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miércoles, 16 de octubre de 2013

Esoterismo, Magia y Ciencia: Desafíos de la Posmodernidad (I)




Escribe Esteban Elías


En la edad de la ciencia y la razón, recrudece la brujería, el esoterismo y las falsas doctrinas espirituales. Se abandona la tradición religiosa de occidente para caer en las más variadas y absurdas "filosofías" orientales y en los más antiguos fetichismos paganos. Solo que ahora sobre la base de una sociedad que ha abandonado voluntariamente al Dios verdadero y a la Iglesia que la forjó. (Primera de tres entregas).

Basta una somera recorrida por las librerías de cualquier ciudad, o un vistazo a los avisos clasificados de los diarios para darnos cuenta de que magia, ciencia y religión son temas de moda. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI tengan tanto mercado "tarotistas", "mediums", "magos", "hechiceros"? ¿No estamos en los tiempos de la conquista del espacio, de la ingeniería -y de la manipulación- genética, la informática y la robótica? ¿Cómo es posible que estos "progresos" convivan con el resurgimiento del "culto de Isis", el I Ching, y otras prácticas que varios milenios de evolución deberían haber enterrado y sólo algún arqueólogo tendría interés en resucitar?
¿No hemos cerrado apenas el "siglo del ateísmo"? ¿No se habla por todas partes de un franco retroceso de las religiones y de un avance del laicismo, del secularismo o naturalismo? ¿Cómo conciliar el materialismo y el hedonismo reinante con la proliferación de cuanta curiosidad pseudorreligiosa, numinosa o mágica prospera en la actualidad?
Preguntas todas estas que no se pueden contestar de manera simplista y que requieren precisar conceptos para no inducir a error.
Por religión entendemos el acto de "religar," de reatar "vínculos" y la historia de la cultura nos muestra que el hombre es un animal religioso. Como lo ha explicado Di Pietro, "la vinculación con lo sacro, es una nota esencial de la cultura" (1). Un tema apasionante, que nos permite explicar con claridad este caótico mundo moderno en el que vivimos: la refutación del axioma central del positivismo historicista del siglo XIX, a saber, que lo "religioso" constituye un estadio de la conciencia humana en desarrollo, un elemento permanente del hombre. Como dice un interesante autor contemporáneo «Lo sacro no es una creación cultural, por la razón diáfana de que es un dato de funcionamiento, un factor incluido en el hecho de ser hombre. » (2)
El tremendo progreso de las ciencias y de las técnicas, lejos de cumplir el ideal decimonónico de reducir el espacio de las "creencias", de "lo sagrado", de "lo religioso", parece haber aumentado (y al mismo tiempo desviado) la necesidad que los hombres experimentan de estas cosas. Basta observar someramente las manifestaciones más exitosas de la cultura - o contracultura contemporánea- para advertirlo. Es decir que el hombre y la sociedad se pueden apartar de Dios, incluso negarlo y combatirlo, sin que por esto dejen de experimentar esa necesidad de los "religioso", de lo "sagrado". El término "ateísmo" sólo tiene sentido plena en la medida que se aplica con precisión a describir a los «sin Dios » entendiendo por tal al Dios verdadero. Pero creo que es difícil, por no decir imposible, llegar a encontrar seres humanos que adhieran realmente a esta postura entendiéndola de modo absoluto, es decir, sin creencia en «algo superior ».
Esto es así porque el hombre es un animal religioso. El acto propio de la religión es justamente la adoración. Podríamos decir que el hombre es un "ser que adora". Pero si bien el ateísmo estricto resulta casi imposible, la historia nos dice que el hombre perfectamente puede apartarse del Dios verdadero. Lo que sucede en esos casos -lo que siempre sucedió- es el fenómeno de la idolatría. Es decir, dar a otro ser el culto debido a Dios. El relato bíblico es aleccionador y arquetípico en este sentido: cuando el pueblo elegido se aparta de Moisés y su guía, no se hace "agnóstico" en sentido estricto, sino que despreciando al Dios verdadero, comienza enseguida a fabricar el Becerro de oro, y a adorarlo. Es decir, el espíritu humano, que ha cortado los vínculos con el Dios verdadero, no soporta este vacío y se dedica a una frenética creación de ídolos para llenarlo. Este fenómeno es perfectamente visible en la antigüedad precristiana, en las naciones no cristianizadas, y... llamativamente en el mismo Occidente de nuestros días.
Si se acepta lo dicho, creo que se podrían reformular algunos lugares comunes. Hasta ahora la filosofía de la historia, generalmente aceptada, es la que reconoce su origen en Condorcet y especialmente en Augusto Comte. Este último en especial, convenció a casi toda una generación de que "la marcha de la historia, la ciencia y el progreso" terminarían desalojando a la religión de la cultura y de la sociedad. Marxistas y liberales no hicieron más que seguir por el terreno abonado de la ilustración y el Positivismo. Incluso los católicos aceptamos de algún modo esto cuando decimos que la sociedad moderna se ha secularizado, se ha vuelto irreligiosa. Solo que los que unos proponen como un logro, como un progreso, nosotros lo vemos como una perdida… sin embargo, el hecho no se discute.
Si en cambio partimos del reconocimiento de que la dimensión religiosa es un elemento permanente del hombre, esa perspectiva ya no nos resulta satisfactoria. La verdadera comprensión del fenómeno de la modernidad nos muestra la descristianización del mundo, esto es claro, pero de ninguna manera que se haya hecho "irreligioso" o "laico" en sentido estricto. Han aparecido nuevas formas pseudorreligiosas, si se quiere formas idolátricas, de creencias y de comportamiento. A la pérdida de vigencia social y cultural del cristianismo le ha sucedido la creación de nuevos dioses, de religiones inmanentes. Hoy, como en tiempos de Moisés le sucedió al pueblo elegido, la humanidad se debate entre el Dios verdadero y los Becerros de Oro. Esta especial manera de ver el proceso de crisis del mundo moderno, creo, puede facilitar el diagnóstico y los caminos que debe recorrer la reconquista.


