Por Monseñor
Richard Williamson
Comentario
Eleison Nº 221, 8 de octubre de 2011
“¿Teísmo
de los ateos?”
Hay
una fascinante cita del famoso compositor alemán, Johannes Brahms (1833-1899),
que muestra cómo un hombre puede no tener ninguna fe religiosa, y, sin embargo,
reconocer aún que existe un orden objetivo. Tal reconocimiento es un ancla en
la realidad y le dio a Brahms acceso a mucha belleza que se refleja en su
música. La crisis de innumerables almas modernas es que están convencidas de
que no existe absolutamente nada objetivo ¡Están encarceladas en su propia
subjetividad que las lleva a una cárcel vacía, y a una música suicida!
En
1878 Brahms compuso para un violinista excepcional, su amigo Joseph Joachim
(1831-1907), una de sus obras más encantadoras y amadas, el Concierto en D para
violín. Cuando escuchó a Joachim tocarlo, dijo, “Humm – sí…se podría ejecutar
de esa manera”. En otras palabras, mientras Brahms estaba componiendo el
Concierto, lo había estado escuchando mentalmente siendo ejecutado de tal y tal
manera, pero reconoció que la interpretación algo diferente que otro pudiera
hacer de su composición, era también legítima.
Ahora
bien, indudablemente hay maneras de ejecutar el Concierto que Brahms no hubiera
aceptado, pero siempre que un intérprete usare su composición aproximándose de
una manera diferente al objetivo que Brahms se había fijado componiéndolo,
entonces él, Brahms, no se veía en la necesidad de insistir en su propia manera
de ejecutarlo. El fin objetivo importaba más que la interpretación subjetiva,
de tal manera que si al componer la obra, Brahms hubiera ofrecido a toda clase
de intérpretes un acceso a ese fin, entonces – dentro de ciertos límites —
todos ellos hubieran sido aceptados por Brahms para ejecutar el Concierto de la
manera que ellos quisieran. Lo objetivo por encima de lo subjetivo.
En
última instancia esto significa: Dios por encima del hombre; sin embargo Brahms
no era creyente. El compositor católico checo, Antonin Dvorak (1841-1904),
amigo y admirador de Brahms, dijo una vez de él, “¡Qué gran hombre! ¡Tan gran
alma! ¡Y cree en nada! ¡Cree en nada!”. Brahms no era cristiano —deliberadamente
dejó de mencionar a Jesucristo en su Requiem Alemán. Ni admitió pertenecer a
cualquier categoría de creyentes –dijo que en su Requiem los textos de la
Biblia que había usado, lo fueron por su expresión del sentimiento más que por
cualquier profesión de religión. Lo subjetivo por encima de lo objetivo. Y a
este descreimiento de parte de Brahms corresponde, uno puede opinar, la
carencia de cierta espontaneidad y alegría en buena parte de su música.
¡Pero
cuanta belleza casi otoñal contiene su música, y que orden cuidadosamente
elaborado! Este arte musical con su reproducción de las bellezas de la
Naturaleza, por ejemplo en el Concierto para violín, recuerda Nuestro Señor
diciendo cómo hay almas que de palabra lo niegan pero que lo honran en sus
actos (Mt. XXI, 28-29). Hoy día, cuando la mayoría de las almas lo niegan de
palabra, cuantos habrá que de una u otra manera honran, por ejemplo en la
música o en la Naturaleza, al menos el orden que Nuestro Señor implantó a
través de todo su universo. Una tal fidelidad no es de ninguna manera aún la Fe
Católica, necesaria para salvarse, pero es por lo menos esta mecha humeante que
no tiene que ser apagada (Mt. XII,20).
Dios
quiera que todos los católicos dotados de la plenitud de la Fe tengan
discernimiento a favor de tales almas alrededor de ellos, y tengamos compasión
por las muchedumbres apartadas de Dios por sus enemigos, en la música así como
en todas las esferas (Mc. VIII, 2).
Kyrie
eleison