Monseñor Antonio de Castro Mayer escribía, en la
década de los setenta, que en una sociedad neopagana la moda se aleja cada vez
más de las virtudes cristianas, (1). La ropa, especialmente la femenina, nos
sume en un ambiente sensual. Las jóvenes, asimismo, entran en las iglesias,
frisando el “sacrilegio local”, con vestidos ajustados y escotados, con
minifaldas que al sentarse dejan ver partes (“menos honestas” o “deshonestas”
sin más) que deberían permanecer tapadas. El cardenal Giuseppe Siri escribía en
1964 (2) que los pantalones femeninos alteran la psicología de las mujeres, y
conducen a una inversión de los papeles en que es «la mujer la que
lleva los [...] pantalones [...]». Ahora bien,
proseguía el purpurado, la moda cambia de continuo, pero la moral es inmutable.
De ahí que debamos prestar atención a los bailes modernos y sensuales, a las
piscinas mixtas, a los escotes amplios; además, está bien evitar las mangas
cortas en la Iglesia, así como el uso de los pantalones cortos tanto por parte
de los hombres cuanto de las mujeres, por respeto al lugar santo. Hoy, por
desdicha, la moda de la “almilla” estrecha (*) (en todos los sentidos), los
escotes generosos y las mangas casi inexistentes hacen a la indumentaria
gravemente pecaminosa en sí. Con razón Monseñor Pier Carlo Landucci recuperaba
(3), en la década de los sesenta, un artículo de Monseñor Ernest Jouin, quien
escribía: «A las mangas largas les siguen ahora las cortas; luego
desaparecerán también éstas para ceder el puesto a meros “tirantes ” que no
cubrirán ya nada»(4).
A los sacerdotes les corre el deber grave de no
permitir tales abusos. El cardenal Pietro Palazzini afirmaba en 1968: «Es
completamente natural en la mujer la tendencia a adornar su cuerpo; es incluso
loable dentro de ciertos límites, pero hay que evitar cualquier exceso. El
cuerpo humano es templo del Espíritu Santo. El atavío mujeril debe ser bello y
sobrio, en cuanto adorno del cuerpo, que es templo del Espíritu Santo. Ahora
bien, si pasa de ahí debido a una dañada intención de seducir, se realiza una
acción objetivamente pecaminosa en materia grave, mientras que si lo hace sólo
por vanidad, hay pecado venial» (4). Es reprobable todo vestido que
constituya un peligro para la virtud del sujeto (despilfarro de dinero y
escándalo activo) y de los demás (escándalo pasivo).
Además de la cuestión moral o pecaminosa, es menester
hacer comprender a los fieles que la indumentaria femenina prepara o deforma a
las futuras madres (los pantalones, los cabellos cortos, la chaqueta y la
corbata mujeriles les quitan a las mujeres el instinto maternal, que es la
esencia de la feminidad). El cardenal Siri explica que, de suyo, no hay pecado
mortal para las mujeres al ponerse los pantalones con tal de que haya una causa
proporcionada que lo justifique (montar en bicicleta o a caballo, esquiar) y de
que los pantalones no sean demasiado ajustados (para que no se entrevean las
formas); en caso contrario, se ofende gravemente a la moral. Sin embargo, los
pantalones femeninos comportan cierto rechazo -tendencial o implícito- de la
maternidad, y los niños, que tienen instintivamente el sentido de la dignidad
de la madre, son delicadísimos al respecto y perciben la oposición que se da
entre la moda y la razón o naturaleza maternal. El niño tiene una especie de
sexto sentido que lo hace muy sensible a la ligereza, el exhibicionismo y la
tendencial infidelidad materna, que repercutirá psicológicamente en su vida de
adulto y que podría marcarlo negativamente, hasta de manera bastante grave y
peligrosa (droga, alcoholismo, suicidio, delincuencia, homosexualidad).
Pueden imaginarse fácilmente las consecuencias de la
moda indecente femenina: familias rotas (divorcios o separaciones, con traumas
psicológicos muy elevados en los hijos), vidas truncadas (suicidios o
toxicomanías), degeneración moral, depresión y abandono de los viejos. Cosas
que podían hacer sonreír y parecer irreales a finales de los años cincuenta,
pero que, por desgracia, se han convertido hoy en el pan nuestro de cada día.
