Hace
muchos años que se están cosechando los frutos de la imposición de una
educación permisiva de cuño progresista, con su carga de facilismo, anomia y
relativismo. Burros y amorales en cantidad es lo que pare la educación pública
y también la educación privada, aún la de la escuelas y colegios religiosos,
infiltrada por la prédica freudomarxista de sociólogos, psicólogos y educacionistas
formados en la matriz de Flacso y de las universidades. Son los que forman los
elencos estables en las distintas carteras que tienen a su cargo el diseño de
los contenidos y métodos de enseñanza.
Veamos
uno de los incontables casos que ejemplifican una educación sin valores, sin
rumbo e insanablemente obscena, que el azar nos puso delante de los ojos al
revisar viejos papeles y recortes. El diario “La Nación” del 19 de abril de
2001 documenta, sin ningún comentario edificante y como quien narra un partido
de fútbol o un hecho de la farándula, el extravío de los jóvenes que cursan
los estudios secundarios, hecha la salvedad de que el fenómeno se remonta más
allá de la restauración del régimen partidocrático, que no ha hecho otra cosa
que agravarlo.
Lejos
de sus familias y del colegio, cuenta la crónica que más de 170 adolescentes
alinearon sus carpas a cuatrocientos metros del estadio de River con el
elevado propósito de estar en primera fila frente al escenario a la hora de la
presentación del “recital” de los Backstreet Boys. Y lo hicieron atronando todos
los días con su “música”, gracias a la gauchada de los serenos del ex edificio
de Obras Sanitarias que les permitieron enchufar sus grabadoras. Los jóvenes
venían soportando una vigilia -parece increíble- de más de cuarenta y cinco
días. Cuando el periodista les preguntó por el colegio, una adolescente, de
15 ó 17 años, dijo: “Ni me acuerdo de eso. Para mí, lo más importante son
ellos. [...]. Son la razón de mi existir [...]. Yo la traumé a mi mamá, que se
sabe todas las canciones. Los amo a ellos más que a mi familia”.
Los
comentarios quedan a cargo del lector, lo mismo que los que le pueda inspirar
el hecho de saber que para las Pascuas madres y abuelas se acercaron a las
carpas con huevos de chocolate, y la declaración de un vecino, que no se quejaba
del aquelarre porque decía “comprender” el “enorme sacrificio” de los pobres
habitantes de las carpas.
No
hay dudas. Los jóvenes hace rato que ha perdido el rumbo, hecho imposible si
no contaran con la pasividad y complicidad de los adultos, que han declinado su
función correctora y orientadora.
Es
cierto que la decadencia es profunda y sus causas son múltiples y complejas.
Revertirla supone encarar una verdadera revolución en el ámbito donde la
enfermedad se propaga con mayor velocidad, que es el educativo y familiar. Mal
que le pese a muchos, esa revolución no puede ser sino restauradora, expresada
en una vuelta a la buena tradición. Inicialmente no otra cosa.
Debería
comenzar, por ejemplo, con medidas sencillas como asestarles, en casos
concretos y similares al que hemos referido, una buena y pedagógica patada en
el trasero a los jóvenes para devolverlos al colegio y al seno de sus hogares,
y otra mayor a sus padres por su vergonzosa deserción moral. Claro que esto es
un chiste... No quisiéramos que se nos trate de fascistas por tan poca razón.
Eugenio Rodríguez Marangoni
Revista Cabildo N° 114, Julio-Agosto 2015.