por Aníbal
D’Angelo Rodríguez
Con
motivo de la espantosa masacre de alumnos en Carmen de Patagones, cada diario,
cada especialista, emitió su opinión sobre las causas de la tragedia. Pero en Clarín del 30 de Septiembre habló
alguien con conocimiento suficiente como para que su testimonio pueda servir de
explicación. Se trata de uno de los (pocos) amigos del autor de los
asesinatos, que cuenta: “se vestía siempre de negro, con remeras de Marilyn
Manson. Escuchaba Manson, Mettalica, System of a Down. Y hacía dibujos
satánicos (muestra cruces en llamas invertidas y cabezas atravesadas por
cuchillos). Le gustaba la cruz invertida, que significa que estás del lado del
diablo y no creés en Dios...”.
La
atroz batalla cultural que se está dando en nuestro mundo tiene varias posibles
descripciones. Con San Agustín, podríamos hablar, por ejemplo, de la Ciudad de
Dios y la Ciudad del hombre. Pero la batalla tiene hoy una dimensión que me
parece la que mejor la describe. Me refiero a la lucha por lo real. ¿Qué es, en
efecto, lo real? La cultura moderna sostiene que lo real comienza y termina en
la naturaleza como escenario y el hombre como autor. Dios es, en esta perspectiva,
una tormenta dentro de nuestro cráneo, un impulso eléctrico que circula entre
las sinapsis del cerebro y no pasa de allí. Cuando oramos, simplemente ponemos
en marcha un hemisferio cerebral pero nuestra súplica jamás sale de allí.
Para
nosotros, en cambio, la realidad no se agota en la naturaleza que encuentra el
hombre y la cultura con que intenta adaptarse a ella. Hay también el mundo de
lo sobrenatural, hay Dios y todos los que lo rodean: hay ángeles y arcángeles,
hay Santos que ya comparten esa otra forma de la realidad, tan real como
nuestro mundo visible.
En
el medio quedan todas las víctimas de la modernidad, como el jovencito que en
una ciudad perdida de nuestro perdido sur masacró a sus compañeros. El mundo
plano, unidimensional y vacío de nuestra era no les basta. No le puede bastar a
nadie, porque es un mundo espantoso que nos deja solos frente a un vacío imposible
de colmar.
En
cambio, la realidad en el que nosotros creemos, la verdaderamente existente,
les es ajena, porque el mundo moderno les ha cegado los ojos del alma.
Entonces ese mundo, que comenzó con una apelación a la racionalidad, los hace
sucumbir ante la más absurda de las irracionalidades y preferir al diablo antes
que a Dios, la cruz invertida antes que el madero de la salvación.
Ahora
se precipitarán sobre el chico convertido en criminal una nube de psicólogos,
psiquiatras y terapeutas de vuelo corto. Intentarán convencerlo de la
irracionalidad de su creencia en el diablo. Cuando terminen con él habrán
dejado un robot más que quizás no sea autor de más muertes, pero no será -mucho
me temo- porque haya entendido la vida sino porque habrán terminado de vaciarle
el alma.