“Satanás, que también
existe (aunque ha logrado convencer a los hombres de lo contrario y de ser un
invento de los curas) y que vivirá eternamente, como el propio Dios y sus criaturas
predilectas –hombres y ángeles- recoge sus mejores y abundantes cosechas en
medio de los ruidos ensordecedores de la cultura musical moderna. La música
moderna es satánica. No solamente por sus letras asquerosas, repelentes,
nauseabundas, incitadoras a la degradación y a la prostitución de todas sus
facultades y sentidos sino porque, ante todo y sobre todo, es ruido y más
ruido, ¡infernal, insoportable!
Basta acercarse a esos
conciertos de música rock (y similares) para palpar y oler físicamente el
infierno y a Satanás. Probablemente no existe instrumento más eficaz para la
aniquilación de los valores innatos propios de la juventud que la música
llamada moderna.
En el silencio –y en el rumor
de las brisas suaves- nos dice la Biblia que podremos hallar a Dios. Es donde
se encuentra a gusto. Por eso ha huido de los hogares modernos en los que el
silencio brilla por su ausencia. ¡Qué difícil resultará, por lo tanto, encontrar
en los hogares de hoy el clima ideal para toparse con Dios! El hombre de nuestros
días no sabe vivir si no está inmerso en ruidos: televisores que no se apagan
nunca, radios a todo gas, reproductores de CD’s, MP3, “play stations”, multimedia, estruendos que se suceden sin solución
de continuidad. Lo fundamental e imprescindible es que el ruido no cese con lo
que se le facilita a Satanás encontrarse a su gusto en ese ambiente.
Diríase que esta sociedad
de nuestros pecados está convencida de que nuestros niños, sin ruidos a su
alrededor, podrían sufrir un trauma y el silencio podría provocarles una lesión
cerebral…”
Gil de la Pisa Antolín, “Esto vir! (¡Sé hombre!),
Ediciones Ojeda, Barcelona, 2011.