Escribe
Esteban Elías
En la edad de la ciencia y la razón, recrudece
la brujería, el esoterismo y las falsas doctrinas espirituales. Se abandona la
tradición religiosa de occidente para caer en las más variadas y absurdas
"filosofías" orientales y en los más antiguos fetichismos paganos.
Solo que ahora sobre la base de una sociedad que ha abandonado voluntariamente
al Dios verdadero y a la Iglesia que la forjó. (Primera de tres entregas).
Basta una somera recorrida por las librerías de
cualquier ciudad, o un vistazo a los avisos clasificados de los diarios para
darnos cuenta de que magia, ciencia y religión son temas de moda. ¿Cómo es
posible que en pleno siglo XXI tengan tanto mercado "tarotistas",
"mediums", "magos", "hechiceros"? ¿No estamos en
los tiempos de la conquista del espacio, de la ingeniería -y de la manipulación-
genética, la informática y la robótica? ¿Cómo es posible que estos
"progresos" convivan con el resurgimiento del "culto de
Isis", el I Ching, y otras prácticas que varios milenios de evolución
deberían haber enterrado y sólo algún arqueólogo tendría interés en resucitar?
¿No hemos cerrado apenas el "siglo del
ateísmo"? ¿No se habla por todas partes de un franco retroceso de las
religiones y de un avance del laicismo, del secularismo o naturalismo? ¿Cómo
conciliar el materialismo y el hedonismo reinante con la proliferación de cuanta
curiosidad pseudorreligiosa, numinosa o mágica prospera en la actualidad?
Preguntas todas estas que no se pueden contestar
de manera simplista y que requieren precisar conceptos para no inducir a error.
Por religión entendemos el acto de
"religar," de reatar "vínculos" y la historia de la cultura
nos muestra que el hombre es un animal religioso. Como lo ha explicado Di
Pietro, "la vinculación con lo sacro, es una nota esencial de la
cultura" (1). Un tema apasionante, que nos permite explicar con claridad
este caótico mundo moderno en el que vivimos: la refutación del axioma central
del positivismo historicista del siglo XIX, a saber, que lo
"religioso" constituye un estadio de la conciencia humana en
desarrollo, un elemento permanente del hombre. Como dice un interesante autor
contemporáneo «Lo sacro no es una creación cultural, por la razón diáfana de
que es un dato de funcionamiento, un factor incluido en el hecho de ser hombre.
» (2)
El tremendo progreso de las ciencias y de las
técnicas, lejos de cumplir el ideal decimonónico de reducir el espacio de las
"creencias", de "lo sagrado", de "lo religioso",
parece haber aumentado (y al mismo tiempo desviado) la necesidad que los
hombres experimentan de estas cosas. Basta observar someramente las
manifestaciones más exitosas de la cultura - o contracultura contemporánea-
para advertirlo. Es decir que el hombre y la sociedad se pueden apartar de
Dios, incluso negarlo y combatirlo, sin que por esto dejen de experimentar esa
necesidad de los "religioso", de lo "sagrado". El término
"ateísmo" sólo tiene sentido plena en la medida que se aplica con
precisión a describir a los «sin Dios » entendiendo por tal al Dios verdadero.
Pero creo que es difícil, por no decir imposible, llegar a encontrar seres
humanos que adhieran realmente a esta postura entendiéndola de modo absoluto,
es decir, sin creencia en «algo superior ».
Esto es así porque el hombre es un animal
religioso. El acto propio de la religión es justamente la adoración. Podríamos
decir que el hombre es un "ser que adora". Pero si bien el ateísmo
estricto resulta casi imposible, la historia nos dice que el hombre
perfectamente puede apartarse del Dios verdadero. Lo que sucede en esos casos -lo
que siempre sucedió- es el fenómeno de la idolatría. Es decir, dar a otro ser
el culto debido a Dios. El relato bíblico es aleccionador y arquetípico en este
sentido: cuando el pueblo elegido se aparta de Moisés y su guía, no se hace
"agnóstico" en sentido estricto, sino que despreciando al Dios
verdadero, comienza enseguida a fabricar el Becerro de oro, y a adorarlo. Es
decir, el espíritu humano, que ha cortado los vínculos con el Dios verdadero,
no soporta este vacío y se dedica a una frenética creación de ídolos para
llenarlo. Este fenómeno es perfectamente visible en la antigüedad precristiana,
en las naciones no cristianizadas, y... llamativamente en el mismo Occidente de
nuestros días.
