Por
Carlos A. Manfroni
Hay
gente que aparenta no tener otra representación de la subversión que la imagen
de un guerrillero arrojando una granada contra la puerta de la casa en la que ella
vive, y esto siempre y cuando no sea alquilada.
Lo
cierto es que la subversión es algo mucho más profundo, de lo cual el hecho
descripto podría resultar —en todo caso— sólo una consecuencia.
Los antiguos romanos, quienes —como buenos
agricultores— eran más conocedores de la realidad y menos individualistas que
la clase de personas a la que aludimos, designaban con la palabra
"subverto" a la acción de “revolver, remover lo de arriba abajo,
como cuando se ara", y también de "destruir, arruinar, trastornar,
demoler". La frase "subvertere aliquem" significa
"arruinar, perder a alguno", así como "subvertere mores
patriae": "trastornar las costumbres patrias". Ellos, como
todas las grandes civilizaciones, advirtieron que en el Universo existe un
orden natural, permanente, inmutable a través de los siglos, que no proviene
de los hombres sino de la Divinidad, y que la oposición a ese Orden origina la
ruina del hombre y del Estado. Más tarde, el mundo conoció la perfección
suprema de ese Orden Natural a través de Nuestro Señor Jesucristo y de su
Gracia, en el Orden Sobrenatural.
El
hombre, como ser inteligente, capta el Orden
Natural por medio de la razón y
el Orden Sobrenatural por medio de
la Fe, y así iluminada la inteligencia,
transmite la luz a la voluntad, la cual —a su vez— gobierna a las pasiones.
Como se ve, hay también un orden en las potencias del alma humana: que las pasiones obedezcan a la voluntad,
la voluntad a la inteligencia y la inteligencia a la Verdad.
De
este modo, el ser humano puede —conforme a ese Orden- proyectar su acción sobre
las cosas y sobre sí mismo, y así dar origen a la Cultura. Proyecta su acción sobre sí mismo para hacerse más sabio
(ciencia) o para hacerse más bueno (moral), o para hacerse más sano (gimnasia),
y proyecta su acción sobre las cosas para hacerlas más útiles (técnica) o para
hacerlas más bellas (arte). Guando esa transformación de la realidad hacia la
perfección es común a todo un pueblo, conforme a una tradición que —como tal—
es fiel a su origen, a su esencia y a su destino, puede hablarse de una Cultura Nacional.
El
ARTE —una de las facetas de la Cultura— es, pues, un producto de la
inteligencia, la que habiendo vislumbrado la maravillosa Belleza del Orden y
percatándose de su proveniencia divina, gobierna a la voluntad y a las pasiones
volcándose sobre las cosas para acercarlas a la Suprema Belleza. Pero en este
proceso existe una reciprocidad; la realidad es —de algún modo—
"agradecida-', y una vez así transformada por el Arte, recompensa al
hombre con el gozo de su contemplación, la cual le ayuda a elevar su alma y así
efectuar nuevas transformaciones, cada vez más cerca del Orden, es decir: cada
vez más cerca de Dios.
Dentro
del Arte, la Música tiene un papel
preponderante; al fin y al cabo, el Universo todo es una brillante
sinfonía. Música hay en la melodía abismal de las galaxias y en el movimiento
inmensurable de los átomos; música en las escalonadas fotosíntesis de los
campos y en los estentóreos amaneceres de los pájaros; música en el tórrido violín
de las cigarras y en la impecable violencia de las nieves; música en la
infatigable nobleza de las olas y en el paso airoso de los vientos; música en
las palabras de todas las edades que inmarcesibles siguen sonando en el
presente, y en el gótico silencio de los templos; música en los eviternos Coros
de los Angeles y en las añoradas trompetas del Fin de los Tiempos. Así como
todos los colores se agrupan para conformar el blanco, signo de la Divina
Pureza, así todos los sonidos se unen para conformar la inmaculada nota del
silencio, símbolo majestuoso de la verdadera Paz que sólo se alcanza en la
contemplación de la Gloria de Dios. De un modo u otro, toda la naturaleza es un
canto a la Majestuosidad del Señor.
Siendo
esencialmente armonía; la Música está presente en las demás artes, las cuales
gustan por lo que de ella tengan.
La
influencia de la música sobre el espíritu humano fue valorada por todas las
culturas. Ya desde la antigüedad, los chinos la consideraban como uno de los
medios más idóneos para ayudar al hombre a sumarse a los movimientos de la
naturaleza. En la Antigua Grecia, la música era una forma de representar el
orden del Cosmos y ayudaba a armonizar las potencias del alma, por lo que tenía
gran importancia en la educación (Platón, República, Libro VIII). En la cúspide
de la civilización, el Canto Gregoriano representa la forma más alta de
elevación del espíritu por la vía de la
estética. La unión pacífica y homogénea de las voces y la jerarquización de la
melodía llaman a la unión del género humano en pos de la Voluntad Divina.
Pero
así como el hombre actúa conforme al Orden, también puede actuar en contra de
él. Hay una forma de actuar contra el Orden, que tiene lugar cuando la voluntad
se subleva contra la inteligencia; así: cuando se roba, se mata o por
negligencia se atenta contra la sabiduría o la belleza, como el arquitecto que
por ahorrar esfuerzos construye mal su casa.
