Anton Bruckner (1824-1896)
“Bruckner pasó los últimos años de su
vida en la paz y la tranquilidad de Belvedere, hundido en su música y en sus
meditaciones religiosas. Siempre había sido muy devoto, y se dice que cuando
era organista besaba con gran humildad el órgano después de cada servicio. Y en
el Conservatorio acostumbraba a hincarse de rodillas para rezar en silencio
cuando sonaba la campana del Angelus. Su Novena Sinfonía la dedicó a su amado
Dios de los Cielos. Cuando trabajaba en la partitura de esta obra, murió de
repente, de un ataque cardíaco, a los setenta y dos años”.
(El mundo de la música – K.B. Sandved).