Pío XII enseñaba que el pudor femenino de hoy prepara para los deberes maternos
del mañana (5). Decía: «Si no sois púdicas hoy [años
cincuenta], no seréis madres capaces mañana [años
setenta-ochenta: leyes sobre el divorcio y el aborto]». ¡Nunca hubo una
previsión más verdadera! Una de las concausas principales de la gangrena del
mundo actual es la amoralidad del mundo femenino y materno. La juventud crecerá
ligera, frívola, irresponsable e inadaptada, tanto física cuanto
psicológicamente, para la vida matrimonial (que hoy naufraga al 90%).
Hoy todos quieren amancebarse; sólo los curas, que
hacen voto de castidad, y los homosexuales, que no pueden engendrar, exigen el
“derecho” al matrimonio. Ahora bien, el bien común de la sociedad civil se
funda precisamente en la estabilidad de los jóvenes, del matrimonio y de las
familias; de aquí el caos anarcolibertario de hoy, los parricidios/matricidios,
infanticidios, uxoricidios, un clero muy mundanizado y una depravación superior
a la de Sodoma y Gomorra. El cardenal Massimo Massimi enseñaba que «la
fuerza de un pueblo es la madre creyente y fiel (al marido y a los hijos), la
cual engendra y educa una juventud sana e incorrupta» (6). Todo lo
contrario de lo que sucede hoy. Así que no hay por qué maravillarse de los
hechos atroces que acaecen a diario y alimentan las gacetillas de la prensa
negra/rosa.
Pío XII enseñaba también que «el mundo
moderno, con su fascinación casi diabólica, y la presión tiránica de
organizaciones poderosísimas hacen que sea menester, para permanecer fieles a
Cristo, un gran dominio de sí, un esfuerzo constante y una abnegación que llega
al heroísmo, sin reservas ni medias tintas». El Sumo Pontífice recomendaba
evitar el espíritu materialista en el traje: lujo provocador, vanidad e
impudicia. Cuidado con las playas en verano (que hoy se han convertido en
auténticas simas del Averno); por desgracia, el espíritu “vacacionero” estival
ha penetrado hasta en las iglesias, favoreciendo la impudicia y ofendiendo el
pudor, convirtiéndolas en templos paganos de “tolerancia” donde se celebra una
pseudoreligión lúdica.
Santo Tomás enseña que cuando unos pocos malvados y
prepotentes obstaculizan el bien de muchos, el predicador no debe temer
incurrir en su enojo y ratificar la verdad sin medias tintas por el bien de la
muchedumbre de los fieles. Los padres deben velar primero por sí mismos y luego
por sus hijos; los jóvenes deben ser fuertes y saber nadar contra corriente y
contra la moda; los sacerdotes deben saber hacer respetar el templo de Dios,
por más graves molestias que ello les suponga, para que no se transforme en una
cueva de bandidos y de “gente de vida airada”.
Revista sí sí no no, Mayo 2008.
(1) I
problemi dell'apostolato moderno, Nápoles: ed. Dell'Albero,
1970.
(2) Lettera
pastorale sulla modafemminile, Génova, 1964.
(3) Centoproblemi
di Fede, Asís, 1962.
(4) R.I.S.S. (Revista
Internacional de las Sociedades Secretas), 1932. Las medias mangas las
desaconsejaba en la iglesia Monseñor de Castro Mayer, no porque fueran
pecaminosas, sino porque no convenían a un lugar solemne y de culto cual es el
templo de Dios. Si se recomienda taxativamente, a los invitados a ciertas fiestas
mundanas de gala, que vistan de negro, con chaqueta y corbata, con mayor razón
se debería cuidar la vestimenta tratándose de la invitación a la casa del
Señor.
(5) Dizionario
di Teologia morale, Roma: Studium, 4a edición,
1968.
(6) Ai
congressisti dell'unione latina di alta moda, 8-XI-1957. Cf. Insegnamentipontifici II, I1
problema femminile, Ed. Paoline, 1958. Véase, además,
las Istruzioni della S. Congregazione del Concilio, 12-11930
y 15-VIII-1954.
(7) La
nostra Legge, Roma: LEV, 1952.
(*) Nota del traductor:
Usamos aquí la voz “almilla” en la doble acepción de «almapequeña,
mezquina, estrecha» y de «especie de jubón, con mangas o sin
ellas, ajustado al cuerpo».