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martes, 3 de septiembre de 2013

CRÍTICA DE LIBRO – RENÉ LABAN, MÚSICA ROCK Y SATANISMO




RENE LABAN, Música Rock y Satanismo, Ed. Obelisco, Bar­celona, 1986, 121 págs.

Por Alejandro Geyer
Revista Gladius Nº 7, navidad de 1986


En los últimos años han apare­cido diversos estudios acerca del fenómeno que podríamos llamar “la revolución cultural de la música Rock”. Bástenos tan sólo citar “El Rock and roll, una violación de las conciencias” del P. Jean Paul Regimbal O.SS.T., o también “Arte y subversión” y “La revolución en el arte moderno”, ambas de Alberto Boixadós. Pero no sólo dentro del campo católico se trata de descubrir lo que se esconde detrás de la mú­sica Rock. En el caso del libro que nos ocupa, en ningún momento el A. hace una confesión explícita de fe cristiana. Más aún, consideramos necesario aclarar dos puntos antes de empeñarlos en el análisis del contenido de la obra. Ante todo, que Ed. Obelisco, en lo que respecta a la co­lección a que pertenece la presente obra, a saber, “Testigos de la Tradición”, incluye una serie de publi­caciones dedicadas a temas esotéricos (cf. “En el más allá”, "El Tarot egipcio”, etc.). Y en segundo lugar, que R. Labán se profesa guenoniano, si bien es innegable el acierto con que Rene Guénon ha sabido enjuiciar las gravísimas taras del mundo mo­derno (cf. por ej. “El reino de la cantidad”) y exaltar los valores per­manentes de la tradición, no es po­sible pasar por alto muy serias fa­lencias en otros campos de sus inves­tigaciones, por lo cual este libro ha de ser leído con precaución.
En continuidad con el pensamiento de Guénon, el A. señala cómo esta “pseudo civilización” está siendo víc­tima de un “plan de subversión en todos los niveles tan coherente, que no puede ser sino obra de una inteligencia única que lo inspira y coor­dina” (p. 18). Se trata de “desestabilizar” no ya un país sino la cultura del mundo entero, que no haya ideales, ni convicciones en que se apoye la personalidad. Luego ven­drá un segundo paso: inculcar ideas nuevas, es decir, otro programa de vida. “Asistimos así a una despro­gramación seguida de una reprogramación” (ibid.). Esto en los niveles religioso, social y cultural.
No es preciso ser muy astuto para darse cuenta de que en el mundo de hoy, en la civilización moderna que tanto pregona el primado del amor, existe y se difunde el odio: un odio real a Dios (Cristos escupidos y pisoteados...), un odio al orden político natural, y un odio a la cul­tura en cuanto transmisión de valo­res perennes y trascendentes. Para lograr la destrucción de estos tres objetos de odio, la “inteligencia” que lo inspira ha entendido que pertenece a “la perfección del plan” la elec­ción de sus víctimas precisas, a sa­ber, “la gente joven, en particular los más sensibles y receptivos” (p. 21), que serán los constructores del mundo de mañana. A los adultos no se los tiene en cuenta ya que dentro de unas pocas décadas habrán dejado de existir.
Tres son los valores por destruir y tres los fenómenos que guardan entre sí más de una conexión: las sectas pseudorreligiosas, las drogas y la música rock. A un joven que se lo ha vaciado —“desprogramado”— de los valores verdaderos, hay que “reprogramarlo” con “algo”. Y ese “algo” es el que ocupará el lugar de lo divino, una parodia de lo divino de la que Satanás es el padre. En esta obra el A. se limita a estudiar el tercero de los fenómenos: la música rock.
En lenguaje guenoniano, “satánico” es todo aquello que se opone a la “tradición” (expresión que no tiene en Guénon el sentido católico de constituir una de las fuentes de la Revelación divina), es decir, es toda acción “antitradicional”: “Satán, cualquiera que sea la forma que pueda revestir, no es sino la resolución metafísica del espíritu de la negación y de la subversión, por una parte, y por otra, encarna en el mundo terrestre lo que conocemos como ‘contra-iniciación’” (p. 37). La obra satánica se caracteriza, pues, por la “contra-iniciación“ y la “pseudo-iniciación”. Al trabajo de “pseudo-iniciación” se encuentran abocadas todas aquellas sectas nuevas, a las que es tan propenso el hombre de hoy; y hay “tantas pseudo-iniciaciones como falsos maestros dispuestos a venderlas por unos dólares o un poco de devoción a su orgullo” (p. 38). Según los guenonianos el campo donde actúa la influencia satánica no es el espíritu sino el psiquismo, mental y emocional (?), ámbitos que serán especialmente atacados y eventualmente destruidos por el Rock and Roll. Los mejores compañeros de este tipo de “música” serán siempre la violencia, la agresividad, las modas más absurdas y ridículas (“hombres” que usan aros, caras pintadas de distintos colores, etc.), el consumo de toda clase de drogas, el amor libre, la homosexualidad, la bisexualidad, el sadomasoquismo y, por último (hasta el momento), lo expresamente satánico.
