miércoles, 12 de febrero de 2014
Escolios de Nicolás Gómez Dávila
La palabra moderno ya no tiene prestigio automático
sino entre tontos.
La vida del moderno se mueve entre dos polos;
negocio y coito.
El moderno llama cambio caminar más rápidamente por
el mismo camino en la misma dirección. El mundo en los últimos trescientos
años, no ha cambiado sino en ese sentido. La simple propuesta de un verdadero
cambio escandaliza y aterra al moderno.
Los Evangelios y el Manifiesto comunista palidecen;
el futuro del mundo está en poder de la Coca-Cola y la pornografía.
La diferencia entre Medievo y mundo moderno es
clara: en el Medievo la estructura es sana, y apenas ciertas coyunturas fueron
defectuosas; en el mundo moderno, ciertas coyunturas han sido sanas, pero la
estructura es defectuosa.
El moderno cree vivir en un pluralismo de opiniones,
cuando lo que impera es una unanimidad asfixiante.
El hombre habrá construido un mundo a imagen y
semejanza del infierno cuando habite en un medio totalmente fabricado con sus
manos.
El moderno se ingenia con astucia para no presentar
su teología directamente, sino mediante nociones profanas que la impliquen.
Evita anunciarle al hombre su divinidad, pero le propone metas que solo un dios
alcanzaría o bien proclama que la esencia humana tiene derechos que la suponen
divina.
Dios es el estorbo del hombre moderno.
El mundo moderno ya no censura sino al que se rebela
contra el envilecimiento.
La libertad es derecho a ser diferente; la igualdad
es prohibición de serlo.
El ritualismo es el protector discreto de la
espiritualidad.
Hay que apreciar los lugares comunes y despreciar
los lugares de moda.
No les demos a las opiniones estúpidas el placer de
escandalizarnos.
Dios es la verdad de todas las ilusiones.
La inteligencia se capacita para descubrir verdades
nuevas redescubriendo viejas verdades.
El ateo se consagra menos a verificar la
inexistencia de Dios que a prohibirle que exista.
Si queremos que algo dure, hagámoslo bello, no
eficaz.
Muchos aman al hombre sólo para olvidar a Dios con
la conciencia tranquila.
El lugar común tradicional escandaliza al hombre
moderno. El libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de
viejos proverbios.
El anhelo secreto de toda sociedad civilizada no es
el de abolir la desigualdad, sino el de educarla.
La civilización no mora sino en casas solariegas. En
aulas universitarias se muere del frío.
En el Estado moderno las clases con intereses
opuestos no son tanto la burguesía y el proletariado como la clase que paga
impuestos y la clase que vive de ellos.
Al pueblo no lo elogia sino el que se propone
venderle algo o robarle algo.
La rebelión más novelesca
Algunos comentarios de Chesterton acerca
del valor, el interés y la influencia de los relatos policiacos, tomados del libro
reseñado hace tres semanas:
—«El primer valor esencial de las novelas de detectives radica en que son la primera y única forma de literatura popular en que se expresa la poesía de la vida moderna».
—«Un relato detectivesco es, en un sentido especial, un relato espiritual, puesto que se trata de un relato en el que se ponen en duda incluso las simpatías morales».
—«El arte nunca es amoral, aunque pueda ser inmoral o, lo que viene a ser lo mismo, moral, pero con una moralidad equivocada. La única emoción, incluso de una vulgar novela de crímenes, tiene que ver con la conciencia y la voluntad, e implica descubrir que las personas son mejores o peores de lo que parecen y que lo son por propia elección».
—«Mientras la constante tendencia del viejo Adán es rebelarse contra algo tan universal y automático como la civilización, y predicar la independencia y la rebelión, la novela policiaca tiene siempre presente el hecho de que la civilización en sí misma es la mayor de las independencias y la más novelesca de las rebeliones. (…) La novela policiaca es, por lo tanto, la novela del hombre. Se basa en el hecho de que la moralidad es la más oscura y atrevida de las conspiraciones. Nos recuerda que ese trabajo policial silencioso e imperceptible con el que nos regimos y protegemos no es más que una triunfal caballería andante».
—«En todas las épocas a la gente le influye más la ficción que la realidad», y eso es así porque mientras cualquier tragedia concreta le ocurre a alguien, «podemos afirmar que la tragedia de Estudio en escarlata le ha ocurrido a todo el mundo. Le ha sucedido a todo el mundo como idea, y las ideas son cosas prácticas».
