencia, musicalmente hablando,
entre un solo del guitarrista de Pink Floyd y una fuga de Bach? Responder a
estas preguntas es precisamente lo que deseamos.
¡Pero
—puede objetar, querido lector— es que la diferencia es evidente! Entonces
¿por qué tantas hojas para demostrar algo que es tan claro como el agua?:
“¡Bach es la verdadera música, el rock no es más que ruido!”.
.Pero si el rock fuese solamente ruido sin duda no habría tal éxito: querido
lector, grabe un embotellamiento en su ciudad, después difúndalo, eso no será
suficiente para hacer de usted un ídolo. ¡Por lo tanto, demostrar que el rock
no es música sino ruido no es tan simple! Los Beatles, agrupaciones como Pink
Floyd, Yes, E.L.&P., el guitarrista Carlos Santana, por ejemplo, han
compuesto varias piezas musicales que, sin lugar a duda, tienen algún valor
musical. De hecho, en una obra que tiene autoridad en materia musical (“Guide iIlustré de la musique", tomo II, pág 545
Ulrich Michels, Ed. Fayard, Coll. “Les indispensables de
la musique") se afirma lo siguiente: “Los Beatles han combinado el swing a
un cierto refinamiento melódico y armónico, instrumentaciones ricas, síncopas
estremecedoras, como en el célebre Let it be’’.
Así
pues, limitarse a acusar al rock —no sin razón— de ser una música para
drogados, demoníacos y depravados, no constituirá una argumentación suficiente
para los jóvenes que están apasionados por esta música; al contrario, esto les
reforzará su apego a ella por el gusto de desafiar y de ser originales.
Obtendrá así el resultado contrario al que se busca.
Pero
colocarse en un plano puramente musical los puede llevar a escuchar con
interés a un interlocutor que, como un relativo experto, critica la “música
rock”', así, es de esperar que descubran la “verdadera música”.
Este
es igualmente el objetivo de este trabajo.
Así,
después de haber definido los elementos de la música en general (I), veremos
su aplicación en la música clásica (II), y finalmente en el rock (III). Esta
comparación objetiva nos permitirá identificar claramente lo que es la música
rock, evaluar este arte musical tan apreciado en nuestra época y predecir sus
efectos en el oyente.
La
palabra griega mousiké, designaba el conjunto de artes inspiradas por las
musas: la poesía, la música y la danza. Después, más particularmente, fue
aplicada al arte de los sonidos. Si las posibilidades de ordenar los sonidos
son innumerables, es posible, por otra parte, definir los principios que rigen
estas posibilidades. Éstos se aplican universalmente, sin importar la época,
el tipo de instrumento y el género musical. Que sea medieval, barroca, clásica,
romántica, folklórica, sinfónica, polifónica, de cámara, sacra, o de ópera,
podemos hallar tres elementos comunes a todas estas formas de música.
Éstos
son:
La melodía
Es
el aire que uno tararea, el tema de una sinfonía, de un canto popular:
identifica una pieza musical y la diferencia de otra. La melodía es la sucesión
ordenada de sonidos cuya escritura lineal constituye una forma, el arreglo
particular de las notas musicales. Pero más que una serie de sonidos,
organizados y agradables al oído, produce también un efecto sobre el alma
humana: la melodía canta los sentimientos, las pasiones, traduce un pensamiento,
expresa una realidad o un ideal; en algunas notas, evoca un ser querido, una
estación, el curso de un arroyo.
Se
desarrolla “horizontalmente” como un relato; cada una de las notas engendra
otra nota. Puede hacernos reír o llorar, amar u odiar, creer o desesperar,
soñar o bailar. Es el alma de la música. Revela la genialidad o manifiesta la
pequeñez del compositor.
“La paciencia o
el estudio bastan para reunir sonidos agradables, pero la invención de una
bella melodía es el hecho del genio. La verdad es que una hermosa melodía no
necesita de ornamentaciones ni de acompañamientos para agradar. Para saber si
es realmente hermosa, hay que interpretarla sin acompañamiento",
afirmaba Josef Haydn, cuyas sinfonías rebosan de motivos de gran riqueza melódica.
