RENE
LABAN, Música Rock y Satanismo, Ed. Obelisco, Barcelona, 1986, 121 págs.
Por Alejandro Geyer
Revista Gladius Nº 7, navidad
de 1986
En
los últimos años han aparecido diversos estudios acerca del fenómeno que
podríamos llamar “la revolución cultural de la música Rock”. Bástenos tan sólo
citar “El Rock and roll, una violación de las conciencias” del P. Jean Paul Regimbal
O.SS.T., o también “Arte y subversión” y “La revolución en el arte moderno”,
ambas de Alberto Boixadós. Pero no sólo dentro del campo católico se trata de
descubrir lo que se esconde detrás de la música Rock. En el caso del libro que
nos ocupa, en ningún momento el A. hace una confesión explícita de fe
cristiana. Más aún, consideramos necesario aclarar dos puntos antes de
empeñarlos en el análisis del contenido de la obra. Ante todo, que Ed. Obelisco,
en lo que respecta a la colección a que pertenece la presente obra, a saber,
“Testigos de la Tradición”, incluye una serie de publicaciones dedicadas a
temas esotéricos (cf. “En el más allá”, "El Tarot egipcio”, etc.). Y en
segundo lugar, que R. Labán se profesa guenoniano, si bien es innegable el acierto
con que Rene Guénon ha sabido enjuiciar las gravísimas taras del mundo moderno
(cf. por ej. “El reino de la cantidad”) y exaltar los valores permanentes de la
tradición, no es posible pasar por alto muy serias falencias en otros campos
de sus investigaciones, por lo cual este libro ha de ser leído con precaución.
En
continuidad con el pensamiento de Guénon, el A. señala cómo esta “pseudo
civilización” está siendo víctima de un “plan de subversión en todos los
niveles tan coherente, que no puede ser sino obra de una inteligencia única que
lo inspira y coordina” (p. 18). Se trata de “desestabilizar” no ya un país
sino la cultura del mundo entero, que no haya ideales, ni convicciones en que
se apoye la personalidad. Luego vendrá un segundo paso: inculcar ideas nuevas,
es decir, otro programa de vida. “Asistimos así a una desprogramación seguida
de una reprogramación” (ibid.). Esto en los niveles religioso, social y
cultural.
No
es preciso ser muy astuto para darse cuenta de que en el mundo de hoy, en la
civilización moderna que tanto pregona el primado del amor, existe y se difunde
el odio: un odio real a Dios (Cristos escupidos y pisoteados...), un odio al
orden político natural, y un odio a la cultura en cuanto transmisión de valores
perennes y trascendentes. Para lograr la destrucción de estos tres objetos de
odio, la “inteligencia” que lo inspira ha entendido que pertenece a “la
perfección del plan” la elección de sus víctimas precisas, a saber, “la gente
joven, en particular los más sensibles y receptivos” (p. 21), que serán los
constructores del mundo de mañana. A los adultos no se los tiene en cuenta ya
que dentro de unas pocas décadas habrán dejado de existir.
Tres
son los valores por destruir y tres los fenómenos que guardan entre sí más de
una conexión: las sectas pseudorreligiosas, las drogas y la música rock. A un
joven que se lo ha vaciado —“desprogramado”— de los valores verdaderos, hay que
“reprogramarlo” con “algo”. Y ese “algo” es el que ocupará el lugar de lo
divino, una parodia de lo divino de la que Satanás es el padre. En esta obra el
A. se limita a estudiar el tercero de los fenómenos: la música rock.
En
lenguaje guenoniano, “satánico” es todo aquello que se opone a la “tradición”
(expresión que no tiene en Guénon el sentido católico de constituir una de las
fuentes de la Revelación divina), es decir, es toda acción “antitradicional”:
“Satán, cualquiera que sea la forma que pueda revestir, no es sino la
resolución metafísica del espíritu de la negación y de la subversión, por una
parte, y por otra, encarna en el mundo terrestre lo que conocemos como
‘contra-iniciación’” (p. 37). La obra satánica se caracteriza, pues, por la
“contra-iniciación“ y la “pseudo-iniciación”. Al trabajo de “pseudo-iniciación”
se encuentran abocadas todas aquellas sectas nuevas, a las que es tan propenso
el hombre de hoy; y hay “tantas pseudo-iniciaciones como falsos maestros
dispuestos a venderlas por unos dólares o un poco de devoción a su orgullo” (p.
