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lunes, 7 de julio de 2014

Hombre y Mujer o el Significado Sociopolítico del Unisex

Hombre y Mujer o el Significado Sociopolítico del Unisex
De RUBEN CALDERON BOUCHET

Revista Cabildo n. 3, Julio 1973

Es éste un reportaje literario, que hacemos a un libro, no a un autor. Se trata de ‘SOBRE LAS CAUSAS DEL ORDEN POLITICO” de R. Calderón Bouchet. Entre sus páginas buscamos una que responde admirablemente al cuestionario que le hicimos. El libro aparecerá pronto.
A. PITHOD

 
UNISEX: Rebelión contra la propia condición natural


P. — ¿Qué le inspira, profesor, el unisex que se va imponiendo en todas las manifestaciones de la vida contemporánea?

R. — Nivelar los sexos, destruyendo sus diferen­cias secundarias, es un ideal de la época que corona sus aspiraciones en la realización de ese repelente andrógeno, cuyo sexo indiscernible desaparece en manifestaciones ambiguas.
El hombre y la mujer están condicionados en su estructura anímico-corporal por el sexo, y así como en los seres bien hechos esta situación se expresa en una anatomía claramente diferenciada, no deja de manifestarse en los movimientos más finos y aparente­mente más asexuados del espíritu. Esto indica “que el hombre y la mujer son cosas bien distintas del macho y de la hembra, ya que sus diferencias sexua­les no se ligan tan sólo a la naturaleza, sino tam­bién al espíritu, integrándose una y otra dependencia en la unidad de la persona" (Steinbuchel).

P. — Pero en una perspectiva sociopolítica, ¿qué es lo que interesa destacar en estas tendencias a la nivelación de los sexos?

R. — Lo que interesa en una meditación sobre el orden sociopolítico no es sólo la existencia de tales diferencias (sexuales) sino la integración perfectiva que se realiza (entre ellas) en el matrimonio, y que a través de él fecunda todo el ámbito de la vida social. Lo femenino y lo masculino se integran efectivamen­te en el matrimonio, creando de este modo un ambiente familiar que permite la eclosión de una huma­nidad rica en matices diferenciales. Una educación exclusivamente femenina o masculina impide al sexo cuya preponderancia domina, abrirse a la influencia del otro y lo cierra sobre sí mismo, provocando una suerte de unilateralidad sexual que puede adquirir las formas aberrantes del homosexualismo. Uno piensa en la misoginia de esos soldados formados en el ideal de una vida exclusivamente masculina y para quienes se convierten en obsesión todas aquellas debilidades que considera blanduras del sexo débil.

P. — ¿Cuáles son las valencias culturales y socia­les, entonces, de la diferenciación sexual, y en qué se funda la natural y cristiana polaridad hombre-mu­jer, en contra de toda esta cháchara uniformadora del unisex que padecemos?

R. — La diferenciación sexual impregna toda la vida del espíritu, penetra la sensibilidad, la imagina­ción y se expande en una rica variedad de formas de vida y expresiones de arte que dan a las culturas la plenitud de un universo vivo y al mismo tiempo lleno de sorpresivas situaciones. Toda la vida medieval lleva el sello de una polaridad sexual que era enorme y al mismo tiempo delicada, recogiendo con ambas pala­bras los matices que el ímpetu viril y la sublime dul­zura de la mujer habían impuesto a todas las mani­festaciones de la espiritualidad medieval.
La tristeza del mundo miserable que han fabricado los mercaderes reside precisamente en un pre­dominio de lo estrictamente masculino y en una de sus más ruines preferencias lógicas: la lógica de lo económico. El espíritu masculino tiene una fuerte pro­pensión a llevar una actitud hasta sus últimas consecuencias, con un desprecio total por las condiciones orgánicas de la vida. Por eso la visión del mun­do que tiene el varón da la impresión de un orden abstracto, de una "regula mores” fabricada racional­mente y que trata de imponerse violentamente a los movimientos más finos y sutiles de la vida. La mu­jer está instintivamente más ligada a la naturaleza y el ritmo de su existencia no se compadece con la ri­gidez geométrica que el hombre trata de imprimir a la marcha de los asuntos. En una sociedad transida por las exigencias de la lógica masculina, la primera sacrificada es la mujer. No importa que las aparien­cias engañosas de nuestra sociedad de consumo pre­senten como "libertades” el desarraigo y la ruptura con las condiciones existenciales del sexo. La realidad es otra y la negación de una diferenciación impuesta por la condición misma del hombre no hará más que acentuar hasta lo catastrófico el crecimiento unilateral de nuestra sociedad industrial.

P. — El equilibrio bio-psíquico-social que provoca la popularidad armónica de hombre-mujer se logra de modo perfecto en el matrimonio y es en él donde la cultura encuentra su fuente prístina para la formación de la “humanitas”. No por nada hoy los embates de la contra-cultura se centran contra la institución y aún contra la propia pareja...

R. — Engels vio en el matrimonio monogámico la expresión más temprana de la explotación de la mujer por el hombre. Santo Tomás, más fino para advertir las diferencias impuestas por la sexualidad, observó “que entre las cosas que son necesarias para la vida humana hay ciertas cosas que competen a los varones, y otras a las mujeres. Por lo cual, la naturaleza aconseja que haya cierta asociación del varón a la mujer, en la cual consiste el matrimonio’' (S.Th.. Illa., Q.91, a.l). La ciencia moderna ha penetrado con mucha sagacidad en los diversos matices diferenciales que se originan en el sexo, y no se puede alegar ni indiferencia ni ignorancia en estos problemas. Pero una cosa es la ciencia auténtica y otra la rebelión contra su propia condición natural que auspicia el impulso revolucionarlo que vivimos...

(Impresionado —a la luz de estas reflexiones— de lo livianamente que nos tomamos hoy este fenómeno aparentemente intrascendente y estúpido del unisex, me retiro de una entrevista que espero retomar —ventajas de la palabra escrita— cada vez que quiera profundizar en alguno de estos temas que van, más o menos insensiblemente, cambiando nuestras vidas. Tras estos cambios está la revolución anticristiana, por lo tanto inhumana, cuya agresividad toca ya los fundamentos biológicos de la vida social. Cuando los alcance y dado que “la gracia supone la naturaleza” quedarán pocas esperanzas de reacción. Salvo que, de las imprevisibles capacidades reconstitutivas de la naturaleza humana, surja el sacudimiento que eche por tierra todo el tinglado corruptor que nos sofoca. Y al freír será el reír, señores Romay, Civita y compañía).