Hace
muchos años que se están cosechando los frutos de la imposición de una
educación permisiva de cuño progresista, con su carga de facilismo, anomia y
relativismo. Burros y amorales en cantidad es lo que pare la educación pública
y también la educación privada, aún la de la escuelas y colegios religiosos,
infiltrada por la prédica freudomarxista de sociólogos, psicólogos y educacionistas
formados en la matriz de Flacso y de las universidades. Son los que forman los
elencos estables en las distintas carteras que tienen a su cargo el diseño de
los contenidos y métodos de enseñanza.
Veamos
uno de los incontables casos que ejemplifican una educación sin valores, sin
rumbo e insanablemente obscena, que el azar nos puso delante de los ojos al
revisar viejos papeles y recortes. El diario “La Nación” del 19 de abril de
2001 documenta, sin ningún comentario edificante y como quien narra un partido
de fútbol o un hecho de la farándula, el extravío de los jóvenes que cursan
los estudios secundarios, hecha la salvedad de que el fenómeno se remonta más
allá de la restauración del régimen partidocrático, que no ha hecho otra cosa
que agravarlo.