“Hoy
quiero llenarte de excesos
vamos
a comernos a besos,
perder
la inocencia contigo,
no
tener control….”
(Pijama
Party, “Comernos a besos”)
“Hoy
los jóvenes no tienen rumbo”, “la
juventud está perdida… cada vez más perdida”. ¿Quién no oyó alguna vez
palabras similares pronunciadas con un cierto tono de pesadumbre y decepción? O
mejor, ¿quién de nosotros no las ha proferido con sus propios labios en algún
momento?
Son
continuos los episodios que oímos y vemos a diario o de los que recibimos
noticia a través de los medios de comunicación, que provocan estos y otros
pensamientos en nosotros. Jóvenes que han hecho del robo, el homicidio y la
violencia, un oficio. Jóvenes que reniegan de sus padres para vivir una vida
cómoda, abandonados a diversiones y pasatiempos inútiles. Jóvenes cuya vida
gira en torno al sexo, el alcohol, los narcóticos, lo que ellos llaman
“música”, y el boliche.
Es
concretamente la discoteca el lugar donde nuestros jóvenes encuentran todo esto
de manera muy sencilla y organizada. Hoy tenemos el fenómeno llamado “previa”,
que consiste precisamente en precalentar al modo en que lo hacen los
deportistas, la garganta, los oídos, todo el cuerpo y el espíritu, para la
vorágine que vendrá horas más tarde. Lo cual es más de lo mismo: más alcohol y
menos angustias, más chicos y chicas, menos pudor, más adrenalina y menos
preocupación, más consumo y menos dinero, más desenfreno y menos control, más
“libertad”, pero menos dignidad. En definitiva, menos racionalidad,
aunque más animalidad.
En
el lugar acordado aguarda la música que a todo volumen consume los oídos sin
dejar oportunidad alguna para el diálogo y la comunicación, y su ritmo y letras
que invitan abiertamente al descontrol sexual. El alcohol, elemento que
desinhibe y adormece las conciencias, espera impaciente ser consumido en
abundancia. Los narcóticos, como el éxtasis, que circulan cual si
fuesen caramelos. Luces y sombras, sonidos y colores, aromas y figuras
moviéndose al compás del aturdimiento. Las personas, cada vez más despersonalizadas,
se sumergen –voluntariamente, claro está- en el mar tempestuoso del desenfreno
de las pasiones más bajas. Todo está medido y articulado. La máquina funciona a
la perfección.
Pero
se trata de “un prototipo del simulacro de fiesta, un lugar autoritario,
cargado de normas y restricciones, con criterios racistas. Son lugares de
exclusión, cuyo prestigio es proporcional a su capacidad para discriminar”[1].
Y por eso quizás algunos no se sienten tan cómodos como aquel joven que cuenta:
“Voy
con mi novia y en grupo; ir solo es angustiante. La música es fuerte, la
comunicación, nula. Es una vidriera para mirar y ser mirado, un juego
histérico, narcisista, sin contacto. La gente asiste en grupos no mixtos, cada
cual en la suya, como autistas. Se parecen a los documentales (…) y se presenta
como un espectáculo patético.”
Tal
es el efecto disgregador de la discoteca. Podrá argüir alguno que, amén de ser
retrógrados y anticuados, realizamos un reduccionismo radical al no contemplar
el baile como una expresión del Hombre, como un arte digno de ser practicado.
Pero ocurre exactamente lo contrario, puesto que no estamos hablando de una
danza como tal, sino de movimientos desarticulados que imitan incluso las
posturas sexuales. Nada nuevo. Es algo que ya realizaba a la perfección el
renombrado Elvis Presley, también llamado Elvis “la pelvis”. Ninguna novedad,
sólo que lo que antes era considerado una actitud revolucionaria e innovadora
hoy se ha vuelto política de estado. Comentando esta situación nos describe un
autor esa paradoja del antes y el después de la danza. Mientras que en un
tiempo se buscaba el estilo, en otro se busca lo simiesco. “Antes
el baile era en verdad una danza en la que el hombre manifestaba su señorío, su
nobleza; ahora, las más de las veces, es tal el frenesí, son tales los
movimientos convulsivos, tales los espasmos y las contorsiones (que ponen a
prueba los mejores desodorantes), que sólo manifiestan el plebeyismo más
ramplón y la chabacanería más vulgar. Para unos, los movimientos eran plenos de
gracia y donaire, en los otros, en cambio, reina la brutalidad, la agitación,
la excitación…todo son cabriolas y piruetas propias de saltimbanquis o de
atacados por el mal de San Vito. Antes el espíritu reinaba sobre el cuerpo, hoy
sólo se trata de «mover el esqueleto».”[2]
Pongamos
como ejemplo el famoso género diseminado por el mundo llamado Reggaetón. Dicho
estilo, nacido en Puerto Rico, tiene como baile característico el “perreo”,
también llamado “sandungueo”. Como el nombre lo indica, el baile imita los
movimientos sexuales del perro. Este baile no funciona de forma individual,
sino en conjunto. Todo es mostrado a través de los movimientos. No es necesario
quitarse la ropa (la poca ropa), dado que el cuerpo se despoja del vestido. Hay
un descenso a lo puramente animal. Lo dicen incluso sus canciones, como aquella
reciente que reza: “Si necesitas reggaetón, ¡dale!, / sigue bailando
nena no pares. / Acércate a mi pantalón ¡dale!, / vamo’ a pegarnos como
animales…”.
