La palabra moderno ya no tiene prestigio automático
sino entre tontos.
La vida del moderno se mueve entre dos polos;
negocio y coito.
El moderno llama cambio caminar más rápidamente por
el mismo camino en la misma dirección. El mundo en los últimos trescientos
años, no ha cambiado sino en ese sentido. La simple propuesta de un verdadero
cambio escandaliza y aterra al moderno.
Los Evangelios y el Manifiesto comunista palidecen;
el futuro del mundo está en poder de la Coca-Cola y la pornografía.
La diferencia entre Medievo y mundo moderno es
clara: en el Medievo la estructura es sana, y apenas ciertas coyunturas fueron
defectuosas; en el mundo moderno, ciertas coyunturas han sido sanas, pero la
estructura es defectuosa.
El moderno cree vivir en un pluralismo de opiniones,
cuando lo que impera es una unanimidad asfixiante.
El hombre habrá construido un mundo a imagen y
semejanza del infierno cuando habite en un medio totalmente fabricado con sus
manos.
El moderno se ingenia con astucia para no presentar
su teología directamente, sino mediante nociones profanas que la impliquen.
Evita anunciarle al hombre su divinidad, pero le propone metas que solo un dios
alcanzaría o bien proclama que la esencia humana tiene derechos que la suponen
divina.
Dios es el estorbo del hombre moderno.
El mundo moderno ya no censura sino al que se rebela
contra el envilecimiento.
La libertad es derecho a ser diferente; la igualdad
es prohibición de serlo.
El ritualismo es el protector discreto de la
espiritualidad.
Hay que apreciar los lugares comunes y despreciar
los lugares de moda.
No les demos a las opiniones estúpidas el placer de
escandalizarnos.
Dios es la verdad de todas las ilusiones.
La inteligencia se capacita para descubrir verdades
nuevas redescubriendo viejas verdades.
El ateo se consagra menos a verificar la
inexistencia de Dios que a prohibirle que exista.
Si queremos que algo dure, hagámoslo bello, no
eficaz.
Muchos aman al hombre sólo para olvidar a Dios con
la conciencia tranquila.
El lugar común tradicional escandaliza al hombre
moderno. El libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de
viejos proverbios.
El anhelo secreto de toda sociedad civilizada no es
el de abolir la desigualdad, sino el de educarla.
La civilización no mora sino en casas solariegas. En
aulas universitarias se muere del frío.
En el Estado moderno las clases con intereses
opuestos no son tanto la burguesía y el proletariado como la clase que paga
impuestos y la clase que vive de ellos.
Al pueblo no lo elogia sino el que se propone
venderle algo o robarle algo.