Combatió
a los bailes durante 25 años
Ars
era el lugar predilecto de los jóvenes bailarines de las inmediaciones. Todo
era pretexto para un baile. Para acabar con ellos, el santo cura de Ars trabó
25 años de reñido combate.
Explicaba
que no basta evitar el pecado, sino que se debe huir también de las ocasiones.
Por eso, envolvía en el mismo anatema el pecado y la ocasión de pecado. Atacaba
así al mismo tiempo el baile y la pasión impura por ella alimentada: “No hay un solo mandamiento de la ley de
Dios que el baile no haga quebrantar… […] ¡Dios mío!, ¿es posible que estén en
esto tan cegados, que lleguen a creer que no hay peligro en el baile, siendo
así que es la maroma con que el demonio arrastra más almas al infierno? El
demonio da vueltas alrededor de un baile, como un muro rodea un jardín… Las
personas que entran en un baile dejan a su ángel de la guarda en la puerta, y
el demonio lo sustituye; así resulta que en la sala hay tantos demonios como
danzantes”.
El baile de hoy. La cosecha del Diablo. |
El
santo era inexorable no sólo con quien bailase, sino también con los que fuesen
solamente a “presenciar” el baile, pues la sensualidad también entra por los
ojos. Les negaba también la absolución, a menos que prometiesen nunca más
hacerlo. Al reformar la iglesia, erigió un altar en honra de San Juan Batista,
y en su arcada mandó esculpir la frase: ¡Su cabeza fue el precio de una danza!
Se debe resaltar que los bailes de la época, en comparación con los de hoy
—sobre todo por los saltos frenéticos e inmorales de los nuevos bailes
modernos— eran como que inocentes. Pero era el comienzo del proceso que
desembocó en los bailes actuales.
La
victoria del padre Vianney en este campo fue total. Los bailes desaparecieron
de Ars. Y no sólo los bailes, sino hasta algunas diversiones inofensivas que él
juzgaba indignas de buenos católicos.
¿Qué no diría el santo de las discotecas, verdaderas puertas de entrada al Infierno? |
Junto
a ellos combatió también las modas que juzgaba indecentes en la época (y que,
cerca del casi nudismo actual, ¡podrían ser consideradas recatadas!). La joven,
decía, “con sus atavíos rebuscados e
indecentes, pronto dará a entender que es instrumento del infierno para perder
a las almas. Sólo en el tribunal de Dios conocerá [el número de] los pecados de
que habrá sido causa”. En la iglesia jamás toleró los escotes o los brazos
desnudos.
Francis
Trochu, El cura de Ars, Ediciones Palabra, Madrid, 1999, p. 27. Todos los
textos citados fueron extraídos de esta obra.