Quien conozca de posesiones diabólicas podrá observar la misteriosa similitud que hay entre un poseso real y muchos de los que ejecutan el Rock o aquellos que asisten a sus recitales. Gritos, alaridos, gestos inhumanos, manos en alto haciendo los cuernitos, cambios de la voz, masturbaciones en los escenarios, orinar a la gente, robos y asesinato de jóvenes. Estas y otras yerbas son síntomas que se manifiestan en los grandes recitales. Los conciertos de AC/DC (Anti Christ / Death to Christ) o de Alice Cooper son un claro ejemplo de ello.
Otro tema que analiza el A. es el de los mensajes subliminales: “Un mensaje subliminal es, en pocas palabras, un impulso destinado a alcanzar a su auditor o visualizador directamente en su subconsciente. Escapa al oído, vista y demás sentidos externos y penetra directamente sin que la conciencia pueda oponérsele. En la música rock nos encontramos con varios tipos de mensajes subliminales. Estos van desde la simple sugerencia, la simple incitación a la violencia o la destrucción... hasta las más sofisticadas formas de excitación sexual, o las más descaradas invocaciones satánicas” (pp. 58-59). A esto podríamos agregar que la música no es el único medio para transmitir un mensaje de esta clase. También lo son las tapas de los L.P. con dibujos y símbolos satánicos, las modas que imponen (remeras, pantalones, bolsos, etc., con dichas caricaturas) y especialmente los video-clips donde se encuentran los mismos mensajes (en Buenos Aires ya se los transmite por televisión y son muchas las personas que los alquilan en los video-clubs).
El A. nos aporta algunos datos interesantes que constituyen una prueba para más de un incrédulo que no acepta la realidad. Ya el P. Regimbal había hablado en su obra de la sociedad secreta Illuminati. Pues bien, un integrante de dicha secta habría sido el satanista más importante del siglo xx: Aliester Crowley, quien se autodefinió como “la gran bestia” o “666”. Desde 1898 fue miembro de la sociedad secreta “The Golden Dawn” (La aurora dorada), a la que pertenecen el líder de Led Zeppelin (Jimi Page) y Ozzy Ousbourne, de Black Sabbath.
Por otro lado no deja de llamar la atención el hecho de que la casa en que se filmó la famosa película “Rosemary’s Baby”, que era propiedad de su director Roman Polansky, había pertenecido a Aliester Crowley. Recordemos que fue allí donde se realizó el asesinato ritual de la actriz Sharon Tate (esposa del director) por el satanista Charles Manson. Pero esto no es todo. El siguiente propietario moriría también asesinado el 8 de noviembre de 1980. Se trataba de una estrella del rock: John Lennon (cf. p. 80). ¿Es esto pura coincidencia? ¿Es casual que la cara de Crowley sea una de las que aparece junto con otros personajes en la tapa del L.P. de los Beatles “Sergeant Peppers”?
El conjunto KISS no ha sido olvidado en este libro. Además de lo ya sabido, el A. nos revela un interesante detalle: el primer L.P. que grabó dicho conjunto lleva su mismo nombre “KISS” (Kings in Satan’s Service), el segundo, “Hotler than hell” (Más caliente que el infierno), y el tercero, “Dressed to Kill” (Vestidos para matar). Si concatenamos la secuencia descubrimos un curioso mensaje: “Reyes al servicio de Satán más calientes que el infierno vestidos para matar” (p. 106). ¿Seguimos con las casualidades?
Para dejar despierta la curiosidad de los lectores no queremos referir aquí todas las novedades que incluye este libro tan interesante. A los entendidos en la música rock y el satanismo esta obra los ayudará para comprender más profundamente el “plan de subversión diabólica” que se está desatando en el mundo. A los que se resisten a creer, a pesar de tantas evidencias, nada mejor que las palabras de René Labán: “Quizá hablando tan claro nos expongamos a las burlas de los incrédulos o a las dudas de los que sí creen; lo sentimos; que el que tenga oídos para oír que oiga y que el que no los tenga se ponga unos auriculares o cascos y se autohipnotice con música rock” (pp. 47-48).