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sábado, 30 de abril de 2016

SOBRE LA EDUCACIÓN DE LOS JÓVENES





Hace muchos años que se es­tán cosechando los frutos de la imposición de una educación permisiva de cuño pro­gresista, con su carga de facilismo, anomia y relativismo. Burros y amorales en cantidad es lo que pa­re la educación pública y también la educación privada, aún la de la es­cuelas y colegios religiosos, infiltra­da por la prédica freudomarxista de sociólogos, psicólogos y educacio­nistas formados en la matriz de Flacso y de las universidades. Son los que forman los elencos estables en las distintas carteras que tienen a su cargo el diseño de los contenidos y métodos de enseñanza.
Veamos uno de los incontables casos que ejemplifican una educa­ción sin valores, sin rumbo e insa­nablemente obscena, que el azar nos puso delante de los ojos al revi­sar viejos papeles y recortes. El dia­rio “La Nación” del 19 de abril de 2001 documenta, sin ningún co­mentario edificante y como quien narra un partido de fútbol o un he­cho de la farándula, el extravío de los jóvenes que cursan los estudios secundarios, hecha la salvedad de que el fenómeno se remonta más allá de la restauración del régimen partidocrático, que no ha hecho otra cosa que agravarlo.


Lejos de sus familias y del cole­gio, cuenta la crónica que más de 170 adolescentes alinearon sus car­pas a cuatrocientos metros del esta­dio de River con el elevado propó­sito de estar en primera fila frente al escenario a la hora de la presenta­ción del “recital” de los Backstreet Boys. Y lo hicieron atronando to­dos los días con su “música”, gra­cias a la gauchada de los serenos del ex edificio de Obras Sanitarias que les permitieron enchufar sus grabadoras. Los jóvenes venían so­portando una vigilia -parece increí­ble- de más de cuarenta y cinco días. Cuando el periodista les pre­guntó por el colegio, una adoles­cente, de 15 ó 17 años, dijo: “Ni me acuerdo de eso. Para mí, lo más importante son ellos. [...]. Son la razón de mi existir [...]. Yo la traumé a mi mamá, que se sabe todas las canciones. Los amo a ellos más que a mi familia”.
Los comentarios quedan a car­go del lector, lo mismo que los que le pueda inspirar el hecho de saber que para las Pascuas madres y abuelas se acercaron a las carpas con huevos de chocolate, y la decla­ración de un vecino, que no se que­jaba del aquelarre porque decía “comprender” el “enorme sacrifi­cio” de los pobres habitantes de las carpas.
No hay dudas. Los jóvenes ha­ce rato que ha perdido el rumbo, hecho imposible si no contaran con la pasividad y complicidad de los adultos, que han declinado su fun­ción correctora y orientadora.
Es cierto que la decadencia es profunda y sus causas son múltiples y complejas. Revertirla supone en­carar una verdadera revolución en el ámbito donde la enfermedad se propaga con mayor velocidad, que es el educativo y familiar. Mal que le pese a muchos, esa revolución no puede ser sino restauradora, ex­presada en una vuelta a la buena tradición. Inicialmente no otra co­sa.
Debería comenzar, por ejemplo, con medidas sencillas como asestar­les, en casos concretos y similares al que hemos referido, una buena y pedagógica patada en el trasero a los jóvenes para devolverlos al cole­gio y al seno de sus hogares, y otra mayor a sus padres por su vergon­zosa deserción moral. Claro que esto es un chiste... No quisiéramos que se nos trate de fascistas por tan poca razón.

Eugenio Rodríguez Marangoni

Revista Cabildo N° 114, Julio-Agosto 2015.