En
medio de este ruido al que llaman música -sin mencionar en nuestro país
fenómenos como la cumbia villera-, las letras hacen alusión en primer
lugar al sexo, en segundo lugar al alcohol, las drogas y el demonio, y
posteriormente, el suicidio y violencia en general. Hace algunos años causaba
furor una de las canciones del todavía vigente grupo de reggaetón Calle 13. El
tema llamado “Fiesta de locos” describe perfectamente estas reuniones nocturnas
de las que hablamos y es uno de los ejemplos más claros de la conjunción de los
tópicos de los que tratan las canciones del reggaetón:
“…Esto
es una fiesta de locos / pero yo soy el único que no estoy loco / (Yo soy el
único que no estoy loco!) / Nena yo sé que mi letra es obscena /
pero con ella es que pago la quincena. / Mujeres feministas
vamos hablar sin tapujo, / tú pones la colcha y yo te estrujo. / Mi amor, tú
te vas a enamorar de este inmoral / aunque seas inteligente o
anormal / Da igual, según Sigmund Freud / la sexualidad
rodea todo lo que soy…” “…Llegó el abusador como colonizador español…”
“…Un poco de perversión en la canción no viene mal / ¡Hija!, si
eres buena y por la noche rezas / dame un beso en la boca y después te
confiesas./ Estoy en el Edén, ¡amén! / Un haren de niñas bailando sin
sostén / con tu cuerpecito de adolescente / cualquier ser viviente se pone
caliente / Están tan buenas esas princesitas / que lo que sudan es agua
bendita. / Ese trasero tuyo llena cualquier Coliseo / y pone a
creer a cualquier Ateo / Yo sé que mi música es profana / pero
cuando deje de vender hago música cristiana. / Por ahora te sigo
dañando el sistema digestivo / con todo lo que escribo…”
“…Esto
no es Reggaeton / pero como quieras bailas un montón. / Si no te gusta esta
canción / pues entonces tírate por un balcón (Uh…)”
Este
es el universo en el que los adultos dejan que los jóvenes, sus hijos, se
sumerjan desde temprana edad. Los así llamados matinée son una
prueba clara de ello. Con la diferencia de que no se vende alcohol puesto que
es ilegal la venta a menores, todo lo demás es idéntico. La misma música, la
misma vestimenta, el mismo baile, el mismo aturdimiento, el mismo frenesí.
En
algunos lugares curiosamente los padres están invitados a presenciar las
fiestas de sus hijos. Tal es el caso de algunas discotecas de Pinamar, Punta
del Este y San Isidro, en Buenos Aires. Veamos lo que cuenta Alejandro Dupuy,
uno de los grandes organizadores de estas fiestas para adolescentes, acerca de
la participación de los padres entre otras cosas[3].
La matiné de “Kú”, la más importante de Pinamar, reúne cada noche entre 500 y
700 chicos entre 12 y 14 años.
“…el
espacio está, pero los padres nunca se quedan. Lo que hacen es traer a los
chicos, mirar un poco cómo es el ambiente y cuando se quedan tranquilos, los
dejan, respetan su intimidad. A lo sumo dejan a algún hermano mayor, que si se
queda lo hace a regañadientes. Pero tampoco es común” “…El espacio
para los padres está y se mantiene, aunque es una porción muy chica la de los
que quieren quedarse y ver. La mayoría trae a los chicos y después los viene a
buscar, por lo general, media hora antes de que la fiesta termine”.