Si se acepta lo dicho, creo que se podrían
reformular algunos lugares comunes. Hasta ahora la filosofía de la historia,
generalmente aceptada, es la que reconoce su origen en Condorcet y
especialmente en Augusto Comte. Este último en especial, convenció a casi toda
una generación de que "la marcha de la historia, la ciencia y el
progreso" terminarían desalojando a la religión de la cultura y de la
sociedad. Marxistas y liberales no hicieron más que seguir por el terreno
abonado de la ilustración y el Positivismo. Incluso los católicos aceptamos de
algún modo esto cuando decimos que la sociedad moderna se ha secularizado, se
ha vuelto irreligiosa. Solo que los que unos proponen como un logro, como un
progreso, nosotros lo vemos como una perdida… sin embargo, el hecho no se
discute.
Si en cambio partimos del reconocimiento de que
la dimensión religiosa es un elemento permanente del hombre, esa perspectiva ya
no nos resulta satisfactoria. La verdadera comprensión del fenómeno de la
modernidad nos muestra la descristianización del mundo, esto es claro, pero de
ninguna manera que se haya hecho "irreligioso" o "laico" en
sentido estricto. Han aparecido nuevas formas pseudorreligiosas, si se quiere
formas idolátricas, de creencias y de comportamiento. A la pérdida de vigencia
social y cultural del cristianismo le ha sucedido la creación de nuevos dioses,
de religiones inmanentes. Hoy, como en tiempos de Moisés le sucedió al pueblo
elegido, la humanidad se debate entre el Dios verdadero y los Becerros de Oro.
Esta especial manera de ver el proceso de crisis del mundo moderno, creo, puede
facilitar el diagnóstico y los caminos que debe recorrer la reconquista.
Cuando se comprende esto ya no llama la atención
que la sociedad moderna, laica, secular, la del progreso científico, que
desentraña los misterios de la materia, la que navega por el espacio
extraterrestre, sea al mismo tiempo una sociedad que se vuelca más hacia la
magia y las artes adivinatorias. La civilización que cree "superado el
cristianismo" es invadida por sectas que postulan un orientalismo de
tercera mano. El hombre que rechaza la Providencia Divina, acepta gustoso todo
tipo de artes adivinatorias, cuanto más antiguas mejor: Tarot, I Ching, etc.
Pero ¿no nos enseñaba el positivismo, que en la medida que aumenta la ciencia
"desaparece la "superstición", la "creencia"?
Cualquier visión realista de la última parte del siglo XX nos muestra la
falsedad de este aserto.
Magia,
ciencia y religión
Este es uno de los puntos centrales. La
mentalidad decimonónica nos acostumbró a plantear estos tres aspectos de manera
que la magia y la religión pertenecían al campo de la creencia, de lo
irracional, solo aceptable mientras el hombre permaneciera en el "estadio
teológico". Ciencia y magia aparecían como términos antitéticos. Pero si
es así, cómo explicar este fenómeno que describe Pablo Capanna cuando dice:
"la sociedad fundada en la Ciencia, en la política racional y en el
predominio de los lazos temporales, es al mismo tiempo una cultura que se carga
cada día más de características mágicas...
"... Vivimos en la era de la computadora
que hace horóscopos y del astronauta con amuleto".
Que este fenómeno existe, es claro. Para prueba
basta recorrer las librerías, o los canales "culturales" de
televisión, o las páginas de Internet y se verá la invasión de bibliografía y
programas o documentales sobre estos temas: artes adivinatorias, ovnilogía,
magia blanca, magia negra, esoterismos diversos, ocultismo etc.
Cualquier revista o diario tiene su horóscopo.
Las figuras de fama del mundo del espectáculo, de los deportes, de la política
nos sorprenden recurriendo a adivinos, médium, pitonisas, etc. Véanse los
avisos clasificados de periódicos y revistas diversas y se encontrará junto a
la propaganda de psicólogos, y psicoanalistas a parapsicólogos, expertos del
Tarot, del horóscopo (del clásico y del chino), mediums, mentalistas... Si se
analizan los mayores éxitos en el mundo del espectáculo se verá que una de las
películas más vistas en los últimos tiempos fue "La guerra de las
Galaxias", extraña mixtura de progresismo cientificista combinado con una
visión mágica del universo a través de elementos tornados del budismo zen.
Otra: "Harry Potter". Finalmente, dejando a salvo el espíritu de su
autor y de la obra que en la que se basó, mucha gente se acercó a la
exitosísima trilogía del Señor de los Anillos en busca de estos mismos
elementos.