—«El peculiar daño infligido por las novelas policiacas radica en que, al ser ficticias, son mucho más puramente racionales que los sucesos detectivescos de la vida real. (…) [En cambio] «la vida, en su sentido más agudo y severo, se basa en atmósferas espirituales y en emociones innombrables e impalpables. Los hombres prácticos siempre actúan basados en la imaginación: no tienen tiempo para actuar según la sabiduría mundana. Cuando alguien recibe a un oficinista en busca de empleo, ¿qué hace? ¿Le mide el cráneo? ¿Comprueba sus antecedentes hereditarios? No: hace conjeturas. Como no sabemos y no podemos saber, se ve obligado a saltar al vacío».
Artículos relacionados:
Cascos puestos
El análisis de Allan Bloom sobre la
música rock en El cierre de la mente moderna es
demoledor. Quizá sea excesivo afirmar, de toda la industria discográfica, que
«tiene toda la dignidad moral del tráfico de drogas», pero sin duda no lo es
asegurar que «es capitalismo perfecto, ya que abastece la demanda y ayuda a
crearla». Y en muchísimos casos sí han resultado ciertas las consecuencias que
describe: que un exceso de música rock desde la infancia condiciona (y
estropea) las primeras experiencias sensibles, que son las que determinan el
gusto durante toda la vida. A la observación de que muchos jóvenes acabarán
superando esta música o, al menos, la pasión exclusivista por ella, Allan Bloom
asiente pero a la vez señala que ya no podrán ya descubrir otras realidades más
ricas: «Mientras tienen puestos los cascos, no pueden oír lo que la gran
tradición tiene que decir. Y cuando, después de usarlos largo tiempo, se los
quitan, se encuentran con que están sordos».
Allan Bloom. El cierre de la mente moderna (The Closing of the American Mind, 1987). Barcelona: Plaza & Janés, 1989; 395 pp.; col. Hombre y Sociedad; prólogos de Saul Bellow y Salvador Giner; trad. de Adolfo Martín; ISBN: 840123008X.
Abogando por la novela de peripecias, Jorge Luis Borges
Stevenson, hacia 1882, anotó que los lectores
británicos desdeñaban un poco las peripecias y opinaban que era muy hábil
redactar una novela sin argumento, o de argumento infinitesimal, atrofiado.
José Ortega y Gasset -La deshumanización del arte, 1925- trata de
razonar el desdén anotado por Stevenson y estatuye en la página 96, que “es muy
difícil que hoy quepa inventar una aventura capaz de interesar a nuestra
sensibilidad superior”, y en la 97, que esa invención “es prácticamente
imposible”. En otras páginas, en casi todas las otras páginas, aboga por la
novela “psicológica” y opina que el placer de las aventuras es inexistente o
pueril. Tal es, sin duda, el común parecer de 1882, de 1925 y aún de 1940.
Algunos escritores (entre los que me place contar a Adolfo Bioy Casares) creen
razonable disentir. Resumiré, aquí, los motivos de ese disentimiento.
El primero (cuyo aire de paradoja no quiero destacar ni atenuar) es el intrínseco rigor de la novela de peripecias. La novela característica, “psicológica”, propende a ser informe. Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o por humildad… Esa libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden. Por otra parte, la novela “psicológica” quiere ser también novela “realista”: prefiere que olvidemos su carácter de artificio verbal y hace de toda vana precisión (o de toda lánguida vaguedad) un nuevo toque verosímil. Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día. La novela de aventuras, en cambio, no se propone como una transcripción de la realidad: es un objeto artificial que no sufre ninguna parte injustificada. El temor de incurrir en la mera variedad sucesiva del Asno de Oro, de los siete viajes de Simbad o El Quijote, le impone un riguroso argumento.
El primero (cuyo aire de paradoja no quiero destacar ni atenuar) es el intrínseco rigor de la novela de peripecias. La novela característica, “psicológica”, propende a ser informe. Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o por humildad… Esa libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden. Por otra parte, la novela “psicológica” quiere ser también novela “realista”: prefiere que olvidemos su carácter de artificio verbal y hace de toda vana precisión (o de toda lánguida vaguedad) un nuevo toque verosímil. Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día. La novela de aventuras, en cambio, no se propone como una transcripción de la realidad: es un objeto artificial que no sufre ninguna parte injustificada. El temor de incurrir en la mera variedad sucesiva del Asno de Oro, de los siete viajes de Simbad o El Quijote, le impone un riguroso argumento.
He alegado un motivo de orden intelectual; hay
otros de carácter empírico. Todos tristemente murmuran que nuestro siglo no es
capaz de tejer tramas interesantes; nadie se atreve a comprobar que si
alguna primacía tiene este siglo sobre los anteriores, esa primacía
es la de las tramas. Stevenson es más apasionado, más diverso, más lúcido,
quizá más digno de nuestra absoluta amistad que Chesterton; pero los argumentos
que gobierna son inferiores. De Quincey, en noches de minucioso terror, se
hundió en el corazón de laberintos, pero no amonedó su impresión de unutterable
and self-repeating infinities en fábulas comparables a las de Kafka.