El
espacio del que habla Dupuy es un lugar vidriado, de modo que los chicos no
vean a sus padres, pero éstos sí pueden observar a sus hijos.
Al
parecer no hay exclusión de nadie, pero bien sabemos que no sólo entre los
jóvenes, sino entre discotecas se hacen diferencias sociales y culturales,
haciendo uso de ese término llamado “discriminación”. Decimos “al parecer”,
puesto que algunos sí se preocupan para que algunos jóvenes no dejen de asistir
a la fiesta, o mejor dicho, para no perder el dinero de éstos.
“Tratamos
de pensar en todo y hasta estamos atentos a destinar un espacio para que puedan
estar cómodos aquellos chicos que son tímidos y que por ahí no se animan o no
tienen ganas de bailar y prefieren quedarse un rato sentados con amigos.”
Como
decíamos antes, la maquina funciona a la perfección. Todo está pensado. La idea
es que los chicos dentro del boliche gasten lo menos posible (ya tendrán tiempo
para gastar dinerales más adelante). Tal es así que panchos, gaseosas y los
llamados “Frozen Drinks” (licuados sin alcohol con el aspecto de los mejores
tragos), son vendidos a bajo precio. Las entradas también tienen descuentos. “La
idea –refiere Dupuy- es que entrar a la matiné cueste menos
que un combo promedio de hamburguesas. Es nuestro precio de referencia”.
Otra
de las medidas que se han tomado para estas fiestas es la del monitoreo por
parte de los padres, pero desde sus casas. Se trata de un centro de monitoreo
municipal y público en la ciudad de La Plata. El titular de este sistema de
monitoreo, Juan José Rivademar, señalaba en 2012 que “los padres podrán
observar desde sus casas, a través de una clave que se les otorgará una vez que
se anoten en el registro de nocturnidad, lo que pasa en la vía pública las
noches de los fines de semana”. El mismo Rivademar refiere la conducta de los
jóvenes:
“Los
padres tienen sensaciones encontradas. Por un lado ven que después de la previa
y antes de ingresar a los boliches, distintos grupos de jóvenes ya se
encuentran alcoholizados y producen algunos inconvenientes, pero por otro lado
se encuentran con la presencia de controles en distintas zonas del centro y del
corredor nocturno, y eso les da cierta sensación de tranquilidad, porque ven
que hay una respuesta concreta ante esta situación”.[4]
Ahora
bien, a tres años de estas medidas, ¿hubo alguna mejoría en la primera
apreciación de los padres o, por el contrario, la situación sigue sin control?
¿Hacemos, entonces, una apreciación radical y arbitraria? ¿Quién es el que
reduce la realidad del todo a la parte?
Pero
los involucrados no son simplemente los adolescentes y los más jóvenes. ¿Qué
hay del grupo de entre 27 y 40 años? Pues bien, cansados de toda la semana, el
viernes y sábado lo más oportuno es quedarse en casa. La solución para
continuar con la marea de la discoteca es, con toda lógica, cambiar el día de
la fiesta y asistir a los llamados after office. Es sencillo: “se
sale de la oficina, se guarda la corbata y se llega a eso de las 20; se picotea
algún plato de finger food, y las bebidas no dejan de salir una
tras otra hasta la una o dos de la madrugada, cuando ya se acuerdan de que
quedan pocas horas para volver a trabajar”. “Desde temprano, pueden verse filas
de autos que entran y salen del hipódromo hasta pasadas las 3. Adentro, casi no
se puede caminar: una multitud baila al ritmo del dance, del reggaetón o lo que
venga; toman tragos y andan por todo el salón”[5].
Toto
Lafiandra, socio y manager del boliche Jet Lounge, en Costanera Norte, cuenta
que “a diferencia del fin de semana, el jueves es el día más cool,
con eventos y producciones. La gente a la que le gusta salir lo hace entre
semana. Va a divertirse y lo deja todo”. Maxi Lartigue, uno de los
organizadores de este tipo de fiestas, recuerda que la movida de los días
jueves era en un principio, el día para salidas “non sanctas”. “En la puerta de Museum,
era un clásico ver a todos, hombres y mujeres, hablando por teléfono antes de
entrar. La mayoría, para decir que tenían reunión de trabajo. Con el tiempo
esto cambió y se empezó a tomar como una oportunidad para salir con amigos o
incluso con la pareja”. Por su parte Lucio Canievsky, promotor y organizador de
estas fiestas semanales, confiesa:
“Son
etapas que duran meses o hasta un año, en las que hay un día determinado de la
semana que se pone más de moda que otro. El mercado va mutando de acuerdo con
un montón de razones. Lo que sí está claro es que el viernes y el sábado siguen
siendo días más masivos para salir, mientras que miércoles y jueves tienen un
poco más de color. Son públicos diferentes con necesidades diferentes”. “…Lo
que se viene ahora son los martes. Va a ser el nuevo jueves”.