La
melodía se dirige al ser humano en aquello que tiene de superior: la
inteligencia, la nobleza del alma, el deseo de infinito, de felicidad, como lo
muestra bien Tolstoi ("La guerra y la paz”. Libro II, cap. 19): “Después de cenar, Natacha, a ruegos del
príncipe Andrés, se sentó al clavecín y comenzó a cantar. El príncipe estaba
cerca de la ventana, hablando con las señoras, y la escuchaba. Al final de una
estrofa calló y escuchó. Impensadamente subieron a su garganta unos sollozos
cuya culpabilidad no sospechó siquiera. Miró a Natacha, que cantaba, y en su
alma aconteció algo nuevo y feliz. Estaba alegre y triste a la vez. No tenía
ninguna razón para llorar, pero las lágrimas se escapaban de sus ojos. ¿Por
qué? ¿Por su antiguo amor? ¿Por la pequeña Princesa? ¿Por sus ilusiones, por
sus esperanzas...? Sí y no. Las lágrimas obedecían sobre todo a la
contradicción violenta que, de pronto, había reconocido entre alguna cosa
infinita, grande, que existía en él, y la materia, reducida, corporal, que era
él e incluso ella. Esta contradicción lo entristecía y lo alegraba mientras
ella cantaba”.
La
música es el arte que ejerce la más poderosa impresión en el ser humano: ella
sostiene al soldado listo a sacrificar su vida, eleva hasta Dios —el canto de
los salmos esencialmente melódico, hacía llorar a San Agustín— ella consuela al
afligido, equilibra los temperamentos o los sacude violentamente... La música
puede estar constituida por una simple melodía: este es el caso del canto
gregoriano, o de una partita para violín de Bach, o el sonido de un clarín...
En sí misma la melodía no necesita
de un acompañamiento. Este acompañamiento
la podrá afinar, valorizar, enriquecer, pero nunca substituirla.
A
forma de ejemplo, que introducirá la noción de armonía, escuchen el primer
preludio en do mayor del Clave bien temperado de J. S. Bach (volveremos sobre
él): está constituido por una serie de acordes admirablemente arreglados.
Después escuchen este mismo preludio sirviendo de acompañamiento al Ave María
compuesto por Gounod, podrán comprobar que la armonía de Bach cede el paso a la
melodía de Gounod.
He
aquí una serie de ejemplos de bellas melodías que, estimado lector, puede
escuchar con provecho:
-
El Aria (Suite para orquesta n° 3) de
Bach.
-
La Serenata D. 957 n° 4, de Schubert.
-
El Kyrie gregoriano n° IV.
-
El Introito “Resurrexi” de la Misa
gregoriana de Pascua.
-
El motete “Laúdate Dominum ” de
Mozart.
-
El Adagio, dicho de Albinoni.
Es
el conjunto de los principios sobre los cuales se basa el empleo de sonidos
simultáneos, la combinación de las partes instrumentales o de las voces; es la
ciencia, la teoría de los acordes y de las simultaneidades de los sonidos. Un
acorde es un sonido compuesto por varias notas: el acorde de Do mayor, por
ejemplo, se compone de do-mi-sol. Acompañará a la melodía, conformándose a
ella. Puede ser disonante, de 7a, por ejemplo(Los intervalos de
segunda, de séptima y todos los intervalos aumentados o disminuidos son
disonancias): do-mi-sib-do, dando un tinte diferente a la melodía y
requiere un acorde consonante como solución armónica; un do cantado sobre un
acorde de do mayor no “sonará” como un do cantado sobre un acorde de do 7ª o
de do menor. El compositor modificará los acordes en función de aquel que desee
evocar por la melodía.
El
canto polifónico (Palestrina, Victoria, de Lassus...), el contrapunto,(1) el
arte de la fuga (J. S. Bach), la orquestación sinfónica (Beethoven, Mahler...)
suponen un perfecto conocimiento de las leyes de la armonía. Ella ofrece menos
libertad que la melodía, de la que es esclava; si se emancipa y se torna
molesta, la pureza melódica se verá perjudicada. Esto no significa que la
armonía sea cosa elemental. Al contrario, puede ser muy compleja, pero en sí,
no es absolutamente necesaria a la melodía: el canto gregoriano, tan estimado
por los grandes músicos (2), se canta en principio a capella, es decir, sin el
acompañamiento del órgano.