Mas
existe una forma terriblemente peor de actuar contra el Orden, la cual se
produce cuando la inteligencia se subleva contra la Verdad y pretende construir
ella misma su propio orden en contra de aquél. Es decir, que en el pecado
contra la Ley consista precisamente la ley. Y esto ya es SUBVERSION.
La
subversión es, pues, toda proposición contra el Orden Natural o Sobrenatural
con pretensiones de legitimidad universal. A partir del nuevo "orden"
que ella crea, que no es más que una caricatura del primero, la acción humana
se proyecta sobre las cosas conforme a una inteligencia pervertida, ya no para
perfeccionarlas sino para envilecerlas. Y en un proceso inverso al del Arte,
con la misma reciprocidad con la que en éste le devolvían el bien, las cosas devuelven
ahora al hombre su maldad y su mentira. Con la idéntica fuerza de influencia
con la que elevaba su alma, la realidad deformada por el falso arte toma su
venganza contra la soberbia humana, cada vez más desorientada.
El
Rock es la antítesis de la Música. En él se sobrepone el ritmo a la melodía
como perfecto signo del dominio que en la contracultura, las pasiones ejercen
sobre la voluntad y ésta sobre la
inteligencia. Está psicológicamente comprobado que el ritmo se liga a la
parte concupiscible del hombre, en tanto la melodía se relaciona con lo
espiritual. El ritmo destemplado exacerba las pasiones contra el espíritu.
"Los cambios de ritmo producen, además, otro
efecto importante en este verdadero "lavado cerebral", que es la
música 'rock'; la polirritmia musical —propia de la música progresiva— acentúa
la penetración del mensaje —sea éste subliminal o no— aumentando la intensidad
de respuesta del sujeto. Precisamente, esta es una de las peculiaridades de la
nueva música: ser de una frecuencia cambiante de tres por cuatro y cinco por
cuatro, en forma similar a los experimentos de Pavlov. El doctor Josep Crow,
profesor de psicología del Pacific Western College, ha expresado que ‘El empleo
del ritmo rock puede producir estados hipnóticos. Los jóvenes escuchan cientos
de veces la misma canción…la repetición es la base de la hipnosis’. Esto aumenta
el grado de sugestionalidad del oyente, generando acciones futuras de tipo
imprevisible". (Alberto Boixadós; Arte y Subversión, pág. 47/48).
En
los festivales de rock, el efecto se multiplica. Alguien que observó atentamente
el de New, Port, en Estados Unidos, comprobó que "los chicos asistentes adquirieron reflejos condicionados, como el perro
de Pavlov; cuando escuchaban un 'rock' abrían su corazón a la bandera de
vietcong y la liberación total del hombre; cuando escuchaban un 'pop' sentían
deseos de matar a un policía". (Op. cit. pág47).
¿Está
muy lejano este festival de los que actualmente se realizan en nuestra
República Argentina? Quien quiera quitarse la duda, que asista a uno de ellos
o, si no le da el estómago, interrogue a los asistentes.
Lo
realmente increíble es que aún exista gente, cualesquiera sean sus
inclinaciones musicales, que no crea en el poder de la música.
Hace
algo más de un par de años, un juez de la Nación desestimó una denuncia
formulada por una letrada en representación del Estado Nacional por la posible
comisión del delito de apología de las drogas, respecto del tema
"Cocaína", interpretado por Eric Clapton. Entre los fundamentos de su
sentencia, dicho magistrado señalaba que "delgado favor haríamos a tan culta
y dichosa civilidad si por escuchar el disco, la juventud fuera en busca de la
droga". Y, para colmo, agregó en las sentencias sus opiniones personales
acerca de la censura, con lo cual no hizo más que censurar los derechos que
tiene el Orden contra la subversión, haciendo la apología de la libertad
absoluta, porque según el magistrado, "cuando el individuo puede optar,
cuando tiene al alcance los medios suficientes para comparar y elegir sin
cortapisas, sin tutores —y sin paternazgos que indefectiblemente cercenan su
inventiva— (entonces) lo espurio, lo bastardo queda aislado y concluye por fenecer
sin pena ni gloria, dando paso a los verdaderos y perdurables valores".
Evidentemente Su Señoría no parece tener en cuenta el pecado original y no
puede admitir que "la cultura de todo un pueblo va penetrando en una larga
noche de la que resulte imposible emerger". (Diario Clarín, 25 Nov./80,
pág.32).
Mientras
sigamos sin advertir la magnitud de la influencia del arte (verdadero o falso)
sobre el espíritu humano, mientras continuemos sin creer en el poder de la
música, la subversión, que siempre es —ante todo— intelectual, seguirá burlándose
de la justicia, como siempre ha pretendido hacerlo a través de todas las
épocas: "Y en la casa la noche pasa amablemente,...y el juez indiferente
si alguien se ríe de él". (Charly García, Música de Fondo para Cualquier
Fiesta Animada, año 1974).
Revista
Cabildo 2ª Época Nº 62, Marzo de 1983.