La amplia difusión que la ovniología tiene en
nuestros días es otra clara muestra del fenómeno que venimos describiendo. Allí
se combina, o pretenden combinar, los últimos avances de la ciencia con la búsqueda
de un pasado enigmático en las pirámides egipcias, en el valle del Uco, o en la
Isla de Pascua o en el Tiwanacu. La fascinación por el mal ha convertido en
éxitos taquilleros, partiendo de «El Exorcista », «Demiam », «Poltergeist»,
«Carrie» a incontables films y libros hasta la actualidad. Esta simbiosis
entre la ciencia moderna y la magia podemos decir que tomó estado público con
la aparición del libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier "El retorno de
los brujos", en 1960. Allí Pauwels explica cómo llegó a compatibilizar la
concepción cientificista del mundo heredada de su padre con la visión mágica a
la que había llegado por rechazo de la misma. Dice Pauwels: "Me puse,
pues, a hurgar en el tesoro de las ciencias y de las técnicas de hoy, de manera
inexperta, desde luego, con una ingenuidad y un asombro tal vez peligrosos,
pero propenso al florecimiento de las comparaciones, de correspondencias, de
acercamientos reveladores. Entonces volví a encontrar cierto número de ideas
que había tenido antes, desde el punto de vista del esoterismo y de la mística,
sobre la grandeza infinita del hombre".
Si profundizamos un poco más veremos que la idea
de Pauwels refleja un estado más generalizado en la cultura contemporánea que
lo que a primera vista pudiera parecer.
Un poco
de historia
Empecemos por algunos datos históricos
interesantes. Normalmente se atribuye a la religión -en la versión comtiana
antes mencionada- un vínculo especial con la magia, y a la ciencia moderna, el
mérito de haberla desterrado de los lugares donde hoy predomina. Nada más
falso. Lo que la historia demuestra es que en épocas de fervor religioso, la
magia prácticamente desaparece. Así sucede en la plenitud medieval de los
siglos XI a XIII. Por el contrario es en el Renacimiento, nacimiento de la
«ciencia moderna», cuando vemos simultáneamente un renacer del interés por la
magia y el ocultismo en todas sus formas. "Durante siglos se ha enseñado
que el Renacimiento fue amanecer de la Edad de la Razón, cuando en realidad, se
trató de una de las épocas más mágicas que se recuerden" afirma Capanna.
La Obra de Sarton por él citada: "Seis alas. Hombres de ciencias
renacentistas", aporta datos de interés sobre este aspecto aún no
profundizado de la época. Eusebí Colomer en su obra "De la edad media al
renacimiento" nos muestra la importancia de la influencia de la cábala
judía en la obra de un Picco de la Mirándola. Dice Capanna al respecto:
"Basta recordar que Kepler elaboraba horóscopos y escribió el relato de un
viaje exótico a la luna, a la cual viajaba llevado por demonios… que el
algebrista Cardano aseguraba tener contactos con enviados de otros planetas, y
Napier, el creador de los logaritmos, era alquimista. Fue la época en que se
produjo una verdadera pandemia de brujería en toda Europa: la astrología está
en todas las Cortes… la alquimia alcanzó su apogeo. Por último, digamos que la
idea heliocéntrica se introduce en el pensamiento occidental a partir de la
difusión de los Libros Herméticos (en cuya autenticidad aún creía Newton) y las
vinculaciones esotéricas de Nicolás de Cusa y Copérnico. Muchos filósofos de la
época, como Pico de la Mirándola, Marsilio Ficino y Giordano Bruno, practicaron
la magia".
También en el siglo XIX, la era de la Razón y de
la Ciencia, sobre todo en su segunda mitad, es apreciable una reaparición de la
magia en Europa y en América. La difusión mundial de la masonería, sobre todo
en sus ramas esotéricas, como así también ciertas sectas vinculadas a ella
parecen haber tenido una clara relación con este resurgir. El Romanticismo
mundial de la masonería, sobre todo en sus ramas esotéricas, como así también
ciertas sectas vinculadas a ella parecen haber tenido una clara relación con este
resurgir. El Romanticismo aporta el clima intelectual propicio para este
despliegue. Personajes como Madame Blavatsky, Allan Kardeck, Stanilas de
Guaitas, Eliphas Levi, Papus y otros hacen su agosto en la misma sociedad que
veneraba a Comte, que creía en el Progreso Indefinido a lo Condorcet y que veía
difundirse las tesis de Feuerbach, Engels y Marx.
Es sobre todo en el arte donde esto es más
visible. El éxito de personajes como Frankenstein y Drácula en la literatura
decimonónica es particularmente significativo, sobre todo el primero, en el
cual la fascinación por el mal, por lo tremendo, se presenta asociada con el
avance de la ciencia como palanca del "hombre prometeico". Por
último, ya en el siglo XX y en especial a partir de los sesenta es visible en
diversos aspectos de nuestra cultura (o contracultura) esta alianza enigmática
de la ciencia y la magia que para muchos espíritus aparece como perfectamente
compatible