Cuando se comprende esto ya no llama la atención que la sociedad moderna, laica, secular, la del progreso científico, que desentraña los misterios de la materia, la que navega por el espacio extraterrestre, sea al mismo tiempo una sociedad que se vuelca más hacia la magia y las artes adivinatorias. La civilización que cree "superado el cristianismo" es invadida por sectas que postulan un orientalismo de tercera mano. El hombre que rechaza la Providencia Divina, acepta gustoso todo tipo de artes adivinatorias, cuanto más antiguas mejor: Tarot, I Ching, etc. Pero ¿no nos enseñaba el positivismo, que en la medida que aumenta la ciencia "desaparece la "superstición", la "creencia"? Cualquier visión realista de la última parte del siglo XX nos muestra la falsedad de este aserto.

Magia, ciencia y religión

Este es uno de los puntos centrales. La mentalidad decimonónica nos acostumbró a plantear estos tres aspectos de manera que la magia y la religión pertenecían al campo de la creencia, de lo irracional, solo aceptable mientras el hombre permaneciera en el "estadio teológico". Ciencia y magia aparecían como términos antitéticos. Pero si es así, cómo explicar este fenómeno que describe Pablo Capanna cuando dice: "la sociedad fundada en la Ciencia, en la política racional y en el predominio de los lazos temporales, es al mismo tiempo una cultura que se carga cada día más de características mágicas...
"... Vivimos en la era de la computadora que hace horóscopos y del astronauta con amuleto".
Que este fenómeno existe, es claro. Para prueba basta recorrer las librerías, o los canales "culturales" de televisión, o las páginas de Internet y se verá la invasión de bibliografía y programas o documentales sobre estos temas: artes adivinatorias, ovnilogía, magia blanca, magia negra, esoterismos diversos, ocultismo etc.
Cualquier revista o diario tiene su horóscopo. Las figuras de fama del mundo del espectáculo, de los deportes, de la política nos sorprenden recurriendo a adivinos, médium, pitonisas, etc. Véanse los avisos clasificados de periódicos y revistas diversas y se encontrará junto a la propaganda de psicólogos, y psicoanalistas a parapsicólogos, expertos del Tarot, del horóscopo (del clásico y del chino), mediums, mentalistas... Si se analizan los mayores éxitos en el mundo del espectáculo se verá que una de las películas más vistas en los últimos tiempos fue "La guerra de las Galaxias", extraña mixtura de progresismo cientificista combinado con una visión mágica del universo a través de elementos tornados del budismo zen. Otra: "Harry Potter". Finalmente, dejando a salvo el espíritu de su autor y de la obra que en la que se basó, mucha gente se acercó a la exitosísima trilogía del Señor de los Anillos en busca de estos mismos elementos.
La amplia difusión que la ovniología tiene en nuestros días es otra clara muestra del fenómeno que venimos describiendo. Allí se combina, o pretenden combinar, los últimos avances de la ciencia con la búsqueda de un pasado enigmático en las pirámides egipcias, en el valle del Uco, o en la Isla de Pascua o en el Tiwanacu. La fascinación por el mal ha convertido en éxitos taquilleros, partiendo de «El Exorcista », «Demiam », «Poltergeist», «Carrie» a incontables films y libros hasta la actualidad. Esta simbiosis entre la ciencia moderna y la magia podemos decir que tomó estado público con la aparición del libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier "El retorno de los brujos", en 1960. Allí Pauwels explica cómo llegó a compatibilizar la concepción cientificista del mundo heredada de su padre con la visión mágica a la que había llegado por rechazo de la misma. Dice Pauwels: "Me puse, pues, a hurgar en el tesoro de las ciencias y de las técnicas de hoy, de manera inexperta, desde luego, con una ingenuidad y un asombro tal vez peligrosos, pero propenso al florecimiento de las comparaciones, de correspondencias, de acercamientos reveladores. Entonces volví a encontrar cierto número de ideas que había tenido antes, desde el punto de vista del esoterismo y de la mística, sobre la grandeza infinita del hombre".
Si profundizamos un poco más veremos que la idea de Pauwels refleja un estado más generalizado en la cultura contemporánea que lo que a primera vista pudiera parecer.

