Por
Carlos Pérez Agüero
Después de un trabajo de varios siglos de
destrucción, se ha logrado acabar por fin con aquello antes conocido como,
“sentido común”.
Ese sentir había logrado aquel glorioso apelativo habiéndose instalado en
una mayoría suficiente amplia como para poder ser llamado, “común”.
Aunque nunca llegó su triunfo a ser total,
perfecto y completo (como toda cosa humana, perecedera y falible) sin embargo,
había logrado instalar un cierto grado de sensatez general. Esto venía siendo
sostenido, en parte, por una sabiduría popular durante siglos, registrada y
archivada en la memoria de las gentes en los dichos y en los refranes populares. Digo bien, en parte,
porque la raíz, lo más importante, se afincaba en la instrucción y en la
vivencia de la religión desde la infancia: El sentido de lo sagrado; el saber
que el hombre es solo una criatura dependiente; la responsabilidad sobre su
propio destino; y no solo sus derechos en la sociedad sino también sus propios
deberes para con ella; El sentido de ésta vida; el saber que existe lo bueno y
lo malo, y que no está permitido hacer cualquier cosa sin antes considerar no
solo el bien individual sino también el social; que las acciones buenas o malas
no terminan clausuradas en nuestro pequeño mundo individual sino que tienen una
repercusión en todos los demás seres y las cosas que nos rodean. Que cada
acción nuestra se difunde a nuestro alrededor como las ondas en una fuente de
agua; que aún nuestra vida interior tiene una influencia afuera de nosotros,
para bien o para mal; Que existía un juicio después de la muerte con un premio
o un castigo in eternum. Y todas estas cosas conformaban un intrincado tejido
capaz de cobijar y, a la vez, de dar un piso en donde afirmarse para poder
andar. Todo esto llegó a conformar naturalmente un sentir común acerca de todas
las cosas. Llegó a formar aquello
conocido como el “buen sentido” o sensatez, a tal punto de haber
merecido llamarse “sentido común”. Pero a causa de su liquidación y expulsión
de la sociedad toda, (celebrado por algunos como un triunfo) podríamos llamar a
los restos esparcidos de aquel sentido otrora común, sobreviviente ahora solo
en pequeños islotes, cada vez más raros, como el sentido menos común que
existe. Entonces existirá desde ahora otro tipo de sentir común. Es el de
sentirse los hombres navegando todos a la deriva, sin brújula y sin destino
cierto de nada. Ya no hay piso en donde apoyar los pies para poder andar, ya no
hay un norte que nos guíe, no hay brújula, no hay mapas. Solo cantos difusos de
sirenas engañadoras, cantos halagadores del egoísmo y de placeres que dispersan
y embrutecen al hombre; Y fuerzas titánicas desatándose por todas partes y
agitando furiosamente las olas sobre las que flotamos. El cielo ha sido
ocultado y cerrado con las espesas nubes de locas ideologías, manejadas por los
pocos poderosos que azuzan el caos para reinar desde sus tronos seguros y
ocultos en esas mismas oscuridades. Ha sido abierto un negro abismo debajo de
los hombres. La trascendencia hacía arriba ha sido suplantada por otra, hacia
abajo, hacia las cavidades infernales. Síntoma claro manifiesto ya en la
música, el cine y el arte todo (incluido el sacro, o lo que quede de él). Es que quieren comenzar una sociedad nueva y
un mundo nuevos desde el cero. Diabólica ilusión que ignora la verdadera
naturaleza del hombre y de todas las cosas. Se crea la máquina de una sociedad
teórica y tecnológicamente perfecta y, luego, se pretende meter al hombre
dentro de ella y, si el hombre se rompe, no será culpa de la máquina sino del
hombre. Entonces habrá que remodelar al hombre. Hacer un hombre nuevo, para que
pueda funcionar dentro de la sociedad-máquina, sin romperse.
Sin considerar que lo que podría funcionar allí
adentro no puede ser jamás el hombre natural sino un hombre artificial, un
hombre máquina, un robot. Me retracto. Sí. Han considerado al hombre natural.
Al hombre tal como le conocemos, o lo que va quedando de él. Al hombre, por
decir así, naturalmente humano. Entonces hay que remodelar a este hombre.
Hacerlo más maleable, más afín, más adecuado a la máquina. Y esto sería,
precisamente, un robot – piensan los ideólogos ayudados por sus tecnócratas – y
un robot no se romperá además de poseer
una ventaja adicional. Y esta ventaja es esta, el robot puede ser programado para que no se
rebele. Los robots no se rebelan, no pueden como robots que son. Solo hay que
saber “fabricarlos”, programarlos. Y los medios de comunicación han logrado ya
muy significativos avances en este sentido. Hasta ahora ha significado más que
un buen ensayo. Tal vez haya aún que hacer algunos “ajustes” con otros “métodos
auxiliares”. La máquina ya está en marcha. Hemos anestesiado bastante al
paciente como para lograr una operación sin demasiados inconvenientes. Siempre
habrá algunas reacciones ante el dolor por herir a la naturaleza. Pero eso ya
¡qué importa! Lo que importa realmente es lograr esa sociedad “perfecta”,
matemáticamente perfecta. Científicamente perfecta. Creada solo por el hombre y
hecha a su medida. No más misterios. Una sociedad de laboratorio, una sociedad
clínicamente esterilizada ante posibles virus. Ya no habrá el antiguo y
obsoleto “sentido común”. El obsoleto sentido común de antaño era, no solo un
fruto natural de la humanidad, sino que había sido “tocado” y transformado por
el cristianismo. Por eso ya no sirve más. Desde ahora habrá de haber un nuevo
sentido de las cosas, de todas las cosas, y regirá desde hoy. El Anticristo ha
hablado.