por
Guillermo Rojas
(“De Patagones a Cromagnon”)
Cuando
hablamos de las características del progresismo dijimos que se mueve en el
ámbito de la cultura y que se trata de la incorporación al sistema de la
globalidad de los residuos del marxismo reciclados.
Particularmente
en nuestro país hace más de 20 años que forma parte del poder junto con los
epígonos de la economía capitalista. Capas geológicas de estos personajes se
han eternizado en las áreas de educación y cultura, tanto nacionales como de
las diferentes provincias, implementando planes educativos de los “más
modernos” (FLACSO) convirtiendo la educación en una suerte de caos. Han
manejado la cultura a sus anchas internalizando en la gente todos y cada uno de
sus mitos y clichés.
En
determinadas áreas de seguridad, en algunas policías y en la justicia han
tenido una principal participación con el corolario de inseguridad e impunidad
de la delincuencia vastamente conocidos. Han cogobernado con cualquier
gobierno que fuera, desde 1983, incluido el por ellos odiado presidido por
Menem. Por ello no pueden hacerse los desentendidos de una parte de la realidad
que ellos mismos han contribuido a formar con sus postulados desquiciantes.
Podemos reiterar entonces lo dicho en su oportunidad con referencia a la
conformación del sistema político en sí y su incidencia en la población,
especialmente en los jóvenes.
En efecto la segregación
hacia los márgenes del sistema de amplísimas capas de la sociedad impulsadas
por el horror económico, la desaparición lisa y llana del Estado como elemento
de contrapeso en las relaciones desiguales entre particulares y la deserción
del mismo en la provisión de los servicios que le son propios como la salud,
la educación...la seguridad, han llevado a una importante porción de los
argentinos a vivir bajo el paraguas de la Providencia.
La reestructuración del
capitalismo, vigente desde hace treinta años, ha acarreado el cierre de
innumerables fuentes de trabajo, determinando niveles elevadísimos de desocupación
y subocupación, así como la extranjerización permanente de recursos sobre la
base del pago de los servicios de una deuda impagable, sustrayendo esos recursos
y riquezas para engrosar las arcas de la usura internacional. Todo esto fue
realizado durante la plena vigencia de la sacrosanta democracia y por medio de
la partidocracia que, en forma hipócrita o esquizofrénica, se rasga las
vestiduras hablando de los pobres y los marginados cuando ella misma los
fabrica. Solo este año se extranjerizarán cerca de 10.000 millones de dólares.
Se agrega a la vertiente
económica del sistema lo cultural o psicosocial, que determina una suerte de
anomia de la sociedad y más aún de las porciones más jóvenes de la misma que se
desenvuelven en un ámbito de permanente disolución y cuestionamiento de
valores antes incuestionables. La desaparición de la idea de pertenencia a una
nación, a una familia, la difusión de la cultura de las drogas y de la música
basura que la propagandiza (rock, punk-rock, cumbia villera) disfrazada en
muchos casos con el manto de una suerte de contestación social, el estímulo de
conductas indecorosas y de destrucción de la moral sexual, especialmente desde
los diferentes medios de comunicación, como la TV con sus espectáculos
grotescos o bizarros profundamente imbecilizantes, la prolongada exposición a
actividades “opiáceas” como el fútbol y los espectáculos deportivos elevados al
rango de “cuestiones importantes”.
Muchas de las cosas
reseñadas son elementos predilectos de manipulación del progresismo, esa
mixtura informe de neomarxismo de Frankfurt, gramscismo y freudismo
psicoanalítico que durante estos últimos 20 años ha pasado de hacer la crítica
del discurso dominante a ser el discurso del régimen en la cultura y
especialmente en los medios de comunicación masiva, desde donde se ha dedicado
con empeño a la destrucción del principio de autoridad, de la unidad de la
familia y de los valores inculcados en el hogar especialmente en lo relacionado
a la religión y la ética, el honor y el patriotismo tratando de identificarlos
con el nazismo, el autoritarismo o “la dictadura”, tal como hoy en día hacen
con aquellos que piden seguridad y protección contra el crimen desbordado.
Todo aquello que huela a
autoridad, a freno de la libertad en clave de desborde o caos, será
inmediatamente descalificado, estigmatizado, ridiculizado. Así el militar será
siempre un genocida, el policía un asesino represor y coimero, los padres serán
castradores del hijo, los sacerdotes y religiosos hipócritas libidinosos. Los próceres
y modelos del pasado histórico serán descalificados y rebajados a la categoría
de viciosos, egoístas ambiciosos o vulgares depravados. La verdadera memoria
histórica pervertida y sustituida por mitos descerebrantes y mentiras repetidas
y grabadas sobre la base de la propaganda ideológica (30.000 desaparecidos).