Como
se ve, ya no se trata de una fiebre que ataca sólo el sábado por la noche, sino
que se contagió a los restantes días de la semana.
Los
efectos de la turbulencia están a la vista de todos. Desde el alcohol y las
drogas hasta las mismas luces. Han sido bien estudiados los efectos de la luz
estroboscópica en las personas. La cual es capaz de acelerar la alternancia de
luces y sombras provocando un debilitamiento del sentido de la orientación, del
juicio y de los reflejos. De este modo cuando el ciclo varía entre 6 y 8
interrupciones por segundo, provoca una pérdida de la percepción de la
profundidad. Elevada la alternancia a 25 interrupciones por segundo, los rayos
luminosos crean la interferencia con las ondas alfa del cerebro que controlan
la aptitud para la concentración. Si se aumenta todavía más la alternancia
entre luz y tinieblas, se pierde toda capacidad de autocontrol[6].
Sumado
a ello el mensaje de la música, sea éste subliminal o no. El ritmo en sí, no
sólo es capaz de provocar espasmos y conducir a los movimientos orgiásticos y
paroxísticos, sino que amén de la destrucción del órgano auditivo, dado el
elevado número de decibeles de la emisión del sonido y la duración de la
exposición, se atrofia la concentración, la memoria, las neuronas y, en última
instancia, la salud mental. Mediante experimentos con animales, los científicos
concluyen que “una única exposición al ruido durante dos horas es suficiente
para generar un daño celular y una alteración en la conducta”. Así lo explica
Laura Guelman, investigadora adjunta del Conicet en el Centro de Estudios
Farmacológicos y Botánicos (Cefybo, UBA-Conicet) y coordinadora del estudio. La
primera autora de la investigación, Soledad Uran, refiere que el daño llega
incluso a las células del hipocampo, presentando alteraciones en el núcleo
celular, la zona donde se encuentra el ADN: “el núcleo se desorganiza, lo cual
indica que hay un daño en el tejido”. En efecto, comenta María Zorrilla
Zubiete, docente e investigadora de la primera cátedra de Farmacología de la
Facultad de Medicina en la UBA, estos cambios en los núcleos de las células
“podrían ser compatibles con alguna degeneración o muerte neuronal en el
hipocampo, y relacionarse con la posibilidad de tener menos plasticidad en los
procesos de memoria”. Esta misma investigadora afirma:
“Se
podría hipotetizar que los niveles de ruido a los cuales se exponen los chicos
en las discotecas o escuchando música fuerte por auriculares podría llevar a
déficits en la memoria y atención a largo plazo”[7].
El
alcohol y las drogas es lo más palpable del problema. Y el término “fiebre” no
es simplemente un recurso retórico en alusión a un famoso film de los 80’, sino
que lo sostienen los profesionales de la medicina. El Dr. Juan Carlos David,
quien ha estudiado este fenómeno del que tratamos, habla de una clara
“epidemia”. En epidemiología se estudia la causa de la enfermedad de los
pueblos o poblaciones teniendo en cuenta una tríada ecológica cuyos vértices
son: el ambiente, el huésped y el agente agresor. Estos conceptos trasladados a
la realidad que estamos comentando son los siguientes en la opinión del doctor: “nos
enfrentamos con una epidemia de abuso de alcohol (agente agresor) en los
adolescentes (huésped), fundamentalmente en un medio que son los boliches y sus
alrededores (ambiente)”. Y a continuación señala: “Esa tríada
explosiva es el porqué de las agresiones físicas (traumáticas o de índole
sexual), de los accidentes automovilísticos, y de una buena parte de los
embarazos no deseados”[8].