38). Según los guenonianos el campo donde actúa la influencia satánica no es el
espíritu sino el psiquismo, mental y emocional (?), ámbitos que serán
especialmente atacados y eventualmente destruidos por el Rock and Roll. Los
mejores compañeros de este tipo de “música” serán siempre la violencia, la
agresividad, las modas más absurdas y ridículas (“hombres” que usan aros, caras
pintadas de distintos colores, etc.), el consumo de toda clase de drogas, el
amor libre, la homosexualidad, la bisexualidad, el sadomasoquismo y, por último
(hasta el momento), lo expresamente satánico.
Quien
conozca de posesiones diabólicas podrá observar la misteriosa similitud que hay
entre un poseso real y muchos de los que ejecutan el Rock o aquellos que
asisten a sus recitales. Gritos, alaridos, gestos inhumanos, manos en alto
haciendo los cuernitos, cambios de la voz, masturbaciones en los escenarios,
orinar a la gente, robos y asesinato de jóvenes. Estas y otras yerbas son síntomas
que se manifiestan en los grandes recitales. Los conciertos de AC/DC (Anti
Christ / Death to Christ) o de Alice Cooper son un claro ejemplo de ello.
Otro
tema que analiza el A. es el de los mensajes subliminales: “Un mensaje
subliminal es, en pocas palabras, un impulso destinado a alcanzar a su auditor
o visualizador directamente en su subconsciente. Escapa al oído, vista y demás
sentidos externos y penetra directamente sin que la conciencia pueda oponérsele.
En la música rock nos encontramos con varios tipos de mensajes subliminales.
Estos van desde la simple sugerencia, la simple incitación a la violencia o la
destrucción... hasta las más sofisticadas formas de excitación sexual, o las
más descaradas invocaciones satánicas” (pp. 58-59). A esto podríamos agregar
que la música no es el único medio para transmitir un mensaje de esta clase.
También lo son las tapas de los L.P. con dibujos y símbolos satánicos, las
modas que imponen (remeras, pantalones, bolsos, etc., con dichas caricaturas) y
especialmente los video-clips donde se encuentran los mismos mensajes (en
Buenos Aires ya se los transmite por televisión y son muchas las personas que
los alquilan en los video-clubs).
El
A. nos aporta algunos datos interesantes que constituyen una prueba para más de
un incrédulo que no acepta la realidad. Ya el P. Regimbal había hablado en su obra de la
sociedad secreta “Illuminati”. Pues bien, un integrante de
dicha secta habría sido el satanista más importante del siglo xx: Aliester
Crowley, quien se autodefinió como “la gran bestia” o “666”. Desde 1898 fue
miembro de la sociedad secreta “The Golden Dawn” (La aurora dorada), a la que
pertenecen el líder de Led Zeppelin (Jimi Page) y Ozzy Ousbourne, de Black
Sabbath.
Por
otro lado no deja de llamar la atención el hecho de que la casa en que se filmó
la famosa película “Rosemary’s Baby”, que era propiedad de su director Roman
Polansky, había pertenecido a Aliester Crowley. Recordemos que fue allí donde se
realizó el asesinato ritual de la actriz Sharon Tate (esposa del director) por
el satanista Charles Manson. Pero esto no es todo. El siguiente propietario
moriría también asesinado el 8 de noviembre de 1980. Se trataba de una estrella
del rock: John Lennon (cf. p. 80). ¿Es esto pura coincidencia? ¿Es casual que
la cara de Crowley sea una de las que aparece junto con otros personajes en la
tapa del L.P. de los Beatles “Sergeant Peppers”?
El
conjunto KISS no ha sido olvidado en este libro. Además de lo ya sabido, el A.
nos revela un interesante detalle: el primer L.P. que grabó dicho conjunto
lleva su mismo nombre “KISS” (Kings in Satan’s Service), el segundo, “Hotler
than hell” (Más caliente que el infierno), y el tercero, “Dressed to Kill” (Vestidos
para matar). Si concatenamos la secuencia descubrimos un curioso mensaje:
“Reyes al servicio de Satán más calientes que el infierno vestidos para matar”
(p. 106). ¿Seguimos con las casualidades?
Para
dejar despierta la curiosidad de los lectores no queremos referir aquí todas
las novedades que incluye este libro tan interesante. A los entendidos en la
música rock y el satanismo esta obra los ayudará para comprender más profundamente el “plan de
subversión diabólica” que se está desatando en el mundo. A los que se resisten
a creer, a pesar de tantas evidencias, nada mejor que las palabras de René
Labán: “Quizá hablando tan claro nos expongamos a las burlas de los incrédulos
o a las dudas de los que sí creen; lo sentimos; que el que tenga oídos para oír
que oiga y que el que no los tenga se ponga unos auriculares o cascos y se
autohipnotice con música rock” (pp. 47-48).