Hombre y Mujer o el Significado
Sociopolítico del Unisex
De RUBEN CALDERON BOUCHET
Revista Cabildo n. 3, Julio
1973
Es éste un reportaje literario,
que hacemos a un libro, no a un autor. Se trata de ‘SOBRE LAS CAUSAS DEL ORDEN
POLITICO” de R. Calderón Bouchet. Entre sus páginas buscamos una que responde
admirablemente al cuestionario que le hicimos. El libro aparecerá pronto.
A. PITHOD
UNISEX:
Rebelión contra la propia condición natural
P.
— ¿Qué le inspira, profesor, el unisex que se va imponiendo en todas las
manifestaciones de la vida contemporánea?
R.
— Nivelar los sexos, destruyendo sus diferencias secundarias, es un ideal de
la época que corona sus aspiraciones en la realización de ese repelente andrógeno,
cuyo sexo indiscernible desaparece en manifestaciones ambiguas.
El
hombre y la mujer están condicionados en su estructura anímico-corporal por el
sexo, y así como en los seres bien hechos esta situación se expresa en una
anatomía claramente diferenciada, no deja de manifestarse en los movimientos
más finos y aparentemente más asexuados del espíritu. Esto indica “que el
hombre y la mujer son cosas bien distintas del macho y de la hembra, ya que sus
diferencias sexuales no se ligan tan sólo a la naturaleza, sino también al
espíritu, integrándose una y otra dependencia en la unidad de la persona"
(Steinbuchel).
P.
— Pero en una perspectiva sociopolítica, ¿qué es lo que interesa destacar en
estas tendencias a la nivelación de los sexos?
R.
— Lo que interesa en una meditación sobre el orden sociopolítico no es sólo la
existencia de tales diferencias (sexuales) sino la integración perfectiva que
se realiza (entre ellas) en el matrimonio, y que a través de él fecunda todo el
ámbito de la vida social. Lo femenino y lo masculino se integran efectivamente
en el matrimonio, creando de este modo un ambiente familiar que permite la
eclosión de una humanidad rica en matices diferenciales. Una educación
exclusivamente femenina o masculina impide al sexo cuya preponderancia domina,
abrirse a la influencia del otro y lo cierra sobre sí mismo, provocando una
suerte de unilateralidad sexual que puede adquirir las formas aberrantes del
homosexualismo. Uno piensa en la misoginia de esos soldados formados en el ideal
de una vida exclusivamente masculina y para quienes se convierten en obsesión
todas aquellas debilidades que considera blanduras del sexo débil.
P.
— ¿Cuáles son las valencias culturales y sociales, entonces, de la
diferenciación sexual, y en qué se funda la natural y cristiana polaridad
hombre-mujer, en contra de toda esta cháchara uniformadora del unisex que
padecemos?
R.
— La diferenciación sexual impregna toda la vida del espíritu, penetra la
sensibilidad, la imaginación y se expande en una rica variedad de formas de
vida y expresiones de arte que dan a las culturas la plenitud de un universo
vivo y al mismo tiempo lleno de sorpresivas situaciones. Toda la vida medieval
lleva el sello de una polaridad sexual que era enorme y al mismo tiempo
delicada, recogiendo con ambas palabras los matices que el ímpetu viril y la
sublime dulzura de la mujer habían impuesto a todas las manifestaciones de la
espiritualidad medieval.
La
tristeza del mundo miserable que han fabricado los mercaderes reside
precisamente en un predominio de lo estrictamente masculino y en una de sus
más ruines preferencias lógicas: la lógica de lo económico. El espíritu
masculino tiene una fuerte propensión a llevar una actitud hasta sus últimas
consecuencias, con un desprecio total por las condiciones orgánicas de la vida.
Por eso la visión del mundo que tiene el varón da la impresión de un orden abstracto,
de una "regula mores” fabricada racionalmente y que trata de imponerse
violentamente a los movimientos más finos y sutiles de la vida. La mujer está
instintivamente más ligada a la naturaleza y el ritmo de su existencia no se
compadece con la rigidez geométrica que el hombre trata de imprimir a la
marcha de los asuntos. En una sociedad transida por las exigencias de la lógica
masculina, la primera sacrificada es la mujer. No importa que las apariencias
engañosas de nuestra sociedad de consumo presenten como "libertades” el
desarraigo y la ruptura con las condiciones existenciales del sexo. La realidad
es otra y la negación de una diferenciación impuesta por la condición misma del
hombre no hará más que acentuar hasta lo catastrófico el crecimiento unilateral
de nuestra sociedad industrial.
P. — El
equilibrio bio-psíquico-social que provoca la popularidad armónica de
hombre-mujer se logra de modo perfecto en el matrimonio y es en él donde la
cultura encuentra su fuente prístina para la formación de la “humanitas”. No
por nada hoy los embates de la contra-cultura se centran contra la institución
y aún contra la propia pareja...
R. —
Engels vio en el matrimonio monogámico la expresión más temprana de la
explotación de la mujer por el hombre. Santo Tomás, más fino para advertir las
diferencias impuestas por la sexualidad, observó “que entre las cosas que son
necesarias para la vida humana hay ciertas cosas que competen a los varones, y
otras a las mujeres. Por lo cual, la naturaleza aconseja que haya cierta
asociación del varón a la mujer, en la cual consiste el matrimonio’' (S.Th..
Illa., Q.91, a.l). La ciencia moderna ha penetrado con mucha sagacidad en los
diversos matices diferenciales que se originan en el sexo, y no se puede alegar
ni indiferencia ni ignorancia en estos problemas. Pero una cosa es la ciencia
auténtica y otra la rebelión contra su propia condición natural que auspicia el
impulso revolucionarlo que vivimos...
(Impresionado
—a la luz de estas reflexiones— de lo livianamente que nos tomamos hoy este fenómeno
aparentemente intrascendente y estúpido del unisex, me retiro de una entrevista
que espero retomar —ventajas de la palabra escrita— cada vez que quiera
profundizar en alguno de estos temas que van, más o menos insensiblemente,
cambiando nuestras vidas. Tras estos cambios está la revolución anticristiana,
por lo tanto inhumana, cuya agresividad toca ya los fundamentos biológicos de
la vida social. Cuando los alcance y dado que “la gracia supone la naturaleza”
quedarán pocas esperanzas de reacción. Salvo que, de las imprevisibles capacidades
reconstitutivas de la naturaleza humana, surja el sacudimiento que eche por
tierra todo el tinglado corruptor que nos sofoca. Y al freír será el reír,
señores Romay, Civita y compañía).