En
nuestros días el fenómeno de las mezclas de bebidas alcohólicas con algunos
estupefacientes o medicamentos de cualquier género, es un hecho. Es una nueva
versión de la ruleta rusa. Esta práctica llamada también policonsumo está
instalada en el país, según refiere la Secretaría de Programación para la
Prevención de la Drogadicción (SEDRONAR). Se mezclan las sustancias para
disparar nuevas sensaciones. Una droga muy de moda actualmente, luego de la
famosa “burundanga”, es la GHB (Gamma Hydroxybutyrate), llamada también “viola
fácil”. Una vez ingerida sus efectos son inmediatos. Se utiliza para
cometer actos sexuales, aunque provoca la muerte. Lo que provoca es una pérdida
de la voluntad, un engaño al cerebro. No tiene sabor, ni color, ni olor, por lo
que no se puede detectar y las víctimas caen una tras otra. Produce también
síndrome de abstinencia, insomnio, ansiedad, temblores, sudoración y es común que
el intoxicado se orine o defeque sin darse cuenta. No sólo se pierde la
conciencia, sino también la memoria. En 2015 se conoció un caso de Perú en el
que “luego de que la chica tomó la bebida con GHB, a los diez minutos, el
barman estaba parado al lado de ella dándole órdenes. Luego el violador llevó a
su víctima, que estaba un tanto adormecida, hasta el hotel para completar la
violación sexual”[9].
Geraldine
Peronace, médica psiquiatra, quien ha brindado contención psiquiátrica en una
discoteca de Capital Federal, está trabajando en la prevención de este tipo de
prácticas. Advierte la doctora que todo comienza en las “previas” en donde se
consumen comprimidos de éxtasis para que no detecten su estado de alcohol.
“Adentro van a usar sustancias en auge… y como muchas generan amnesia, no
recuerdan los consumos y allí empiezan los cuadros de sobredosis que para
nosotros empieza a ser más complicado a partir de las 5 de la mañana. Siendo
que el horario de finalización de la nocturnidad es entre las 7 y las 7:30″.
Según la especialista, el dejarse guiar por las modas es un agravante, ya que
éstas son pensadas para que la gente esté insatisfecha con quiénes son”[10].
Es aquello que detalla Enrique Rojas como el hombre light, inmerso
en una zona de indefinición, insatisfacción de sí mismo y de su entorno, un
camino sin meta. “El frenesí de la diversión –dice- y la
afirmación de que todo vale igual, nos muestra a un hombre para el que es más
importante la velocidad en alcanzar lo deseado que la meta en sí. Esta
apoteosis de lo superficial ha ido teniendo una serie de dramáticas consecuencias: la
adicción al sexo, a la droga, al juego, a los sedantes y al zapping, todas
manifestaciones diferentes tienen un fondo común”[11].
Se
trata, en efecto, de un problema que va más allá de lo moral y religioso. Es un
problema de salud física y psicológica, que evidentemente inicia y culmina
principalmente en un problema espiritual.
Un
artículo de Rolando Hanglin aparecido en La Nación[12],
resulta muy interesante por la descripción del fenómeno que venimos
dilucidando. En tono irónico el autor dice que “los adolescentes no tienen
ninguna necesidad de bailar. No es uno de los derechos humanos. La prueba está
en que, si se le impide dormir a una persona, enloquece y muere. En cambio, si
se lo deja sin bailar sigue contento y feliz. No pasa nada”. La crítica del
autor llega incluso a los viajes de egresados, “un invento maldito”, que los
jóvenes aprovechan para estar lejos del control de sus padres “con el exclusivo
propósito de producir aturdimiento, ebriedades, desórdenes sexuales y destrozos
en los hoteles”. Sus palabras son claras y contundentes y pese a su extensión
merecen traerse a cuento:
“Mediante
la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de sus casas, después
de descansar un rato, a las dos de la mañana. Llegan como pueden a las proximidades
de una discoteca. Por lo general, están borrachos al arribar a la puerta,
debido a la simpática “previa”. En esas largas filas de espera, hay chicas que
venden “petes” o “besos por un peso”, para pagar la entrada, otras que exhiben
el documento de la hermana mayor para que las dejen pasar, y no faltan los
muchachitos que vomitan en la vereda o caen desvanecidos. Frecuentemente, se
pegan e insultan. A la salida, en la desbandada del amanecer, ocurren las
desgracias.
De
la juventud del “amor y paz”, sonrisas alucinadas, pies descalzos, un porrito,
el sonido de voces y guitarras, el sexo libre (pero sano y sin violencia) hemos
pasado en pocos años a esta cabalgata de barras bravas, haciendo “pogo”. Sin
embargo, son las mismas edades adolescentes, con las mismas caras puras y
cuerpos vírgenes. ¿Cómo fue? ¿Cómo hicimos la metamorfosis de “una chica
moderna” a “un gato”?”