La
armonía toca al hombre en sus sensaciones, sus sentimientos, sus impresiones
sensibles, su corazón. Se une con la melodía, la precisa, la matiza, como los
brillos de un diamante o la nieve de las altas montañas. Un acorde mayor le
dará un tinte, un clima particular, y un acorde menor la pintará de otro
color; cada uno de los dos actúa de modo distinto sobre los sentimientos, el
uno plenitud, y el otro una cierta melancolía. Es el vestido, el ornamento
de la melodía.
Etimológicamente
“armonía” viene de una palabra griega que significa “ensamblaje”: la armonía
es el arte de ensamblar, de combinar sonidos simultáneos en función de una
línea melódica.
Puede
acontecer que un compositor escriba una sucesión armónica con una línea
melódica en segundo plano: es el caso de la polifonía y de piezas de estudio o
de ejercicio, como el primer preludio del “Clave bien temperado” de J. S.
Bach, compuesto para sus alumnos. Gounod, como fue dicho arriba, lo utilizó
como acompañamiento de su “Ave María”: melodía y armonía se enriquecen
recíprocamente, pero la primera domina y la segunda pasa a un segundo plano.
Esta última es tanto más acabada que no se impone y mantiene su lugar con una
perfecta discreción.
Un
orador que utilice el arte del discurso no para expresar ideas sino para
hacerse notar, se torna pedante; su discurso es vacío. Él canta más que habla, él
hace de su persona el fin de su discurso. De la misma forma, una armonía que
sea desmesurada, y que quiera atraer excesivamente la atención sobre ella
misma, transforma la música en un sentimentalismo vano o en un efecto de
fanfarria. Una armonía pobre y repetitiva reducirá también la música en una
serie aburrida de acordes que giran en círculo.
Nada
más desagradable, por ejemplo, que un organista que use una pieza gregoriana
para hacer ver su propio acompañamiento; es un contrasentido musical. La
melodía no tiene más el primer lugar, es traicionada entonces por aquella que
debería servirle. Los sentimientos del organista, servidos por sus pretensiones
musicales, asfixian la pureza melódica y le quitan su contenido.
Es
el mismo error característico en las canciones de moda, cuyas melodías,
contrariamente al ejemplo precedente, son de una particular pobreza: a modo de
compensación, el acompañamiento de estas melodías es abarrotado de efectos de
toda clase, no sólo armónicos sino también vocales, instrumentales, rítmicos
“que son super buenos". Comercialmente, sin duda; musicalmente no. La
mayor parte de los éxitos de Johnny Hallyday, por ejemplo, ilustran esto.
Además, es sintomático que estos éxitos a la moda sean muy efímeros, mientras
que las grandes obras musicales atraviesan los siglos inmutables.
El
tiempo es también, a posteriori, un criterio de belleza.
He
aquí algunas obras de una gran belleza armónica:
-
La “Misa” en sí menor de J. S. Bach.
-
El “Miserere” de Allegri.
-
La “Fantasía” en sol mayor para
órgano de J. S. Bach.
-
El segundo movimiento de la “Sinfonía
Inconclusa" de F. Schubert.
(1).
“Del latín punctus contra punctuin, se aplica a la escritura con varias partes;
aquella tiene dos dimensiones: una dimensión melódica u horizontal y una dimensión
armónica o vertical (acordes sobrepuestos). Estas dos dimensiones tienen en
cuenta la noción de consonancia.
Si
la parte vertical domina, se hablará de homofonía: una parte principal (en general
la parte superior) está acompañada por partes secundarias (en acordes).
Si
la parte horizontal domina, se tratará de polifonía, esto es, de varias partes
independientes en el plano rítmico y melódico. Es en la polifonía vocal del
siglo XVI (Lassus, Palestrina) que el contrapunto halló su mejor expresión
(Ulrich Michels, op. cit.).
(2).
Mozart habría cambiado toda su obra por el honor de haber compuesto el canto
del Prefacio de la Misa. Beethoven escribió: “Para escribir una verdadera música
religiosa, estudien los antiguos salmos y cantos católicos en su verdadera prosodia”.
Gounod expresó en su testamento su voluntad de tener solamente canto gregoriano
en sus exequias.