Así se va fomentando un
hombre anómico y desarraigado, sin límite moral de ninguna naturaleza,
inclinado a satisfacer sus necesidades y las que le crean desde la propaganda
de los mismos medios de comunicación que lo destruyen moralmente. Necesidades
de dinero, de disfrute de bienes materiales y de sexo. Un hombre sin
referentes, sin arraigo, intoxicado en muchos casos por la narcodependencia o
el alcohol. Un hombre que será un barril de pólvora que explotará contra la
sociedad que lo margina económicamente, que le pasa permanentemente por las
narices cosas y disfrutes que no puede adquirir de otra forma que no sea
mediante el delito. Hombre al que, al mismo tiempo, se le han destruido todos
los parámetros, modelos a imitar y pautas y frenos morales haciéndosele creer,
en muchos casos, que su acción es una contestación al sistema.
Esta es la mezcla
explosiva que deja a la vista una verdadera guerra social desatada en el cuerpo
maltratado de nuestra Nación y hace sospechar la acción deliberada, en toda
esta cuestión, de fuerzas exógenas que tratan de profundizar la disolución en
la que nos estamos sumiendo.
No
obstante lo reseñado el progresismo se hace el desentendido sobre lo que ha contribuido
a edificar o a “construir” usando un verbo que tanto les agrada. Ha contribuido
a construir la deconstrucción de todos y cada uno de los valores que son el
andamiaje de una sociedad, conjuntamente con sus archienemigos declamados, los
epígonos del neoliberalismo. Han abonado junto a estos la dilución del poder
del Estado beneficiando con ello a la globalidad.
Si
la reestructuración del capitalismo mandaba a la ruina económica a una familia,
ellos la intoxicaban encima con pansexualismo, destrucción de la autoridad del
padre, permisividad absoluta para los hijos como un derecho humano más,
propaganda sobre la liberación de las drogas blandas (marihuana) a lo que se
anexaba el bombardeo permanente con chatarra cultural en la que descollaba el
rock y otras manifestaciones más o menos infames.
Así
si el Poder Internacional del Dinero vaciaba económicamente al país, ellos
predicaban que el amor a la patria era fascismo o nazismo, que los militares
eran genocidas, y deconstruían la figura de los próceres para dejarlos como
meros delincuentes ambiciosos o vulgares tránsfugas so capa de desmitificarlos.
Predicaban permanentemente el desarraigo del hombre, del último reducto que la
globalidad le dejaba en pie: el lugar, el país donde había llegado al mundo y
la familia donde había dado los primeros pasos, fomentando aún más el
desquicio.
Si
a causa de todo esto la moral media y la ética descendían a niveles de
subterraneidad, ellos predicaban que la religión era un engaño, solo un sistema
de control de mentes por parte de instituciones guiadas siempre por oscuros
intereses, cuyos miembros eran solo hipócritas y depravados.
Si
la seguridad de la población obligaba a la gente honesta y trabajadora a vivir
detrás de rejas, ellos mediante el abolicionismo penal mostraban que quien
delinque se la “lleva siempre de arriba”. Mostraban que el crimen sí paga y que
la crítica que hacen de la impunidad sólo es una pose. Liberaban como si tal
cosa a los peores delincuentes llamándolos presos sociales.
El
progresismo y el liberalismo económico no son dos tendencias en permanente
pelea sino dos complementos en la destrucción permanente de la Argentina.
Lo
peor es que pese a estar en el poder aquellos solían (y suelen) hacer
permanentemente como si fueran oposición o resistencia al sistema. El sistema
que gobierna actualmente la Argentina es un cuerpo con dos cabezas, ambas se
pelean echándose mutuamente culpas pero el cuerpo sabe bien adónde va.
El
sistema que ha arrojado a los jóvenes a la situación que describíamos en los
primeros capítulos está indisolublemente formado por el progresismo, su
substrato cultural es el progresismo, el rock es un subproducto de ese
sustrato.
Los
progresistas que critican están criticando aquello que han contribuido a formar
destruyendo todos y cada uno de los valores que no solo estructuraban la nación
sino que impedían también con trabas morales y principios éticos la
proliferación del capitalismo salvaje, la amoralidad que representa la
explotación y el hambre que tanto critican.