Esta
metamorfosis se hizo poco a poco, muchos años atrás. La fraguaron los ideólogos
de la Revolución Cultural, valiéndose de una sociedad víctima del proceso de
Revolución Mundial Anticristiana. Y fueron precisamente estos ideólogos los que
impulsaron y favorecieron el surgimiento de aquellos jóvenes descalzos con sus
guitarras, sexo libre y gritos de amor y paz.
¿Cómo
se explican algunos nombres de discotecas y boliches?: Pagana, Inferno,
Infierno, Non Serviam, Requiem Gothic, Sacramento, La Hechicera, Brujas,
Coolto, Pecado Bar, Mala Mujer, Santo Club, El Culto, Diosa gitana, El
Templo, Vuddu, El Judas, Rey Castro (por Fidel Castro), y un larguísimo
etcétera. En Madrid, para la inauguración de una disco hacían la propaganda: “Vení
con nosotros… conocerás pecados nuevos”. Tanta gente hubo en el lugar que
cerraron las puertas porque no entraba nadie más. Hubo un cortocircuito, se
produjo un incendio, se quemaron las películas pornográficas y el gas que
largaban mató una gran cantidad de jóvenes[13].
En
fin, ¿para qué seguir? La pregunta -quizás la más importante- es cómo revertir
esta situación. La respuesta más lógica probablemente sea hacer precisamente
todo lo contrario a lo que se viene haciendo. En efecto, no se trata de crear
una legislación para controlar la venta de alcohol o regular el tiempo de
duración de la fiesta, estimar los impuestos a SADAIC, o aumentar la seguridad
de los boliches, sino de legislar buscando la nulidad de estas prácticas y
antros que son causa de tantas problemáticas sociales y culturales.
La
crítica está hecha, radical, autoritaria, anticuada, retrógrada o lo que fuere.
Pero hay un hecho que no podemos ignorar: nuestros jóvenes al parecer sí se
están perdiendo, poco a poco, cada vez más. No todos, aunque sí la gran
mayoría. Son pocos los que buscan ir contracorriente pese a todo y aunque les
toque ser los “aguafiestas”. Son quienes dan lugar a la esperanza. Es cierto,
en medio de la tempestad, muchos jóvenes se encuentran en el centro, en el ojo
de la tormenta. Otros probablemente apenas están en las orillas del tornado.
Pero a todos, todos, los sopla el mismo viento, los arrastra la misma marea.
Multitudes a quienes casi en su totalidad -duele decirlo-, nadie les quitará lo
bailado.
Eduardo
Peralta
San
Juan, 9 de febrero de 2016
NOTAS:
[1] P.
Carlos Miguel Buela, IVE, Jóvenes en el Tercer Milenio, 8va edición,
Ediciones “Del Verbo Encarnado”, Mendoza, 2007, p. 50.
[2] Ibídem,
p. 50.
[3] Cfr.
Diario El Día (La Plata), edición del miércoles 9 de enero de 2013, p. 17.
[4] En
diario El Día, edición del martes 11 de diciembre de 2012, p. 16.
[5] Cfr.
La Nación, edición del domingo 11 de septiembre de 2011, p. 25.
[6] Cfr. J.
P. Regimbal., Il Rock ‘n’ Roll, Varese, 1987.
[7] “El
ruido muy intenso afecta el aprendizaje y la memoria”, artículo aparecido
en diario El Día, edición del domingo 22 de julio de 2012, pp. 10-11.
[8] “Los
boliches, los adolescentes y el alcohol”, lunes 30 de noviembre de 2009.
[9] Noticia
del 11 de mayo de 2015, “La droga ‘Viola fácil’ ya está en boliches del
país”, cfr.:www.lacapital.com.ar/informacion-gral/La-droga-viola-facil-ya-esta-en-boliches-del-país-2015-0511-5070.html
[10] Cfr. http://www.infobae.com/2015/10/21/1762915-el-peligro-las-previas-como-se-inicia-el-camino-el-policonsumo
[11] Enrique
Rojas, El Hombre Light, una vida sin valores”, Ediciones Temas de
Hoy, Buenos Aires, 1994, p. 68.
[12] Edición
del martes 5 de octubre de 2010.
[13] Cfr.
P. Carlos Buela, “Los Boliches bailables”, en:https://padrebuela.wordpress.com/2013/01/31/los-boliches-bailables/