Marxismo berreta y marketing de la falopa
Por
Guillermo Rojas
Si tomamos sones diversos, sean estos
tropicales, carnavalitos del altiplano o zambas y cuecas cuyanas y los mechamos
con un poco de música country, blues de Nueva Orleans y algo de rock and roll
común. Si al mismo tiempo a esta música le agregamos letras en algunos casos
ininteligibles o disparatadas, en otros sólo entendibles por la gente “del
palo” (de la droga) y en la mayoría de los casos exudantes de un marxismo
tosco, de un resentimiento desaforado contra todo y contra todos y una
subliminal, disimulada o en las más de las veces explícita y grosera
propaganda del consumo de estupefacientes (cuando no del tráfico) y de la
ingesta de alcohol. Si, además, le sumamos a dichas letras palabrotas y
referencias sexuales, habremos logrado uno de los productos musicales con que
los traficantes de basura cultural intoxican hoy en día a la juventud.
Viene esto a cuento por
las declaraciones realizadas desde esa suerte de nueva cátedra de moralización
trucha en que se han convertido los escenarios de los recitales de rock, por
boca de uno de los ejecutores más encumbrados de este nuevo género musical que
podríamos llamar “narcobolche". Este sujeto, apellidado Cordera, máximo exponente
de la banda llamada Bersuit Vergarabat,
que grabara memorables CD como Hijos del
Culo y La Argentinidad al Palo,
manifestó desde su infinita sapiencia y un exquisito conocimiento de las obras
completas de Freud, su repulsa contra lo que él llama la moral judeocristiana,
que siempre, según dicho egregio disertante; ha introducido la culpa en el
hombre formando a millones de infelices.
Gustavo Cordera. |
No vamos a referimos a
las declaraciones en sí de este personaje, intercambiable él y sus dichos por
otros que deforman conciencias desde televisores, salas de teatro y equipos
de música a millones de personas jóvenes y no tan jóvenes. De ellas solo
diremos que no son diferentes de las que se pueden extraer de la
"Enciclopedia Maradona Básica" del lugar común zurdo, que suele manejar
al dedillo todo semianalfabeto resentido que se precie de tal, no son
diferentes a “el Papa vive en la riqueza cubierto por un techo de oro”, “admiro
al Che Guevara porque murió por sus ideales” o “una cosa es ser drogadicto y
otra un consumidor social”.
Lo que sí es interesante
resaltar es a quién obedecen estos personajes del grotesco diario argentino y
a quiénes hacen ganar millones, vendiendo mercadería averiada a una masa que
delira por las sandeces que suelen espetar desde medios de prensa diversos o
desde sus canciones de supuesta protesta contra un Sistema al que, a la hora de
los mangos, sin duda alguna pertenecen fanáticamente. Prueba de ello es el
escandalete que por motivos crematísticos estallara últimamente con Tinelli
(otro para la galería), quien difundiera los temas de la última joyita musical
de la Bersuit sin pagar los correspondientes derechos de autor.
Éste y otros conjuntos
similares (hay varios en el país), desde hace algunos años vienen martillando
sobre la mente de incautos a los que les han hecho creer que son los emisarios
y juglares de una rebelión purificadora que comienza por el consumo de
substancias alucinógenas o cartones de tetra, sigue en la cama de un telo y
culmina en la revolución social.
Estos personajes
obedecerían, entre otros, a los emporios montados, sobre el amasijo de
neuronas y almas, por empresarios como los “rebeldes pop” Pergolini o Daniel
Grinbank. Sujetos que mediante estas estrellas de la juventud han amasado considerables
fortunas destruyendo todo tipo de valores, increíblemente
con excusas seudo moralizantes o justicieras, difundiendo la contracultura, la
imbecilización y el libertinaje en todos los órdenes
como algo simpático, risueño
y si se quiere inteligente “piola” y trasgresor. Representan lo que aspira a
ser y a hacer el joven de hoy, “hacer lo que se le canta”, siempre con un
trasfondo zurdoide o progre, de lo que ellos llamarían hacer crítica del poder,
sin dar alternativa alguna. Nihilismo cultural puro. Ellos completan la destrucción
de lo que aún queda de los valores tradicionales, mientras embolsan dinero, en
muchos casos provenientes del mismo Estado y que les pagan las bandas
partidocráticas (no precisamente de música), las que se turnan en la
administración del mismo, para que critiquen y se mofen de adversarios o para
evitar ser criticados y burlados.
La música “narcobolche”
integra ese universo de degradación que se abate sobre nuestra Patria pero no
es una exclusividad argentina. Para dar solo algunos ejemplos, así como aquí
tenemos al filósofo y moralista Cordera y su Bersuit, en México es Molotov y
Uruguay tiene a La Vela Puerca, el conjunto emblemático de la barra brava de
Nacional de Montevideo, un hato de violentos desaforados reventados por la
cocaína, la marihuana y el alcohol. Justamente a ello se refiere el nombre de
ese conjunto, al famoso porro de canabis.
Las canciones de estos
grupos no se olvidan nunca de los desaparecidos, de la dictadura y menos aún de
la Bonafini y su “Shoklender’s boys” quienes suelen concurrir exultantes a sus
presentaciones.
Surcadas por crípticas
afirmaciones y un, permanente apología de la droga de la que hacen el
marketing, delante de una amorfa mesnada de creyentes que ponen su dinero en
entradas o en la compra de CD -cuando no dejan el pellejo luego de incidentes a
la salida de los recitales, siempre “lamentables' y en los que los artistas
organizadores y empresarios “nada tienen que ver”- sus “obras de arte” arrasan,
venden por millones.
Y aquí está el punto y
nos damos por vencidos a la evidencia: que estos emisarios de la moralina
progresista y zurda solo tienen como norte ganar dinero haciéndose los
abanderados de una seudo contestación social y ejerciendo una repugnante demagogia
sobre la juventud, incitándola a tolerar, aplaudir y adherir a los vicios que
corroen el alma y la mente del hombre, llegando inclusive a ver como lógica y
deseable la autodestrucción mediante los narcóticos y el alcohol. Esa es la
ética y la moral “narcobolche”. Lo lamentable, pero para nada sorprendente, es
que desde el Estado se les dé aire permanentemente y se aliente a los jóvenes a
concurrir a sus recitales. Nuestra falta de sorpresa se explica cuando desde
ese mismo Estado se pretende establecer la edad para votar a los dieciséis
años. La Bersuit los idiotiza y la partidocracia los amontona.
Patria Argentina, Año XIX, N° 203 - 7 de
octubre de 2004.