Anota con justicia Ortega y Gasset que la “psicología” de Balzac no nos
satisface; lo mismo cabe anotar de sus argumentos. A Shakespeare, a Cervantes,
les agrada la antinómica idea de una muchacha que, sin disminución de
hermosura, logra pasar por hombre; ese móvil no funciona con nosotros. Me creo
libre de toda superstición de modernidad, de cualquier ilusión de que ayer
difiere íntimamente de hoy o diferirá de mañana; pero considero que ninguna
otra época posee novelas de tan admirable argumento como The turn of
the screw, como Der Prozess, como Le Voyageur sur la
terre, como ésta que ha logrado, en Buenos Aires, Adolfo Bioy Casares
[...].
He discutido con su autor los pormenores de su
trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole
calificarla de perfecta.
Jorge Luis Borges
Prólogo a La invención de Morel
2 de noviembre de 1940
Prólogo a La invención de Morel
2 de noviembre de 1940
Foto: Jorge Luis Borges y Aldolfo Bioy
Casares
jueves, 6 de febrero de 2014
C.S. Lewis «se apunta» otro converso: un ex batería «punkie» que leía sus páginas sobre la soberbia
![]() |
Terry Chimes, de rojo, con The Clash.. |
Hay
escritores que, como pistoleros en el revólver, podrían hacer muescas en sus
libros para recordar el número de conversos provocados por sus
páginas-bala. G.K. Chesterton (1874-1936) es uno de ellos, y recientemente Joseph
Pearce incluía esa "abundancia de frutos de su tarea como evangelizador"
entre los argumentos a favor de su beatificación.
Otro
"fabricante" de católicos -aun sin llegar a serlo
él mismo nunca formalmente, por más que su proximidad doctrinal a la Iglesia
era casi absoluta- fue C.S. Lewis (1898-1963), y en particular
su ensayo Mero cristianismo, que llevó a la fe, entre otros, al teólogo Scott Hahn o al genetista Francis Collins.
La celebridad a través de la percusión
La celebridad a través de la percusión
A éstos habría que añadir ahora a Terry Chimes, ex batería de dos míticas bandas de punk rock de los 80, The Clash -sobre todo- y Black Sabbath, con quienes tocó un corto periodo de tiempo.
Nacido en 1956 en el distrito londinense de Stepney, desde 1976 y durante una década se unió a diversos grupos y adquirió fama con las baquetas. De hecho, en 2003 su nombre fue incluido en el Rock and Roll Hall of Fame, que perpetúa en Cleveland (Ohio) a lo más granado entre los músicos del género.
Para
entonces, sin embargo, había cambiado bombos y platillos por la
quiropráctica, una técnica de tratamiento de molestias músculo-esqueléticas
de controvertida base científica y pretensiones espirituales a la que se
entregó profesionalmente desde 1993.
¿Por qué? En 1985, durante una gira con Black Sabbath, se había lesionado un brazo tras jugar tres horas seguidas a los bolos. El quiropráctico que viajaba con la banda de Ozzy Osbourne se lo arregló, posibilitando que pudiera tocar, y Terry decidió sustituir una profesión por otra.
A los 17 años se había planteado ser médico, lo dejó para entregarse a la percusión, y algo del gusanillo de curar a los demás quiso matar con las clínicas quiroprácticas que acabó fundando
¿Por qué? En 1985, durante una gira con Black Sabbath, se había lesionado un brazo tras jugar tres horas seguidas a los bolos. El quiropráctico que viajaba con la banda de Ozzy Osbourne se lo arregló, posibilitando que pudiera tocar, y Terry decidió sustituir una profesión por otra.
A los 17 años se había planteado ser médico, lo dejó para entregarse a la percusión, y algo del gusanillo de curar a los demás quiso matar con las clínicas quiroprácticas que acabó fundando
Es a lo
que se dedica en la actualidad, pero además en noviembre del año pasado escribió
en e-book su autobiografía, The Strange Case of Dr Terry and Mr
Chimes(humorística referencia a sí mismo al modo de El extraño caso
del Dr Jekyll y Mr Hyde, de Robert Louis Stevenson [1850-1894]). En ella,
cuenta su vida como rockero, su transición profesional, y "las
percepciones espirituales que han guiado su vida".
Esos libros de segunda mano comprados al azar...
Esos libros de segunda mano comprados al azar...
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