Un poco de historia

Empecemos por algunos datos históricos interesantes. Normalmente se atribuye a la religión -en la versión comtiana antes mencionada- un vínculo especial con la magia, y a la ciencia moderna, el mérito de haberla desterrado de los lugares donde hoy predomina. Nada más falso. Lo que la historia demuestra es que en épocas de fervor religioso, la magia prácticamente desaparece. Así sucede en la plenitud medieval de los siglos XI a XIII. Por el contrario es en el Renacimiento, nacimiento de la «ciencia moderna», cuando vemos simultáneamente un renacer del interés por la magia y el ocultismo en todas sus formas. "Durante siglos se ha enseñado que el Renacimiento fue amanecer de la Edad de la Razón, cuando en realidad, se trató de una de las épocas más mágicas que se recuerden" afirma Capanna. La Obra de Sarton por él citada: "Seis alas. Hombres de ciencias renacentistas", aporta datos de interés sobre este aspecto aún no profundizado de la época. Eusebí Colomer en su obra "De la edad media al renacimiento" nos muestra la importancia de la influencia de la cábala judía en la obra de un Picco de la Mirándola. Dice Capanna al respecto: "Basta recordar que Kepler elaboraba horóscopos y escribió el relato de un viaje exótico a la luna, a la cual viajaba llevado por demonios… que el algebrista Cardano aseguraba tener contactos con enviados de otros planetas, y Napier, el creador de los logaritmos, era alquimista. Fue la época en que se produjo una verdadera pandemia de brujería en toda Europa: la astrología está en todas las Cortes… la alquimia alcanzó su apogeo. Por último, digamos que la idea heliocéntrica se introduce en el pensamiento occidental a partir de la difusión de los Libros Herméticos (en cuya autenticidad aún creía Newton) y las vinculaciones esotéricas de Nicolás de Cusa y Copérnico. Muchos filósofos de la época, como Pico de la Mirándola, Marsilio Ficino y Giordano Bruno, practicaron la magia".
También en el siglo XIX, la era de la Razón y de la Ciencia, sobre todo en su segunda mitad, es apreciable una reaparición de la magia en Europa y en América. La difusión mundial de la masonería, sobre todo en sus ramas esotéricas, como así también ciertas sectas vinculadas a ella parecen haber tenido una clara relación con este resurgir. El Romanticismo mundial de la masonería, sobre todo en sus ramas esotéricas, como así también ciertas sectas vinculadas a ella parecen haber tenido una clara relación con este resurgir. El Romanticismo aporta el clima intelectual propicio para este despliegue. Personajes como Madame Blavatsky, Allan Kardeck, Stanilas de Guaitas, Eliphas Levi, Papus y otros hacen su agosto en la misma sociedad que veneraba a Comte, que creía en el Progreso Indefinido a lo Condorcet y que veía difundirse las tesis de Feuerbach, Engels y Marx.

Es sobre todo en el arte donde esto es más visible. El éxito de personajes como Frankenstein y Drácula en la literatura decimonónica es particularmente significativo, sobre todo el primero, en el cual la fascinación por el mal, por lo tremendo, se presenta asociada con el avance de la ciencia como palanca del "hombre prometeico". Por último, ya en el siglo XX y en especial a partir de los sesenta es visible en diversos aspectos de nuestra cultura (o contracultura) esta alianza enigmática de la ciencia y la magia que para muchos espíritus aparece como perfectamente compatible